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domingo, 10 de noviembre de 2013

Correr de nuevo por MI ciudad

No puedo entender por qué, pero me sorprendo de ver los grandes árboles de mango, las palmeras y las primaveras que abundan en mi ciudad. Me lleno de emoción al ver que en algunas calles hay montones de cuajilotes mordisqueados por murciélagos, pues me hacen recordar los días en que mis amigos y yo los pateábamos, simulando jugar al fútbol o, como los salvajes que éramos y que aún somos, nos los lanzábamos.

Ha sido un día muy soleado, aunque con mucho viento, un viento fresco y húmedo, seguramente lloverá. Se dibuja en mi rostro una gran sonrisa mientras camino y veo a la gente de mi ciudad. Puedo sentir que a pesar de todo, la gente sigue siendo cálida y bondadosa. De ello sobran ejemplos: veo automovilistas que ceden el paso a los peatones aunque no les toque, un joven le ayuda desinteresadamente a una anciana a llevar la bolsa del mandado, una chica comparte su pollo con un perro hambriento.

Súbitamente, los relámpagos hacen su aparición, ya no hace calor, pero aunque se asoman revueltas y voluminosas nubes, Helios sigue siendo visible mientras caen las primeras gotas de una llovizna. Hoy pagan los transas, digo divertido. Respiro profundo y sacudo las piernas, este ambiente me provoca correr hacia mi casa. Estoy en el norte, en la parte elevada de la ciudad, voy a descender.

Comienzo con calma, acelero al 40% de mi capacidad, pero antes de llegar al borde de una banqueta elevada, acelero a fondo y salto. El aire me acaricia mientras siento que caigo muy lentamente, siento que floto, como si la aceleración de la gravedad fuera menor a 9.81m/s . Mis pies tocan el suelo y salto de nuevo, pues la banqueta vuelve a presentar un descenso.

¡Como ansiaba saltar de ese modo! La pendiente se hace menos pronuciada y acelero hacia una roca de casi un metro de alto, salto sobre ella y descubro feliz que aún soy capaz de saltarla. Vuelvo sobre mis pasos y me dirijo hacia la roca de nuevo, más rápido esta vez. Salto y al pisar sobre la piedra, vuelvo a saltar. Por momentos me da miedo estrellarme con un poste de luz, pero logro esquivarlo y continúo mi carrera hacia mi casa.

Ya llevo más de dos cuadras y no me siento agitado, tal vez sea porque he estado viviendo a mayor altura sobre el nivel del mar. Sonrío y me dan ganas de cantar Run Like Hell, pero me guardo de hacerlo, pues sé que si hablo o canto me cansaré más pronto, eso es sentido común. ¿Pero por qué pienso en esto? ¡A correr! 

Me da gusto volver a correr así, en esta ciudad. Me encanta poder pisar las calles que me vieron crecer, que vean cuán fuerte me he vuelto. Corro tan rápido que se distorsiona el rostro de la gente cuando paso a un lado de ellos. De nuevo me encuentro con otra depresión en el relieve de las banquetas, esta vez no salto, me dejo caer solamente. Me sorprende de nuevo lo lento que parece que caigo. Es verdad que cuando corro tan rápido, a menudo se altera mi percepción y todo parece ocurrir muy lentamente, pero esto ya me sabe exagerado.

De igual manera, en las siguientes depresiones me dejo caer y solo en una salto. ¡No es posible! Salte o no parece que caigo a la misma velocidad. Como me haría bien tener un cronómetro ahora. Ya comienzo a sentir un poco de agitación. Llevo ocho cuadras, pero lo normal es que me sienta agotado a estas alturas. Y que mis rodillas me mienten la madre, pero es todo lo contrario, ¡me siento increíble!

La carrera sigue y entonces, en la otra acera veo a un policía persiguiendo a tres niños negritos y comienzo a cantar: Es hora de animaniacs, estamos locos de atar... luego sacudo la cabeza, algo no anda bien. Por la calle rolan autos de los sesentas y desde su interior emana una música que no puedo identificar en un principio, pero pronto me doy cuenta que es música country ¿Quién diablos escucha música country en mi pueblo? Acelero, intentando alejarme de ese distractor y entonces me doy cuenta que era Bed of roses interpretada por los hermanos Statler, sigo corriendo mientras oscurece a mi alrededor y la música se escucha como en fade out...
















¡PUTA MADRE! ¡ESTABA SOÑANDO!

Beatitud artificial? 3/?

El otro día mi blog recibió un boom de visitas, como nunca antes. Ni el post de los reptilianos, por más que me han vilipendiado, insultado y atacado de manera por demás atroz, ha tenido tantas visitas como la reseña que hice sobre los cómics del Listo. ¡Y EN UN DíA! Más bien, unas cuantas horas. Hasta aparecimos en menéame

Sirvió la reseña, además, para que el maestro Águeda le echara un lente a la parte anterior de este cuento. No sé si le gustó, pero me dejó un +1. Confiésoles que eso es un gran alivio, siendo que desde el 2010 los blogs cayeron en decadencia y el día de hoy es raro aquel blogger que postea seguido y aun más raro recibir comentarios, al menos aquí en este chiringuito. Así que con mayor motivación, subo esta tercera parte del cuento que aún no termino y que sigo sin decidir un título. Espero les guste y se queden picados :D


Tan pronto como iniciaron nuestros entrenamientos, comenzaron los problemas. La premisa básica para resistir al influjo de los aselianos es despojarse de creencias, ser capaz de silenciar la capacidad para creer en lo irracional, de otro modo se abre una brecha en la seguridad de la mente, por pequeña que sea la grieta, bastaría para ser embaucado por ellos, como sucedió con la hermana de Adi.

Durante nuestra primera crisis, parte del problema era mi falta de creencias religiosas. La mayoría de los Neohumanos son ateos o no pertenecen a ninguna asociación religiosa. Pero no Adi, ella pertenecía a una iglesia unitaria, recuerdo que se había convertido porque su poeta favorito, Ralph Waldo Emerson, practicó esa fe. Nos enfrascamos en más de una veintena de discusiones debido a esa diferencia entre nosotros: yo no me convertiría y ella no dejaría su fe. No es que yo se lo pidiera, simplemente proponía un punto de vista racional, pero ella lo veía como un ataque personal a su fe.

