El otro día mi blog recibió un boom de visitas, como nunca antes. Ni el post de los reptilianos, por más que me han vilipendiado, insultado y atacado de manera por demás atroz, ha tenido tantas visitas como la reseña que hice sobre los cómics del Listo. ¡Y EN UN DíA! Más bien, unas cuantas horas. Hasta aparecimos en menéame.
Sirvió la reseña, además, para que el maestro Águeda le echara un lente a la parte anterior de este cuento. No sé si le gustó, pero me dejó un +1. Confiésoles que eso es un gran alivio, siendo que desde el 2010 los blogs cayeron en decadencia y el día de hoy es raro aquel blogger que postea seguido y aun más raro recibir comentarios, al menos aquí en este chiringuito. Así que con mayor motivación, subo esta tercera parte del cuento que aún no termino y que sigo sin decidir un título. Espero les guste y se queden picados :D
Tan pronto como iniciaron nuestros entrenamientos, comenzaron los
problemas. La premisa básica para resistir al influjo de los
aselianos es despojarse de creencias, ser capaz de silenciar
la capacidad para creer en lo irracional, de otro modo se abre una
brecha en la seguridad de la mente, por pequeña que sea la grieta,
bastaría para ser embaucado por ellos, como sucedió con la hermana
de Adi.
Durante nuestra primera crisis, parte del problema era mi falta de
creencias religiosas. La mayoría de los Neohumanos son ateos
o no pertenecen a ninguna asociación religiosa. Pero no Adi, ella
pertenecía a una iglesia unitaria, recuerdo que se había convertido
porque su poeta favorito, Ralph Waldo Emerson, practicó esa fe. Nos
enfrascamos en más de una veintena de discusiones debido a esa
diferencia entre nosotros: yo no me convertiría y ella no dejaría
su fe. No es que yo se lo pidiera, simplemente proponía un punto de
vista racional, pero ella lo veía como un ataque personal a su fe.
El conflicto volvió, la mención de la premisa básica de nuestro
entrenamiento causó otra confrontación ideológica sin sentido que
culminó abruptamente cuando ella se fue de la base con los ojos como
tizones. La dejé partir, pues era evidente que el tema de abandonar
sus creencias causaría problemas. Me fui un rato al gimnasio y me
hallé a Black Bruce.
–¿Qué pasa, hombre? –dijo al verme entrar, levantándose del
banco.
–Quiero hacer ejercicio. ¿Terminaste de usar el banco?
–Sí, ¿quieres que le cambie los discos? –su pregunta cargaba
un tufillo a burla.
–No –respondí mientras comenzaba mi calentamiento.
–El peso te puede vencer, son 130 kilos, flacucho –Bruce siempre
tuvo una complexión mayor que la mía, antes de mi auto exilio yo
pesaba 85 kilos y él 93, al volver a la agencia había perdido 15
kilos.
–Hijo mío –le dije sonriendo al terminar mi calentamiento–.
No sabes lo que dices –y levanté la barra con una sola mano, en
una flexión y luego la elevé sobre mi cabeza.
–You damned motherfucker! –exclamó antes de quedarse
boquiabierto.
–Cuando termines tu rutina, te veo en el ring –gruñí al dejar
la barra sobre el banco–. Verás que no estuve ganduleando en China
–ambos sonreímos con malicia.
Ambos terminamos nuestra rutina de ejercicio y nos equipamos para
nuestro encuentro en el ring. Tres rounds bastaron para demostrarle a
Bruce que la potencia de mis golpes se había incrementado pese a la
disminución de mi peso. No es de extrañarse, los Neohumanos,
entre otras cosas, tenemos una configuración muscular diferente,
un metabolismo más eficiente, mayores reflejos y longevidad, a la
edad de 34 años, aun no alcanzaba el pico de mis capacidades
físicas. Bruce sonrió satisfecho después del encuentro y me deseó
suerte.
Más tarde encontré a Adi en una antigua iglesia luterana, la
Christuskirche. Estaba sentada en una banca, esperaba
encontrarla sacudiendo su pie izquierdo con nerviosismo, mas se
hallaba muy serena. Pasé a un lado de ella y me dirigí a un
púlpito. Había poca gente en la iglesia, principalmente turistas,
no parecía haber ministros. Aclaré mi garganta y desde el púlpito
canté el Gloria in excelsis Deo. Cuando terminé, Adi
me miró y comenzó a sacudir su pie izquierdo. Comencé a cantar una
antiquísima canción, Maria dolce Maria, compuesta por
Francesca Paccini, Adi se levantó y salió de la iglesia mientras
cantaba, cuando terminé los turistas me aplaudieron.
