domingo, 10 de noviembre de 2013

Beatitud artificial? 3/?

El otro día mi blog recibió un boom de visitas, como nunca antes. Ni el post de los reptilianos, por más que me han vilipendiado, insultado y atacado de manera por demás atroz, ha tenido tantas visitas como la reseña que hice sobre los cómics del Listo. ¡Y EN UN DíA! Más bien, unas cuantas horas. Hasta aparecimos en menéame

Sirvió la reseña, además, para que el maestro Águeda le echara un lente a la parte anterior de este cuento. No sé si le gustó, pero me dejó un +1. Confiésoles que eso es un gran alivio, siendo que desde el 2010 los blogs cayeron en decadencia y el día de hoy es raro aquel blogger que postea seguido y aun más raro recibir comentarios, al menos aquí en este chiringuito. Así que con mayor motivación, subo esta tercera parte del cuento que aún no termino y que sigo sin decidir un título. Espero les guste y se queden picados :D


Tan pronto como iniciaron nuestros entrenamientos, comenzaron los problemas. La premisa básica para resistir al influjo de los aselianos es despojarse de creencias, ser capaz de silenciar la capacidad para creer en lo irracional, de otro modo se abre una brecha en la seguridad de la mente, por pequeña que sea la grieta, bastaría para ser embaucado por ellos, como sucedió con la hermana de Adi.

Durante nuestra primera crisis, parte del problema era mi falta de creencias religiosas. La mayoría de los Neohumanos son ateos o no pertenecen a ninguna asociación religiosa. Pero no Adi, ella pertenecía a una iglesia unitaria, recuerdo que se había convertido porque su poeta favorito, Ralph Waldo Emerson, practicó esa fe. Nos enfrascamos en más de una veintena de discusiones debido a esa diferencia entre nosotros: yo no me convertiría y ella no dejaría su fe. No es que yo se lo pidiera, simplemente proponía un punto de vista racional, pero ella lo veía como un ataque personal a su fe.

El conflicto volvió, la mención de la premisa básica de nuestro entrenamiento causó otra confrontación ideológica sin sentido que culminó abruptamente cuando ella se fue de la base con los ojos como tizones. La dejé partir, pues era evidente que el tema de abandonar sus creencias causaría problemas. Me fui un rato al gimnasio y me hallé a Black Bruce.

–¿Qué pasa, hombre? –dijo al verme entrar, levantándose del banco.
–Quiero hacer ejercicio. ¿Terminaste de usar el banco?
–Sí, ¿quieres que le cambie los discos? –su pregunta cargaba un tufillo a burla.
–No –respondí mientras comenzaba mi calentamiento.
–El peso te puede vencer, son 130 kilos, flacucho –Bruce siempre tuvo una complexión mayor que la mía, antes de mi auto exilio yo pesaba 85 kilos y él 93, al volver a la agencia había perdido 15 kilos.
–Hijo mío –le dije sonriendo al terminar mi calentamiento–. No sabes lo que dices –y levanté la barra con una sola mano, en una flexión y luego la elevé sobre mi cabeza.
You damned motherfucker! –exclamó antes de quedarse boquiabierto.
–Cuando termines tu rutina, te veo en el ring –gruñí al dejar la barra sobre el banco–. Verás que no estuve ganduleando en China –ambos sonreímos con malicia.

Ambos terminamos nuestra rutina de ejercicio y nos equipamos para nuestro encuentro en el ring. Tres rounds bastaron para demostrarle a Bruce que la potencia de mis golpes se había incrementado pese a la disminución de mi peso. No es de extrañarse, los Neohumanos, entre otras cosas, tenemos una configuración muscular diferente, un metabolismo más eficiente, mayores reflejos y longevidad, a la edad de 34 años, aun no alcanzaba el pico de mis capacidades físicas. Bruce sonrió satisfecho después del encuentro y me deseó suerte.

Más tarde encontré a Adi en una antigua iglesia luterana, la Christuskirche. Estaba sentada en una banca, esperaba encontrarla sacudiendo su pie izquierdo con nerviosismo, mas se hallaba muy serena. Pasé a un lado de ella y me dirigí a un púlpito. Había poca gente en la iglesia, principalmente turistas, no parecía haber ministros. Aclaré mi garganta y desde el púlpito canté el Gloria in excelsis Deo. Cuando terminé, Adi me miró y comenzó a sacudir su pie izquierdo. Comencé a cantar una antiquísima canción, Maria dolce Maria, compuesta por Francesca Paccini, Adi se levantó y salió de la iglesia mientras cantaba, cuando terminé los turistas me aplaudieron.
 