El conflicto volvió, la mención de la premisa básica de nuestro entrenamiento causó otra confrontación ideológica sin sentido que culminó abruptamente cuando ella se fue de la base con los ojos como tizones. La dejé partir, pues era evidente que el tema de abandonar sus creencias causaría problemas. Me fui un rato al gimnasio y me hallé a Black Bruce.

–¿Qué pasa, hombre? –dijo al verme entrar, levantándose del banco.
–Quiero hacer ejercicio. ¿Terminaste de usar el banco?
–Sí, ¿quieres que le cambie los discos? –su pregunta cargaba un tufillo a burla.
–No –respondí mientras comenzaba mi calentamiento.
–El peso te puede vencer, son 130 kilos, flacucho –Bruce siempre tuvo una complexión mayor que la mía, antes de mi auto exilio yo pesaba 85 kilos y él 93, al volver a la agencia había perdido 15 kilos.
–Hijo mío –le dije sonriendo al terminar mi calentamiento–. No sabes lo que dices –y levanté la barra con una sola mano, en una flexión y luego la elevé sobre mi cabeza.
You damned motherfucker! –exclamó antes de quedarse boquiabierto.
–Cuando termines tu rutina, te veo en el ring –gruñí al dejar la barra sobre el banco–. Verás que no estuve ganduleando en China –ambos sonreímos con malicia.

Ambos terminamos nuestra rutina de ejercicio y nos equipamos para nuestro encuentro en el ring. Tres rounds bastaron para demostrarle a Bruce que la potencia de mis golpes se había incrementado pese a la disminución de mi peso. No es de extrañarse, los Neohumanos, entre otras cosas, tenemos una configuración muscular diferente, un metabolismo más eficiente, mayores reflejos y longevidad, a la edad de 34 años, aun no alcanzaba el pico de mis capacidades físicas. Bruce sonrió satisfecho después del encuentro y me deseó suerte.

Más tarde encontré a Adi en una antigua iglesia luterana, la Christuskirche. Estaba sentada en una banca, esperaba encontrarla sacudiendo su pie izquierdo con nerviosismo, mas se hallaba muy serena. Pasé a un lado de ella y me dirigí a un púlpito. Había poca gente en la iglesia, principalmente turistas, no parecía haber ministros. Aclaré mi garganta y desde el púlpito canté el Gloria in excelsis Deo. Cuando terminé, Adi me miró y comenzó a sacudir su pie izquierdo. Comencé a cantar una antiquísima canción, Maria dolce Maria, compuesta por Francesca Paccini, Adi se levantó y salió de la iglesia mientras cantaba, cuando terminé los turistas me aplaudieron.
 
–¿Por qué me haces esto? –me dijo Adi cuando la alcancé a la puerta de la iglesia, sus ojos vibraban–. ¿Por qué tienes que burlarte de mi y de mis creencias?
–No era mi intención. La música sacra a veces me conmueve hasta las lágrimas, ¿recuerdas? A veces me gusta entrar a las iglesias a meditar y en ocasiones me provoca cantar. En realidad me quería lucir contigo.
–Tonto –me dijo tras besarme en la mejilla.
–Dime en qué creen los que asesinaron a nuestros padres, no de los Neohumanos, sino de los extraterrestres.
–Creen que son demonios.
–¿Y qué más?
–Que son extraterrestres transdimensionales, que son demonios. ¿Por qué me lo preguntas, Braulio?
–Mientras más sabemos, menos entendemos, Adi. ¿Te parece que es válido decir que son seres que se transmolecularizan y que son transdimensionales aunque todos hemos visto las naves?
–No. No tiene mucho sentido .
–Estás consciente que no perteneces a la misma especie a la que pertenecieron aquellos que escribieron la Biblia, ¿cierto? Aquellos que dijeron, en la edad del bronce, que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios.
–¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? –replicó deteniéndose, sus ojos parecían oscurecerse.
–Estás viendo las naves, Adi, e insistes que los extraterrestres vienen de otra dimensión –dije volviendo la vista hacia ella, luego puse mis manos sobre sus hombros–. Lo que te pido es que analices todas las creencias que tienes y que valores todas las posibles explicaciones, todo lo que podría comprobarlas y qué validez tienen. Quiero que pienses en todo lo que crees, pero también en todo lo que sabes y que veas la diferencia entre saber y creer, entre sospechar, dudar y tener una certeza de algo sin evidencia o argumento que lo soporte. Quiero que reflexiones por qué aunque la música y el arte sacro me generan sentimientos tan intensos, no tengo creencias religiosas. Quiero que pienses en tu hermana y sus creencias, en por qué tú no crees en lo mismo y por qué ella no cree lo mismo que tú.
–Los aselianos no son dioses, ni tienen un dios oculto en su planeta –miraba hacia la calle.
–¿Por qué dices que no? –sonreí, ella miró a otro lado –. ¿Por qué no lo crees?
–Porque no es verdad. Por la misma razón por la que no creo en Tamuz o en Xipe Totec –respondió sacudiendo su pie izquierdo.
–¿Y qué razones tenía la gente que creía en ellos para creer?
–Las mismas que yo –cesó de sacudir su pie y miró al piso– para creer en Yavhé –dijo tras una pausa y me miró con sus ojos que volvían a ser gélidos, como solía describirlos.
–Regresemos a la base, hay mucho que hacer.

Los siguientes días continuamos ensayando diversos métodos de meditación y técnicas de combate. Por las noches trabajamos en un dispositivo espía estándar de la Agencia, un insecto robot, para reducirlo de tamaño en lo posible y conferirle la capacidad de colectar muestras. De acuerdo con un informe de McGrath, esos cabrones de la Hermandad de las Almas Puras le daban un fármaco a sus fieles con el fin de de causarles diversos efectos en el sistema límbico, en especial sobre la amígala cerebral, de manera que los adeptos se volvían dóciles e incapaces de responder al peligro, se volvían incapaces de identificar las amenazas a la vida o a la libertad, probablemente debido a un efecto del fármaco sobre el Área Tegmental Ventral, de modo que siempre estaban felices.
 
