Adler
es una Neohumana, como
yo. La Agencia la
reclutó como parte de un programa especial de entrenamiento para
futuros cazatalentos,
pero terminó como agente de campo, a pesar de que no se contaba con
un perfil completo de ella, la habían encontrado en un hospital en
el que se había recuperado de un severo accidente y no recordaba
quién era, de dónde venía ni a su familia. Solo pudo decir que su
apellido era Adler. Era toda una rareza, pues los Neohumanos
no olvidamos.
Como
muchos Neohumanos, los
padres de Adler fueron asesinados por un grupo de fanáticos
religiosos que creen que somos una abominación. Somos simplemente
otra especie del género Homo
o una subespecie del Homo sapiens, pero
a pesar de todos los avances científicos y culturales de nuestra
época, aun hay imbéciles que niegan la Teoría de la Evolución
como verdad científica.
En
el 2938 hubo un incidente que puso en riesgo no solo la estabilidad
de las relaciones de La Tierra con la Confederación de los
Diez, sino la existencia de la
vida en el planeta. Una de las naves Embajadoras
se estacionó en Israel y tres operaciones de bandera falsa
que salieron mal tuvieron como consecuencia la destrucción de un
reactor de la nave Embajadora
que causó la liberación de radiaciones sigma
y omicrón,
desconocidas hasta entonces en La Tierra. La explosión abrió un
cráter de 250 kilómetros de diámetro y 580 de profundidad, aunque
se realizaron diversos esfuerzos por contener la radiación y
remediar el suelo y el agua, muchos creen que la explosión alcanzó
la ionósfera, pues se observó una suerte de aurora
durante cerca de un año, de
manera que las radiaciones se quedaron permanente en La Tierra y
gradualmente permearon en la atmósfera.
A
partir de ese evento, durante los siguientes doscientos años, se
observaron cambios en todos los seres vivos de nuestro planeta, poco
a poco comenzaron a aparecer nuevas especies de hongos y bacterias
primero; y pocos años después, de plantas y animales. Por último,
comenzaron a aparecer humanos con diferencias que se hacían más
patentes en cada generación hasta que finalmente, trescientos
cincuenta años después de aquella explosión, aparecimos los
Neohumanos. Muchos
creen que somos resultado directo de las radiaciones sigma
y omicrón, que por lo
tanto no deberíamos de existir, que no somos producto del curso de
la evolución y los más pringados creen que fuimos creados por
ingenieros genetistas extraterrestres y que somos un instrumento de
ellos para establecer su dominio sobre la humanidad. Esa clase de
fanáticos de mierda fueron los que asesinaron a los padres de Adler
y a los míos.
Yo
entrené a Adler y nuestra primera misión juntos fue frustrar un
atentado contra una comunidad de Neohumanos
que sería perpetrado por una célula de una organización conocida
como Sephirot.
En los cuarteles comenzamos a
llamarla Adi, pero a
ella no le gustaba porque decía que así le decían de cariño a
Adolf Hitler.
–Solo tú me puedes decir Adi –me dijo un día y me plantó un
beso.
Mientras
caminábamos, íbamos en silencio, otro rasgo característico de Adi
y recordé la primera vez que salimos juntos. Estábamos en Barein,
en Dar Kulaib, y al salir de un cine nos salieron al paso cinco
asaltantes armados, a todas luces yonkis,
Adler se aprestó para atacarlos, pero yo fingí un infarto y los
asaltantes se acojonaron y huyeron. Adler comenzó a gritar pidiendo
ayuda, pero cuando me levanté ríendome como un poseso, ella se
cabreó y comenzó a golpearme.
–En la puta vida vuelvo a salir contigo –me dijo y se alejó. Me
pasé toda la noche buscándola por la ciudad. Al recordarlo comencé
a reír.
–¿De qué te ríes? –inquirió en voz baja.
–¿Te acuerdas de la primera vez que salimos? –respondí
sonriendo.
–Tonto del culo –respondió inexpresiva.
Adler
y yo estuvimos juntos casi tres años, durante el primero de ellos
tuvimos una crisis por mi personalidad, a su parecer, compleja
y agria. La siguiente ocurrió
cuando creímos que Adler era de otra especie, ella era Homo
parasapiens y yo Homo
neosapiens, cuando se enteró
lloró amargamente por días porque no podríamos tener hijos de
forma natural. Por más que le quise hacer entender que podríamos
hacer uso de la fertilización in vitro,
ella estaba empecinada en que eso no era natural y que tener un niño
probeta le haría recordar día
tras día el estigma de ser un producto de la perversidad
alienígena. Cuando ocurrió el
asunto de los Illuminati,
aquello terminó por separarnos y precipitó mi auto exilio.