–¿Por qué me haces esto? –me dijo Adi cuando la alcancé a la puerta de la iglesia, sus ojos vibraban–. ¿Por qué tienes que burlarte de mi y de mis creencias?
–No era mi intención. La música sacra a veces me conmueve hasta las lágrimas, ¿recuerdas? A veces me gusta entrar a las iglesias a meditar y en ocasiones me provoca cantar. En realidad me quería lucir contigo.
–Tonto –me dijo tras besarme en la mejilla.
–Dime en qué creen los que asesinaron a nuestros padres, no de los Neohumanos, sino de los extraterrestres.
–Creen que son demonios.
–¿Y qué más?
–Que son extraterrestres transdimensionales, que son demonios. ¿Por qué me lo preguntas, Braulio?
–Mientras más sabemos, menos entendemos, Adi. ¿Te parece que es válido decir que son seres que se transmolecularizan y que son transdimensionales aunque todos hemos visto las naves?
–No. No tiene mucho sentido .
–Estás consciente que no perteneces a la misma especie a la que pertenecieron aquellos que escribieron la Biblia, ¿cierto? Aquellos que dijeron, en la edad del bronce, que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios.
–¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? –replicó deteniéndose, sus ojos parecían oscurecerse.
–Estás viendo las naves, Adi, e insistes que los extraterrestres vienen de otra dimensión –dije volviendo la vista hacia ella, luego puse mis manos sobre sus hombros–. Lo que te pido es que analices todas las creencias que tienes y que valores todas las posibles explicaciones, todo lo que podría comprobarlas y qué validez tienen. Quiero que pienses en todo lo que crees, pero también en todo lo que sabes y que veas la diferencia entre saber y creer, entre sospechar, dudar y tener una certeza de algo sin evidencia o argumento que lo soporte. Quiero que reflexiones por qué aunque la música y el arte sacro me generan sentimientos tan intensos, no tengo creencias religiosas. Quiero que pienses en tu hermana y sus creencias, en por qué tú no crees en lo mismo y por qué ella no cree lo mismo que tú.
–Los aselianos no son dioses, ni tienen un dios oculto en su planeta –miraba hacia la calle.
–¿Por qué dices que no? –sonreí, ella miró a otro lado –. ¿Por qué no lo crees?
–Porque no es verdad. Por la misma razón por la que no creo en Tamuz o en Xipe Totec –respondió sacudiendo su pie izquierdo.
–¿Y qué razones tenía la gente que creía en ellos para creer?
–Las mismas que yo –cesó de sacudir su pie y miró al piso– para creer en Yavhé –dijo tras una pausa y me miró con sus ojos que volvían a ser gélidos, como solía describirlos.
–Regresemos a la base, hay mucho que hacer.

Los siguientes días continuamos ensayando diversos métodos de meditación y técnicas de combate. Por las noches trabajamos en un dispositivo espía estándar de la Agencia, un insecto robot, para reducirlo de tamaño en lo posible y conferirle la capacidad de colectar muestras. De acuerdo con un informe de McGrath, esos cabrones de la Hermandad de las Almas Puras le daban un fármaco a sus fieles con el fin de de causarles diversos efectos en el sistema límbico, en especial sobre la amígala cerebral, de manera que los adeptos se volvían dóciles e incapaces de responder al peligro, se volvían incapaces de identificar las amenazas a la vida o a la libertad, probablemente debido a un efecto del fármaco sobre el Área Tegmental Ventral, de modo que siempre estaban felices.
 
Teníamos que conseguir muestras del fármaco y exponernos a él, con el fin de generar una vía para bloquear sus efectos, en casi dos semanas, las pruebas con el insecto robot nos dieron resultados más que excelentes. También supimos que la gente de La Hermandad de las Almas Puras estaba tomando muestras de la sangre de los Neohumanos, pero no sabíamos para qué las querían ni por qué a los Homo sapiens no les pedían muestras de sangre.
Además de buscar el modo de contrarrestar los efectos del fármaco, debíamos probar cómo comunicarnos con una persona bajo sus efectos, uno de los dos tenía que dejarse drogar y el otro debía intentar estimular una respuesta por medio de una forma de comunicación. Era necesario intentar un método de comunicación, que no fuera detectable ni comprensible para los escarabajos esclavistas, que además pudiera sacar poco a poco a los esclavos de la influencia del fármaco. Y tenía uno en mente.