Teníamos que conseguir muestras del fármaco y exponernos a él, con el fin de generar una vía para bloquear sus efectos, en casi dos semanas, las pruebas con el insecto robot nos dieron resultados más que excelentes. También supimos que la gente de La Hermandad de las Almas Puras estaba tomando muestras de la sangre de los Neohumanos, pero no sabíamos para qué las querían ni por qué a los Homo sapiens no les pedían muestras de sangre.
Además de buscar el modo de contrarrestar los efectos del fármaco, debíamos probar cómo comunicarnos con una persona bajo sus efectos, uno de los dos tenía que dejarse drogar y el otro debía intentar estimular una respuesta por medio de una forma de comunicación. Era necesario intentar un método de comunicación, que no fuera detectable ni comprensible para los escarabajos esclavistas, que además pudiera sacar poco a poco a los esclavos de la influencia del fármaco. Y tenía uno en mente.

Cuando aparecieron los primeros Neohumanos, se observó que los recién nacidos tenían diversas expresiones faciales que los humanos no tenían, se trataba de microexpresiones generadas por rápidas y repetidas contracciones de los músculos faciales. Conforme los sujetos en observación crecían y socializaban entre ellos, notaron que los niños tenían conductas organizadas, a pesar de que no podían hablar, esta interacción estaba fundamentada en las múltiples expresiones faciales que estos niños tenían y que podían entender claramente, de modo que los Neohumanos tenían un complejo lenguaje al parecer, completamente instintivo.

Otros experimentos confirmaron la última premisa. Varios grupos de niños Neohumanos de diferentes edades y nacionalidades interactuaban entre ellos y de nueva cuenta las actividades y comportamientos organizados se observaron entre todos los niños, sin excepción, sin importar la nacionalidad, qué tan lejos habían nacido unos de otros, todos los niños tenían un complejo lenguaje no verbal que era comprendido universalmente entre ellos.

Dicho lenguaje no verbal, estaba compuesto, además de las rápidas y repetidas contracciones de los músculos faciales, por cambios en la forma del iris y de la pupila, en particular, la aparición de líneas rojas en el iris, así como vibraciones del globo ocular. Más adelante, tras aprender a hablar, los niños Neohumanos dejaban de utilizar el lenguaje no verbal propio de ellos, adoptando un lenguaje no verbal regional o propio de las sociedades en las que eran educados. Pocos eran los adultos que aún utilizaban las expresiones faciales particulares de su especie y no se sabía a ciencia cierta si en la vida adulta, el lenguaje seguía siendo universalmente comprendido entre los Neohumanos.

Lo cierto es que, para evitar ser detectados como Neohumanos, millones de ellos hacían lo imposible por ocultar sus expresiones especiales, de modo que los grupos de fanáticos como Sephirot o la Unión del Pueblo de Dios contra las Aberraciones de Satán (UPDAS), los identificaran y así conservaron sus vidas. Adi, luego de su experiencia traumática, además de haber perdido gran parte de su memoria, había perdido la capacidad para controlar sus microexpresiones, particularmente las que involucraban a los ojos. Mientras discutíamos como entrenarnos para comunicarnos con los esclavos de los aselianos, ella miraba hacia otro lado.

–¡Mírame! –en una de tantas la tomé del mentón, obligándola a verme a los ojos, los suyos vibraban y aparecieron cuatro líneas en la parte superior de sus iris, señal de que estaba furiosa–. Eso que tratas desesperadamente de ocultar, vas a aprender a controlarlo, ¿me oyes? –ella movió mi mano para librarse de ella.
–No sabes lo que me estás pidiendo –me dijo mientras aparecían varias contracciones en su labio inferior y su iris adoptó forma de media luna, era algo muy doloroso para ella.
–Claro que sí. Sé que ocultarte de ese modo te sirvió para salvar tu vida, Adi. Pero en este caso tienes que aceptarte a ti misma como Neohumana con todo lo que eso implica, pues de eso depende la vida de tu hermana.
–No pensé que fueras a hacerme daño de este modo.
–Adi, tú le pediste a Cranston que me involucraran en esto. Conociendo a Cranston, él no daría luz verde a esto solo por ti o por mi. Necesitaba saber algo, un detalle en especial, que le hiciera confiar en que yo era el indicado para esta misión y ese detalle es mi capacidad para sobreponerme al lavado de cerebro, lo cual, además de mi, únicamente tú lo conocías, necesariamente Cranston se enteró porque tú se lo dijiste. Así que no me hables de daños, Adi. Traicionaste mi confianza.
–Tenía que hacerlo, Braulio. Mi hermana... –sus ojos vibraban y su iris se hizo más ancho.
–No lo digas –dije y sus ojos se clavaron en los míos–. No te quejes si sabías que yo puedo hacer esto. Vamos a hacerlo.

lunes, 14 de octubre de 2013

El Listo, cómics de humor, amor, sexo, cultura y otras cosas o más bien, cómics tontorrones para lectores inteligentes.

Hace varios años, si mal no recuerdo fue en el 2009, por azares del destino fui a dar a este sitio el de los cómics de "El Listo" y no tardé en colocarlo entre los sitios recomendados en la columna de la derecha de este su blog. Antes de explicarles por qué, le contaré de qué van los cómics de El Listo.

Xavier Águeda nos presenta a El Listo, un tío que se llama Evaristo, que entre otras cosas, es ingeniero en comunicaciones desempleado y eyaculador precoz. Sus amigos le dicen Listo porque usa anteojos y tiene pinta de nerd (empollón, dicen en España), pero en especial, porque tiene un poco más de cultura que el promedio de sus compatriotas.

El Listo aparece en ocasiones solo, reflexionando sobre su vida, sus problemas laborales (cuando tiene trabajo, suele ser un curro muy cutre.), reflexiones que con frecuencia tienen conclusiones muy chuscas, en otras ocasiones uno se queda contrariado primero y luego se ríe de sí mismo. El Listo también habla con sus amigos, generalmente El Gordo, sobre sus problemas amorosos (que son muchos). La verdad es que yo no sé como le hace ese canijo, pero si le sirve de consuelo, en cuatro o cinco años, ha tenido más novias o ligues de los que el grueso de la población masculina podría soñar.


Con relativa frecuencia, otros artistas del webcómic colaboran con él, con excelentes e hilarantes resultados como estos:

La crítica social y política es un tema recurrente en los cómics del Listo y suelen ser tan hilarantes como agudos. Y sus dibujos... he escuchado varias críticas negativas, pero en lo personal me recuerdan mucho a las tiras de Cuttlas que digan lo que digan, son la monda.