–¿Por qué me haces esto? –me dijo Adi cuando la alcancé
a la puerta de la iglesia, sus ojos vibraban–. ¿Por qué tienes
que burlarte de mi y de mis creencias?
–No era mi intención. La música sacra a veces me conmueve hasta
las lágrimas, ¿recuerdas? A veces me gusta entrar a las iglesias a
meditar y en ocasiones me provoca cantar. En realidad me quería
lucir contigo.
–Tonto –me dijo tras besarme en la mejilla.
–Dime en qué creen los que asesinaron a nuestros padres, no de
los Neohumanos, sino de los extraterrestres.
–Creen que son demonios.
–¿Y qué más?
–Que son extraterrestres transdimensionales, que son
demonios. ¿Por qué me lo preguntas, Braulio?
–Mientras más sabemos, menos entendemos, Adi. ¿Te parece que es
válido decir que son seres que se transmolecularizan y que
son transdimensionales aunque todos hemos visto las naves?
–No. No tiene mucho sentido .
–Estás consciente que no perteneces a la misma especie a la que
pertenecieron aquellos que escribieron la Biblia, ¿cierto? Aquellos
que dijeron, en la edad del bronce, que el hombre fue creado a imagen
y semejanza de Dios.
–¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? –replicó
deteniéndose, sus ojos parecían oscurecerse.
–Estás viendo las naves, Adi, e insistes que los extraterrestres
vienen de otra dimensión –dije volviendo la vista hacia ella,
luego puse mis manos sobre sus hombros–. Lo que te pido es que
analices todas las creencias que tienes y que valores todas las
posibles explicaciones, todo lo que podría comprobarlas y qué
validez tienen. Quiero que pienses en todo lo que crees, pero también
en todo lo que sabes y que veas la diferencia entre saber y creer,
entre sospechar, dudar y tener una certeza de algo sin evidencia o
argumento que lo soporte. Quiero que reflexiones por qué aunque la
música y el arte sacro me generan sentimientos tan intensos, no
tengo creencias religiosas. Quiero que pienses en tu hermana y sus
creencias, en por qué tú no crees en lo mismo y por qué ella no
cree lo mismo que tú.
–Los aselianos no son dioses, ni tienen un dios oculto en su
planeta –miraba hacia la calle.
–¿Por qué dices que no? –sonreí, ella miró a otro lado –.
¿Por qué no lo crees?
–Porque no es verdad. Por la misma razón por la que no creo en
Tamuz o en Xipe Totec –respondió sacudiendo su pie
izquierdo.
–¿Y qué razones tenía la gente que creía en ellos para creer?
–Las mismas que yo –cesó de sacudir su pie y miró al piso–
para creer en Yavhé –dijo tras una pausa y me miró con sus ojos
que volvían a ser gélidos, como solía describirlos.
–Regresemos a la base, hay mucho que hacer.
Los siguientes días continuamos ensayando diversos métodos de
meditación y técnicas de combate. Por las noches trabajamos en un
dispositivo espía estándar de la Agencia, un insecto robot,
para reducirlo de tamaño en lo posible y conferirle la capacidad de
colectar muestras. De acuerdo con un informe de McGrath, esos
cabrones de la Hermandad de las Almas Puras le daban un
fármaco a sus fieles con el fin de de causarles diversos efectos en
el sistema límbico, en especial sobre la amígala cerebral, de
manera que los adeptos se volvían dóciles e incapaces de responder
al peligro, se volvían incapaces de identificar las amenazas a la
vida o a la libertad, probablemente debido a un efecto del fármaco
sobre el Área Tegmental Ventral, de modo que siempre estaban
felices.
Teníamos que conseguir muestras del fármaco y exponernos a
él, con el fin de generar una vía para bloquear sus efectos, en
casi dos semanas, las pruebas con el insecto robot nos dieron
resultados más que excelentes. También supimos que la gente de La
Hermandad de las Almas Puras estaba tomando muestras de la
sangre de los Neohumanos, pero no sabíamos para qué las
querían ni por qué a los Homo sapiens no les pedían
muestras de sangre.