Cuando aparecieron los primeros Neohumanos, se observó que los recién nacidos tenían diversas expresiones faciales que los humanos no tenían, se trataba de microexpresiones generadas por rápidas y repetidas contracciones de los músculos faciales. Conforme los sujetos en observación crecían y socializaban entre ellos, notaron que los niños tenían conductas organizadas, a pesar de que no podían hablar, esta interacción estaba fundamentada en las múltiples expresiones faciales que estos niños tenían y que podían entender claramente, de modo que los Neohumanos tenían un complejo lenguaje al parecer, completamente instintivo.

Otros experimentos confirmaron la última premisa. Varios grupos de niños Neohumanos de diferentes edades y nacionalidades interactuaban entre ellos y de nueva cuenta las actividades y comportamientos organizados se observaron entre todos los niños, sin excepción, sin importar la nacionalidad, qué tan lejos habían nacido unos de otros, todos los niños tenían un complejo lenguaje no verbal que era comprendido universalmente entre ellos.

Dicho lenguaje no verbal, estaba compuesto, además de las rápidas y repetidas contracciones de los músculos faciales, por cambios en la forma del iris y de la pupila, en particular, la aparición de líneas rojas en el iris, así como vibraciones del globo ocular. Más adelante, tras aprender a hablar, los niños Neohumanos dejaban de utilizar el lenguaje no verbal propio de ellos, adoptando un lenguaje no verbal regional o propio de las sociedades en las que eran educados. Pocos eran los adultos que aún utilizaban las expresiones faciales particulares de su especie y no se sabía a ciencia cierta si en la vida adulta, el lenguaje seguía siendo universalmente comprendido entre los Neohumanos.

Lo cierto es que, para evitar ser detectados como Neohumanos, millones de ellos hacían lo imposible por ocultar sus expresiones especiales, de modo que los grupos de fanáticos como Sephirot o la Unión del Pueblo de Dios contra las Aberraciones de Satán (UPDAS), los identificaran y así conservaron sus vidas. Adi, luego de su experiencia traumática, además de haber perdido gran parte de su memoria, había perdido la capacidad para controlar sus microexpresiones, particularmente las que involucraban a los ojos. Mientras discutíamos como entrenarnos para comunicarnos con los esclavos de los aselianos, ella miraba hacia otro lado.

–¡Mírame! –en una de tantas la tomé del mentón, obligándola a verme a los ojos, los suyos vibraban y aparecieron cuatro líneas en la parte superior de sus iris, señal de que estaba furiosa–. Eso que tratas desesperadamente de ocultar, vas a aprender a controlarlo, ¿me oyes? –ella movió mi mano para librarse de ella.
–No sabes lo que me estás pidiendo –me dijo mientras aparecían varias contracciones en su labio inferior y su iris adoptó forma de media luna, era algo muy doloroso para ella.
–Claro que sí. Sé que ocultarte de ese modo te sirvió para salvar tu vida, Adi. Pero en este caso tienes que aceptarte a ti misma como Neohumana con todo lo que eso implica, pues de eso depende la vida de tu hermana.
–No pensé que fueras a hacerme daño de este modo.
–Adi, tú le pediste a Cranston que me involucraran en esto. Conociendo a Cranston, él no daría luz verde a esto solo por ti o por mi. Necesitaba saber algo, un detalle en especial, que le hiciera confiar en que yo era el indicado para esta misión y ese detalle es mi capacidad para sobreponerme al lavado de cerebro, lo cual, además de mi, únicamente tú lo conocías, necesariamente Cranston se enteró porque tú se lo dijiste. Así que no me hables de daños, Adi. Traicionaste mi confianza.
–Tenía que hacerlo, Braulio. Mi hermana... –sus ojos vibraban y su iris se hizo más ancho.
–No lo digas –dije y sus ojos se clavaron en los míos–. No te quejes si sabías que yo puedo hacer esto. Vamos a hacerlo.

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