El personaje de los anteojos de montura gruesa, el hipster ese, me recuerda mucho a las historias de Los intelectuales chafita, del maestro Kabeza (Chin, se supone que esto es una reseña del Listo y ya mencioné los trabajos de otros dos maestros del cómic, creo que el maestro Águeda me lo sabrá disculpar).

Las tiras del Listo son muy variadas y han sobrevivido a muchos webcómics, de modo que la constancia del maestro Águeda y su talento han sido recompensados con apariciones en La Directa y el blog de opinión gastronómica Tinta de Calamar. Dichas apariciones, reitero, no son gratuitas. Dicen que Abyssus abyssum invocat, por eso El Listo aparece junto a las creaciones de otros artistas como Javirroyo, Javi Cejas, Javier Vázquez en el club de los Javieres Peter Jojaino, Can Kente y más en El Estafador (la verdad es que me parto de risa con esa publicación, aunque también me pone a pensar cuánto se parece la situación económica, política y social de México a la de España)

Las historias del Listo valen mucho la pena y es interesante analizar a sus personajes, lo cual me lleva a plantearme varias preguntas, que aprovecho para hacerlas aquí:

1. ¿Cómo se llama el Cachas?
2. Si las cosas que le pasan al Listo están basadas en lo que le ocurrió a un amigo del maestro Águeda, entonces, ¿quién de los amigos del Listo representa al maestro Águeda? Sospecho que es el Gordo.
3. ¿De qué vive el Listo si está en paro desde hace 5años?
4. ¿De qué vive Borja? ¿Ha pisado la cárcel este personaje?

Ya basta de preguntas, creo que no es de todo necesario hacer una biografía completa de cada personaje, pero da bastante curiosidad.

No me crean a mi, vayan y vean las tiras de El Listo, véanlas de principio a fin y van a flipar.
Pueden seguir al maestro Águeda en twitter @listocomics

El Listo pinta para perdurar y aparecer en más publicaciones, no debería ser sorpresa si en un futuro no muy lejano aparecen librillos de tiras del Listo, como los que hay de Mafalda. Y si eso ocurre, ojalá no solo aparezcan en Cataluña, sino en todo el mundo. Saludos, Xavier Águeda, desde el otro lao del charco.

lunes, 7 de octubre de 2013

¿Beatitud artificial? Parte 2/?

Les traigo otra parte de la historia, que les confieso, aun no termino, ni he pensado en un título definitivo. Aun así, espero les guste. Saludos.