Además de buscar el modo de contrarrestar los efectos del fármaco,
debíamos probar cómo comunicarnos con una persona bajo sus efectos,
uno de los dos tenía que dejarse drogar y el otro debía intentar
estimular una respuesta por medio de una forma de comunicación. Era
necesario intentar un método de comunicación, que no fuera
detectable ni comprensible para los escarabajos esclavistas, que
además pudiera sacar poco a poco a los esclavos de la influencia del
fármaco. Y tenía uno en mente.
Cuando aparecieron los primeros Neohumanos, se observó que
los recién nacidos tenían diversas expresiones faciales que los
humanos no tenían, se trataba de microexpresiones generadas
por rápidas y repetidas contracciones de los músculos faciales.
Conforme los sujetos en observación crecían y socializaban entre
ellos, notaron que los niños tenían conductas organizadas, a pesar
de que no podían hablar, esta interacción estaba fundamentada en
las múltiples expresiones faciales que estos niños tenían y que
podían entender claramente, de modo que los Neohumanos tenían
un complejo lenguaje al parecer, completamente instintivo.
Otros experimentos confirmaron la última premisa. Varios grupos de
niños Neohumanos de diferentes edades y nacionalidades
interactuaban entre ellos y de nueva cuenta las actividades y
comportamientos organizados se observaron entre todos los niños, sin
excepción, sin importar la nacionalidad, qué tan lejos habían
nacido unos de otros, todos los niños tenían un complejo lenguaje
no verbal que era comprendido universalmente entre ellos.
Dicho lenguaje no verbal, estaba compuesto, además de las rápidas
y repetidas contracciones de los músculos faciales, por cambios en
la forma del iris y de la pupila, en particular, la aparición de
líneas rojas en el iris, así como vibraciones del globo ocular. Más
adelante, tras aprender a hablar, los niños Neohumanos
dejaban de utilizar el lenguaje no verbal propio de ellos, adoptando
un lenguaje no verbal regional o propio de las sociedades en las que
eran educados. Pocos eran los adultos que aún utilizaban las
expresiones faciales particulares de su especie y no se sabía a
ciencia cierta si en la vida adulta, el lenguaje seguía siendo
universalmente comprendido entre los Neohumanos.
Lo cierto es que, para evitar ser detectados como Neohumanos,
millones de ellos hacían lo imposible por ocultar sus
expresiones especiales, de modo que los grupos de fanáticos como
Sephirot o la Unión del Pueblo de Dios contra las
Aberraciones de Satán (UPDAS), los identificaran y así
conservaron sus vidas. Adi, luego de su experiencia traumática,
además de haber perdido gran parte de su memoria, había perdido la
capacidad para controlar sus microexpresiones, particularmente
las que involucraban a los ojos. Mientras discutíamos como
entrenarnos para comunicarnos con los esclavos de los aselianos, ella
miraba hacia otro lado.
–¡Mírame! –en una de tantas la tomé del mentón, obligándola
a verme a los ojos, los suyos vibraban y aparecieron cuatro líneas
en la parte superior de sus iris, señal de que estaba furiosa–.
Eso que tratas desesperadamente de ocultar, vas a aprender a
controlarlo, ¿me oyes? –ella movió mi mano para librarse de ella.
–No sabes lo que me estás pidiendo –me dijo mientras aparecían
varias contracciones en su labio inferior y su iris adoptó forma de
media luna, era algo muy doloroso para ella.
–Claro que sí. Sé que ocultarte de ese modo te sirvió para
salvar tu vida, Adi. Pero en este caso tienes que aceptarte a ti
misma como Neohumana con todo lo que eso implica, pues de eso
depende la vida de tu hermana.
–No pensé que fueras a hacerme daño de este modo.
–Adi, tú le pediste a Cranston que me involucraran en esto.
Conociendo a Cranston, él no daría luz verde a esto solo por ti o
por mi. Necesitaba saber algo, un detalle en especial, que le hiciera
confiar en que yo era el indicado para esta misión y ese detalle es
mi capacidad para sobreponerme al lavado de cerebro, lo cual, además
de mi, únicamente tú lo conocías, necesariamente Cranston se
enteró porque tú se lo dijiste. Así que no me hables de daños,
Adi. Traicionaste mi confianza.
–Tenía que hacerlo, Braulio. Mi hermana... –sus ojos vibraban y
su iris se hizo más ancho.
–No lo digas –dije y sus ojos se clavaron en los míos–. No te
quejes si sabías que yo puedo hacer esto. Vamos a hacerlo.
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