 
Adler es una Neohumana, como yo. La Agencia la reclutó como parte de un programa especial de entrenamiento para futuros cazatalentos, pero terminó como agente de campo, a pesar de que no se contaba con un perfil completo de ella, la habían encontrado en un hospital en el que se había recuperado de un severo accidente y no recordaba quién era, de dónde venía ni a su familia. Solo pudo decir que su apellido era Adler. Era toda una rareza, pues los Neohumanos no olvidamos.
Como muchos Neohumanos, los padres de Adler fueron asesinados por un grupo de fanáticos religiosos que creen que somos una abominación. Somos simplemente otra especie del género Homo o una subespecie del Homo sapiens, pero a pesar de todos los avances científicos y culturales de nuestra época, aun hay imbéciles que niegan la Teoría de la Evolución como verdad científica.
En el 2938 hubo un incidente que puso en riesgo no solo la estabilidad de las relaciones de La Tierra con la Confederación de los Diez, sino la existencia de la vida en el planeta. Una de las naves Embajadoras se estacionó en Israel y tres operaciones de bandera falsa que salieron mal tuvieron como consecuencia la destrucción de un reactor de la nave Embajadora que causó la liberación de radiaciones sigma y omicrón, desconocidas hasta entonces en La Tierra. La explosión abrió un cráter de 250 kilómetros de diámetro y 580 de profundidad, aunque se realizaron diversos esfuerzos por contener la radiación y remediar el suelo y el agua, muchos creen que la explosión alcanzó la ionósfera, pues se observó una suerte de aurora durante cerca de un año, de manera que las radiaciones se quedaron permanente en La Tierra y gradualmente permearon en la atmósfera.
A partir de ese evento, durante los siguientes doscientos años, se observaron cambios en todos los seres vivos de nuestro planeta, poco a poco comenzaron a aparecer nuevas especies de hongos y bacterias primero; y pocos años después, de plantas y animales. Por último, comenzaron a aparecer humanos con diferencias que se hacían más patentes en cada generación hasta que finalmente, trescientos cincuenta años después de aquella explosión, aparecimos los Neohumanos. Muchos creen que somos resultado directo de las radiaciones sigma y omicrón, que por lo tanto no deberíamos de existir, que no somos producto del curso de la evolución y los más pringados creen que fuimos creados por ingenieros genetistas extraterrestres y que somos un instrumento de ellos para establecer su dominio sobre la humanidad. Esa clase de fanáticos de mierda fueron los que asesinaron a los padres de Adler y a los míos.
Yo entrené a Adler y nuestra primera misión juntos fue frustrar un atentado contra una comunidad de Neohumanos que sería perpetrado por una célula de una organización conocida como Sephirot. En los cuarteles comenzamos a llamarla Adi, pero a ella no le gustaba porque decía que así le decían de cariño a Adolf Hitler.
–Solo tú me puedes decir Adi –me dijo un día y me plantó un beso.
Mientras caminábamos, íbamos en silencio, otro rasgo característico de Adi y recordé la primera vez que salimos juntos. Estábamos en Barein, en Dar Kulaib, y al salir de un cine nos salieron al paso cinco asaltantes armados, a todas luces yonkis, Adler se aprestó para atacarlos, pero yo fingí un infarto y los asaltantes se acojonaron y huyeron. Adler comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero cuando me levanté ríendome como un poseso, ella se cabreó y comenzó a golpearme.
–En la puta vida vuelvo a salir contigo –me dijo y se alejó. Me pasé toda la noche buscándola por la ciudad. Al recordarlo comencé a reír.
–¿De qué te ríes? –inquirió en voz baja.
–¿Te acuerdas de la primera vez que salimos? –respondí sonriendo.
–Tonto del culo –respondió inexpresiva.
Adler y yo estuvimos juntos casi tres años, durante el primero de ellos tuvimos una crisis por mi personalidad, a su parecer, compleja y agria. La siguiente ocurrió cuando creímos que Adler era de otra especie, ella era Homo parasapiens y yo Homo neosapiens, cuando se enteró lloró amargamente por días porque no podríamos tener hijos de forma natural. Por más que le quise hacer entender que podríamos hacer uso de la fertilización in vitro, ella estaba empecinada en que eso no era natural y que tener un niño probeta le haría recordar día tras día el estigma de ser un producto de la perversidad alienígena. Cuando ocurrió el asunto de los Illuminati, aquello terminó por separarnos y precipitó mi auto exilio.
Durante el tiempo que estuve en la China fantasma supimos que no éramos de diferente especie, se detectaron innumerables errores e inconsistencias en las investigaciones y los Neohumanos dejamos de ser clasificados en diferentes categorías. Durante ese tiempo, La Agencia averiguó quienes eran los padres de Adler, así como su nombre real, también hallaron a su hermana. Adler me explicó que su hermana ingresó a la Hermandad de las Almas Puras, la organización fachada de esos malditos escarabajos esclavistas, y evidentemente cayó presa de esos cabrones. Adler es la causa por la que me sacaron de mi exilio, McGrath y otros regentes regionales como Hirsi, Roettgen y Del Nero comenzaron a organizar la operación para rescatar a los esclavos y seleccionaron a varios Neohumanos para llevarla a cabo, pero fue Adler quien le pidió a Ernest Cranston que me buscaran para darme la misión. De modo que si no aceptaba hacerlo por La Agencia o por los Neohumanos, ella me lo pedía como un favor personal, para rescatar a su hermana.
–Por cierto, no me llamo Adler –me dijo sonriendo–. Mi nombre es Ada Velia Alessandri la Rosa.
–¿Cómo averiguaron tu identidad?
–No fue fácil. Cuando atacaron mi casa y huí no me enteré, sino hasta hace un año, que mi madre no murió de inmediato. En el hospital a donde fue trasladada le tomaron muestras de ADN para identificación posterior. Mi hermana solicitó mi búsqueda, entre los datos de niños perdidos hace 17 años y aquellos que no fueron encontrados, los casos de Neohumanos asesinados en ese tiempo me encontré con el caso de una Neohumana que llegó prácticamente a morir al hospital, Anna Paola la Rosa. Busqué y encontré que Rossana Alessandri la Rosa buscaba a su hermana, ella también había escapado cuando asesinaron a sus padres. Contacté con ella y me reconoció de inmediato, pero yo no la recordaba. Solicitamos al hospital que recibió a mi madre que nos diera su muestra de ADN, pero ya no era viable, así que comparamos nuestro ADN mitocondrial y es el mismo.
–Ya veo. ¿Has recuperado tus recuerdos perdidos, de tu vida antes de la muerte de tus padres?
–No, no del todo. Pero mi hermana conservaba un viejo diario de mi madre y eso me ha ayudado a comprender de dónde vengo.
–¿Sabes por qué te llamaron Ada Velia? ¿Crees que quizá tenías alguna reminiscencia escondida en tu memoria y por eso dijiste que te llamabas Adler?
–Podría ser, pero eso ya no importa. No soy Adler, ¿recuerdas? –dijo sonriendo–. De acuerdo al diario de mi madre, me dio ese nombre porque cuando era niña la llevaron a Roma y en un paseo por el Cimitero Verano vio la tumba de una mujer llamada Ada Velia la Rosa vuida de Alessandri, su lápida era preciosa, tenía un ángel recostado boca abajo. Mi madre se impresionó y pensó que la mujer enterrada allí debió ser una gran señora y obviamente, la coincidencia del apellido la Rosa con el suyo la marcó. Años después, cuando conoció a mi padre, Roberto Alessandri, se casaron y me concibieron, decidieron llamarme como la mujer bajo aquella lápida –nos miramos largo rato, inexpresivos. Al cabo de varios minutos dije:
–¿Todavía puedo llamarte Adi? –comenzó a llorar. La abracé y ella se dejó atrapar entre mis brazos y derramó todas sus lágrimas sobre mi pecho. En silencio, dejamos las calles y nos dirigimos a un café que estaba abierto a las 3:00 AM.
Adler, Adi, ahora Ada Velia Alessandri se sentó frente a mi con sus ojos congestionados y húmedos y miró hacia la ventana sin decir nada durante casi media hora. Ni siquiera volvió la vista para responder al mozo y pedir algo, pedí un café turco con agua de rosas y cardamomo para cada uno.
No tocó el café en más de una hora y no dijo ni media palabra, mientras tanto el mozo nos atendía nervioso, comí a cuerpo de rey y cambié el café por más Windhoek lager. Me bebí el café que ella había dejado casi de un sorbo, sus ojos habían vuelto a la normalidad.
–Hace cinco años que te separaste de mi y hoy me preguntas si aun puedes llamarme Adi. ¿Sabes cuánto tiempo esperé para que volvieras a llamarme de ese modo? ¿Tienes idea de cuántas veces me imaginé que volvería a verte y me llamarías Adler con aspereza? No me olvidaste, Braulio.
–Los Neohumanos no olvidamos –respondí sonriendo, ella soltó un leve bufido y miró de nuevo a la ventana–. ¿Cómo podría, Adi? Es imposible.
–Braulio, ¿comprendes que recuperé mi vida, al menos parte de ella?
–Y te la arrebataron, sí, Adi, lo entiendo. No necesitas decirme más, voy a rescatar a tu hermana.
–Vamos. Yo iré contigo.
–En el 3312 me dijiste que tenías miedo de hallarte a otro grupo de fanáticos, temías que te hubiesen identificado y que enviaran a un francotirador o algo así. ¿Qué te dije? –se levantó y se puso detrás de mi, me abrazó e imitó mi voz.
–Tú y yo acabamos con esos mendas, Adi, no van a volver. Acabé con ellos junto a ti y lo volvería a hacer.
–Vamos a la base. Mañana hablaré con McGrath para decirle que acepto la misión –tras un largo beso, pagamos la cuenta y nos fuimos a la base.

domingo, 22 de septiembre de 2013

¿Beatitud artificial? Parte 1/?

¿Qué hacen por este lado del barrio a estas horas? Jajaja! Ya me había ausentado un buen rato, no? El título de la entrada es una interrogación porque realmente no me acaba de convencer ese título y sinceramente estoy muy cansado para inventarme otro título.

¿De qué va esto? Se preguntaran, pues como ocurre (o más bien, ocurría) con relativa frecuencia, estoy presentándoles una nueva historia: mi segunda narración de Ciencia Ficción.
Y sí, es la segunda, la primera se llamó Cosmoepidemia. La novela que estoy escribiendo, a pesar de la fuerte discusión que tuve con un amigo, NO es de ciencia ficción, es de fantasía y aventuras. 

Desde que escribí Cosmoepidemia empecé a tejer la historia que les presento hoy, aunque no fue hasta hace un par de meses que empezó a fluir. Está insipirada en las Religiones Ovni y en tragedias como lo ocurrido con Heavens Gate y el caso de Jim Jones. En fin, supongo que no están aquí para que les cuente como la escribí y como se me ocurrió todo, ¿cierto? Así, que ahí le va:

¿Beatitud artificial?

La vista desde la montaña era espléndida: el sol caía y bañaba con una luz naranja el valle que había recorrido por la mañana. Me detuve en la entrada de una cueva y contemplé el paisaje unos minutos más, antes de meterme a la cueva para meditar.No pasaron ni veinte minutos cuando escuché el sordo rumor de una nave acercándose. El sonido era inconfundible pese a la distancia, no podía ser otra que una XC- 34F7W, exactamente la vieja cafetera de Black Bruce.

 No pude evitar sonreír al escuchar los helirotores de la nave de mi amigo, hacía cinco años que no lo veían pues me exilié en la China fantasma. Ocurrió que La Agencia organizó una serie de operaciones encubiertas en contra de los Illuminati. Yo, al igual que mi abuelo, y su abuelo antes que él, era escéptico acerca de ese tema. Mi abuelo, y su abuelo antes que él, miles de veces dijeron que no existía tal organización, pero La Agencia halló evidencia fidedigna de su existencia y los derrumbaron desde adentro, así que no me quedó más remedio que tragarme mis palabras y largarme. Al menos el abuelo de mi abuelo tenía razón: en sus tiempos no existían.

Ocurrió que en 2835 hicimos contacto con inteligencias extraterrestres. Como muchos lo vaticinaron, esto obligó a un cambio en las creencias de la mayoría de los seres humanos. El año que hicimos contacto, vinieron diez civilizaciones y establecieron relaciones con los gobiernos de La Tierra y establecieron colonias aquí, se les llamó La Confederación de los Diez. Años más tarde más civilizaciones extraterrestres llegaron a nuestro planeta y algunas de ellas ofrecieron llevar sin costo alguno a una gran cantidad de gente a otros planetas habitables: la salvación que tantos esperaban durante siglos. De manera tal que la mayoría de los chinos decidieron abandonar su país y su planeta con una de estas civilizaciones, dejando China como un enorme pueblo fantasma.

Allí me la pasé durante cinco largos años, perdido, vagabundeando, entrenando en la China fantasma. No sé como lo hicieron, pero La Agencia dio conmigo en aquella remota montaña y Black Bruce hizo su aparición, asomándose por un costado de su vieja nave.

–Eh, por fin te dejas ver, hombre –dijo con un español al que le hacía falta práctica.
–¿Acabaron con todos los Illuminati o se les filtaron algunos? –pregunté maliciosamente mientras Bruce saltaba hacia la cueva.
–¡Cabronazo! Levanta –dijo sosteniéndome la mano, levantándome y abrazándome–. Ah, ¿aún cargas ese viejo libro?
–Sí –se refería a uno de los libros del abuelo de mi abuelo. Ya no se veía bien el título: "Retorno a M"–. Sabes que siempre lo cargo porque mi abuelo decía que soy la viva imagen de su abuelo –abrí la tapa del libro y le mostré la foto a Bruce–. Mira, somos iguales, excepto que mi ancestro tenía los ojos cafés y los míos son gris acero.
–Te has puesto flaco –dijo empujándome levemente.
–Y tú has ganado algo de color –Black Bruce es un sobrenombre que hace doble ironía de su nombre: Bruce quiere decir moreno y mi amigo es albino, de padres negros.
Man, fuck you! –replicó empujándome mientras yo reía.

Subimos en su vieja XC- 34F7W y nos dirigimos a una base aeronaval en Viet- Nam. Luego fuimos por tierra a Hanoi a buscar un bar. Hacía casi 3 años que no probaba una gota de alcohol, pero por ver de nuevo a Black Bruce valía la pena, además, tenía noticias para mí, probablemente no eran buenas, así que un buen trago ayudaría a bajarlas.

Al parecer, pese a mi desaire a La Agencia, cinco años atrás, esta me necesitaba para una nueva misión. Lawrence McGrath me esperaba en Namibia y eso fue todo lo que Bruce me dijo. Aunque le pregunté de qué se trataba, prefirió cambiar de tema, supuse que era algo delicado. ¿Para qué enviar a un agente tan valioso como Black Bruce únicamente para buscarme? ¿Sólo porque es mi amigo? Y además ¿enviado por McGrath? ¡No pueden verse ni en pintura!

Llegamos muy tarde a Windhoek y pernoctamos en la base local de La Agencia. Al día siguiente desayunamos completamente en silencio. Bruce estaba actuando extraño, parecía querer decirme algo, pero por alguna razón lo retenía. Quizá era algo que no debía decirme. ¿Por qué el secretismo? Esa no es costumbre del maldito calvo. Cuando llegué a la oficina de McGrath me hicieron esperar cerca de una hora. ¡Qué cojones! Pensé, este tío me manda a buscar al culo del mundo sin que me diga nadie de qué va esto y encima me hace esperar. Entré a la oficina algo cabreado y se notó.

–Pasa, pasa, Heredia –dijo levantándose apresuradamente de su asiento, intentando parecer afanoso al recibirme. Maldito falso. Miré la oficina: todo en orden, pulcra y austera, ténuemente iluminada. Oscura como su culo, pensé–. Gracias por venir –dijo tendiéndome la mano, no la acepté.
–¿De qué se trata, McGrath? –le espeté con aspereza mientras se quedaba mirando su mano como idiota–. ¿Qué es esta vez?
–Es un asunto delicado –dijo dirigiéndose a su asiento–. Toma asien... –ya me había sentado–. ¡Mierda, Heredia! ¿Quieres olvidar de una puta vez lo que dije hace cinco años? Esto me gusta menos de lo que te gusta a ti.
–¡No me digas!
–¡Carajo, Heredia! ¡Para de una vez!
–Venga, ve al grano.
–Como sabes, hace tiempo que las diversas razas extraterrestres con las que hicimos contacto se han estado llevando personas y animales del planeta por varios motivos, entre ellos, religiosos.

En efecto, después del contacto, a pesar de que los Premier extraterrestres negaron su divinidad e insitieron en que jamás habían pisado nuestro planeta en la antigüedad, las religiones ovni o alien proliferaron. Pasaron décadas antes de que fuera posible desarrollar la tecnología necesaria para el transporte en masa a otros planetas, que además tuviera la capacidad para volver a La Tierra. Mientras tanto, más civilizaciones ajenas a la Confederación de los Diez llegaron a nuestro planeta y entablaron relaciones con nosotros, fueron dos de estas civilizaciones las que se dejaron adorar y, aunque las diversas civilizaciones negaban constantemente su divinidad y rechazaban la adoración, abundaron las organizaciones que les rendían culto.

–Tenemos información que una... iglesia –dijo haciendo la seña de comillas con las manos– está engañando a sus feligreses haciéndolos viajar a un planeta en Asellus Borealis, en donde terminan esclavizados.
–¿Qué tengo qué hacer?
–Rescatarlos.
–No jodas, McGrath. ¿Yo solo? ¡Me estás mandando a una misión suicida!
–¿Quieres callarte un segundo? –replicó irritado–. ¡Estoy tentado a mandarte a la mierda, pero no tengo otra jodida opción! Eres un agente perdido, estuviste fuera del campo cinco años, ¿sabes lo que son cinco años para un agente? ¡Cualquier novato te supera con lo que has dejado de aprender! Eres el peor elemento para esta misión y estoy muy seguro que si te envío solo lograrás que te maten –vociferó lanzando grandes gotas de saliva.
–Lo mismo decías cuando empecé, McGrath –respondí tranquilamente, quitándome un salivazo de la mejilla. Lo mismo dijiste cuando me fui y aquí me tienes. ¿De qué va esta mierda? ¿Por qué ningún gobierno se ha pronunciado? ¿Por qué no interviene el Consejo de los Diez?
–Sabes muy bien que el Consejo de los Diez no interviene en asuntos que no tengan relación con sus planetas.
–¡Y una mierda! Los heroclianos volaron medio K65T7 a pedido del Reino Unido el año pasado.
–¿Cómo te has enterado? –inquirió sorprendido.
–Me fui a la mierda, pero no me subí a ninguna columna como un San Simón. Aun conservo contactos. No tengo muy claros los detalles de la situación, pero si no me equivoco, una misión de rescate de esa naturaleza implica una intervención militar de mediana escala cuando menos. Esos escarabajos aselianos no son cualquier cosa –McGrath me miró boquiabierto, recuperó la compostura y continuó.
–Los hechos han sido denunciados, pero los diferentes gobiernos se han abstenido de intervenir. Es ahí donde entramos nosotros.
–¿Por qué yo?
–Porque eres un Neohumano. Por increíble que parezca, los aselianos han reclutado una cantidad impresionante de Neohumanos en su iglesia. Sabemos que los han sometido a programas de control mental...
¿MK- ultra? ¡Pavadas!
–Sé que no crees en la eficiencia de esos programas, ni en su existencia siquiera. Pero es ahí donde encajas, porque tú eres resistente, si no es que inmune a eso.
–¿De dónde coño has sacado eso, McGrath? Por todos es sabido que esos programas incluyen maltrato psicológico y abuso sexual. Estás pendejo si crees que voy a someterme a eso.
–En este caso es diferente, Braulio.
–Vale, ya. Te lo concedo, ni voy a preguntar como se han enterado, joder. ¿Pero qué esperan que logre?
–Que organices una revuelta. Eres un Neohumano, líder nato, persuasivo. Tienes que hacerlo, hombre, por tu raza.
–Mi raza... mi raza me importa una mierda y la tuya también. Revisa tu puto archivo y verás que mi perfil también pone: “Tendencias nihilistas”. En negritas y subrayado.
–Eres un mierda, Braulio. Si no fuera porque Cranston insistió en que fueras tú, te sacaría a patadas...
–No creo que puedas, McGrath. Ni hace falta que lo intentes, tú y Cranston pueden irse a tomar por culo.
–Espera –una puerta se abrió y una mujer, cuyo rostro estaba a medias cubierto por una palestina entró a la oficina de McGrath.
–¿Adi? –me quedé sorprendido al reconocer a la chica que se despojaba lentamente de la palestina–. ¡Hijo de mil putas! Usaste un truco sucio con ese rollo de los Neohumanos, ¿y ahora intentas manipularme usando a Adler? ¡Vete a la mierda, McGrath, me cago en todos tus putos muertos!

Salí de ahí dando un portazo y me dirigí al centro de la ciudad. Me interné en un mercado trazando una ruta errática y comí en un puesto, me pedí una braii y dos Windhoek lager. Mientras bebía lentamente mi yarda, me quedé pensando maravillado por como el platillo tradicional que estaba comiendo, así como la cerveza, habían prevalecido por siglos.
Caminé y di vueltas sin sentido por toda la ciudad y me dirigí hacia las afueras, hacia la autopista. Por un momento me detuve, pues no me despedí de Black Bruce. Volví la vista hacia la ciudad pensando que él sabría como encontrarme después, cuando me di la media vuelta para proseguir mi camino, frente a mi estaba Adler, detrás de ella había un atardecer como para conmover al mismísmo diablo.

Clavó su mirada en mi, sus ojos grises, siempre llenos de confusión y tristeza se clavaron en los míos, sacudiendo mis cimientos. Algo nuevo había en sus ojos, algo que parecía ser certeza. No duró mucho mirándome, luego miró hacia otro lado, como si se aburriera, un gesto clásico de ella.
–Dejas muchas pistas de tus pasos por donde sea –dijo y me abrazó largo rato, colocando su cabeza en mi pecho.

miércoles, 19 de junio de 2013

Correr por el Túnel de la Ciencia.

En el increíble blog Tecnoculto, del gran Andrés Borbón, Médico, Psiquiatra, Blogstar y a quien tengo la grata fortuna de contar entre mis amigos, podrán encontrar una serie de posts en los que Andrés habla acerca de correr, de trotar por las mañanas. Intentando seguir esa tradición ya he escrito Correr al llamado de la noche, que recibió un inmerecido elogio por parte de Andrés.

En su blog, en los posts sobre correr, Andrés habla de satisfacción, de autodesafío y de libertad. En este caso, debo advertiles, les hablo de ira contenida, de una desesperada lucha contra el tiempo, una absurda peripecia.

Allá vamos.

Me encuentro varado en la estación de Etiopía, durante todo el camino desde Looniversidad (Universidad) voy tranquilamente leyendo Ubik, de Philip K. Dick, a sabiendas que era viernes a las seis de la tarde, siempre se llena, siempre se atora, me armo de paciencia cuando viajo en esas condiciones. Necesito llegar a la Terminal del Kung Fu del Puño de la Estrella del Norte (Terminal del Norte). El tren deja de moverse, yo sigo leyendo en calma, mientras una pareja se come a besos a centímetros de mi. ¿Qué pasa? Puedo entender que el tren se quede parado cinco u ocho minutos, pero ¿veinticinco? ¿Media hora?

A cada parada no puedo evitar gruñir. Centro Méndigo (Centro Médico), Clínica coronel (Hospital General), Niños güeyes (Niños héroes), Nalgueras (Balderas), Maximiliano (Juárez), Calleja (Hidalgo), Iturbide (Guerrero), otro atorón en Tráete al Loco (Tlatelolco) y al llegar a la Banda (La Raza) salgo disparado antes de que la puerta se abra por completo.

Es liberardor impulsarme hacia delante con el pie derecho, los brazos extendidos hacia atrás y la rodilla izquierda por delante y la mandíbula apretada como si tuviera trisma. Este nuevo pantalón no me deja dar grandes zancadas, no debería estar corriendo, no sin calentar, no con estos quince kilos de más. No puedo pisar con fuerza si no quiero lesionarme las rodillas, pero tengo que llegar YA a la terminal. Balanceo mi peso entre los pies, la mayoría de mis pasos los doy con las puntas. Afortunadamente, mi hermano me regaló estos buenos tenis que tienen una excelente amortiguación. 

Hay mucha gente, la mayoría camina rápido pero otros son más lentos que un tortuga reumática, lo peor es que ni siquiera van lento por observar todo lo que el Túnel de la Ciencia muestra. ¿Cuántos veces he pasado por ahí? Nunca me detengo a ver nada, siempre voy caminando a buena velocidad, pero aun así logro disfrutar casi todo. Pero hoy voy corriendo, frenando, saltando. Esquivo a la gente, cada pequeño espacio que encuentro lo aprovecho y me deslizo entre la gente.

Pero no falta que vayan dos o tres personas como soldados Tebanos, todo el espacio ocupado y me dan ganas de saltar la valla para seguir corriendo del otro lado, aunque vaya en sentido contrario, pero me abstengo ante la presencia de un par de policías, precisamente recargados sobre la valla. No creo que estén de servicio, pero es mejor no averiguar. De pronto logro ver un pequeño espacio, pegado a la valla, una mujer va unos pocos pasos adelante de un hombre mayor. Me equivoqué, no puedo pasar entre ellos. Molesto como estoy, quiero gritar "Muévete gorda nalgona", pero me limito a pensarlo mientras camino detrás de la mujer que, o es telépata o mi respiración agitada la hizo salir de su distracción y se hizo a un lado.

Tras un pequeño salto, mientras sonrío aliviado, de nuevo me impulso hacia delante con los brazos extendidos hacia atrás. Poco antes de la parte donde están las constelaciones esto se empieza a despejar y entonces acelero y trazo una curva, pienso en un cometa cuyo curso se altera por la gravedad de un gran planeta. Viene a mi mente el Shoemaker- Levi 9, que precisamente se estrelló en Júpiter en el 94. 

¡MIERDA! Casi no veo y la gente se arremolina, no puedo ver espacios por donde pasar. Me veo obligado a frenar, hacerme a un lado, dejar pasar. Ya comienzo a ver mejor, lástima que no puedo ver con detenimiento las fotos de novas y supernovas. 

Un trío de quinceañeros acelera al  verme pasar, vuelvo la vista y les sonrío, ¿piensan que pueden alcanzarme? ¡Por supuesto que no! Soy un fantasma, niños. Acaban de ver a un fantasma sonreír y desaparecer entre el gentío. 

Por fin llego a la escalinata que me llevará al siguiente andén. Subo las escaleras de tres en tres, me abro paso entre la gente, imagino como se vería mi trayectoria si me colocaran un sombrero de leds, como si se tratara de observar a un microbicho con un flouróforo encima. Llego al andén y mientras espero el siguiente tren tomo grandes bocanadas de aire, me mantengo en movimiento, no quiero enfriarme. 

Llega el tren y entro en el de un salto, me mantengo en movimiento dando pequeños saltos y en cuanto llego a la siguiente estación de nuevo arranco desesperado, no debo haber pasado más que un minuto y medio esperando el tren, pero necesito llegar YA . Llego a los torniquetes, que los odio, deberían quitarlos. Pensando en ello, en el torniquete de al lado un hombre se atora, el joven detrás de él se quiere meter al que estoy tratando de entrar sin golpearme los testísculos. Le doy un empellón y lo hago rebotar como el pendejo que es. Atravieso el torniquete y de nuevo corro a las escaleras. 

En el camino, el joven que quiso cerrarme el paso me da alcance, pero lo rebaso y lo pierdo en las escaleras. Salgo de la estación y corro hacia la terminal, mis costados comienzan a doler. Cruzo la calle sin fijarme si tengo luz verde o no. Una vez dentro de la terminal, aminoro la marcha y entonces me deslizo al llegar a la ventanilla: "A San Juan del Río, por favor, señorita" digo sonriendo, tratando de no parecer agitado.

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