Durante
el tiempo que estuve en la China fantasma
supimos que no éramos de diferente especie, se detectaron
innumerables errores e inconsistencias en las investigaciones y los
Neohumanos dejamos de
ser clasificados en diferentes categorías. Durante ese tiempo, La
Agencia averiguó quienes eran
los padres de Adler, así como su nombre real, también hallaron a su
hermana. Adler me explicó que su hermana ingresó a la Hermandad
de las Almas Puras, la
organización fachada de esos malditos escarabajos esclavistas, y
evidentemente cayó presa de esos cabrones. Adler es la causa por la
que me sacaron de mi exilio, McGrath y otros regentes
regionales como
Hirsi, Roettgen y Del Nero comenzaron a organizar la operación para
rescatar a los esclavos y seleccionaron a varios Neohumanos
para llevarla a cabo, pero fue Adler quien le pidió a Ernest
Cranston que me buscaran para darme la misión. De modo que si no
aceptaba hacerlo por La Agencia
o por los Neohumanos,
ella me lo pedía como un favor personal, para rescatar a su hermana.
–Por cierto, no me llamo Adler –me dijo sonriendo–. Mi nombre
es Ada Velia Alessandri la Rosa.
–¿Cómo averiguaron tu identidad?
–No
fue fácil. Cuando atacaron mi casa y huí no me enteré, sino hasta
hace un año, que mi madre no murió de inmediato. En el hospital a
donde fue trasladada le tomaron muestras de ADN para identificación
posterior. Mi hermana solicitó mi búsqueda, entre los datos de
niños perdidos hace 17 años y aquellos que no fueron encontrados,
los casos de Neohumanos asesinados
en ese tiempo me encontré con el caso de una Neohumana
que llegó prácticamente a morir al hospital, Anna Paola la Rosa.
Busqué y encontré que Rossana Alessandri la Rosa buscaba a su
hermana, ella también había escapado cuando asesinaron a sus
padres. Contacté con ella y me reconoció de inmediato, pero yo no
la recordaba. Solicitamos al hospital que recibió a mi madre que nos
diera su muestra de ADN, pero ya no era viable, así que comparamos
nuestro ADN mitocondrial y es el mismo.
–Ya veo. ¿Has recuperado tus recuerdos perdidos, de tu vida antes
de la muerte de tus padres?
–No, no del todo. Pero mi hermana conservaba un viejo diario de mi
madre y eso me ha ayudado a comprender de dónde vengo.
–¿Sabes por qué te llamaron Ada Velia? ¿Crees que quizá tenías
alguna reminiscencia escondida en tu memoria y por eso dijiste que te
llamabas Adler?
–Podría
ser, pero eso ya no importa. No soy Adler, ¿recuerdas? –dijo
sonriendo–. De acuerdo al diario de mi madre, me dio ese nombre
porque cuando era niña la llevaron a Roma y en un paseo por el
Cimitero Verano vio la
tumba de una mujer llamada Ada Velia la Rosa vuida de Alessandri, su
lápida era preciosa, tenía un ángel recostado boca abajo. Mi madre
se impresionó y pensó que la mujer enterrada allí debió ser una
gran señora y obviamente, la coincidencia del apellido la Rosa con
el suyo la marcó. Años después, cuando conoció a mi padre,
Roberto Alessandri, se casaron y me concibieron, decidieron llamarme
como la mujer bajo aquella lápida –nos miramos largo rato,
inexpresivos. Al cabo de varios minutos dije:
–¿Todavía puedo llamarte Adi? –comenzó a llorar. La abracé y
ella se dejó atrapar entre mis brazos y derramó todas sus lágrimas
sobre mi pecho. En silencio, dejamos las calles y nos dirigimos a un
café que estaba abierto a las 3:00 AM.
Adler, Adi, ahora Ada Velia Alessandri se sentó frente a mi con sus
ojos congestionados y húmedos y miró hacia la ventana sin decir
nada durante casi media hora. Ni siquiera volvió la vista para
responder al mozo y pedir algo, pedí un café turco con agua de
rosas y cardamomo para cada uno.
No
tocó el café en más de una hora y no dijo ni media palabra,
mientras tanto el mozo nos atendía nervioso, comí a cuerpo de rey y
cambié el café por más Windhoek lager.
Me bebí el café que ella había dejado casi de un sorbo, sus ojos
habían vuelto a la normalidad.
–Hace cinco años que te separaste de mi y hoy me preguntas si aun
puedes llamarme Adi. ¿Sabes cuánto tiempo esperé para que
volvieras a llamarme de ese modo? ¿Tienes idea de cuántas veces me
imaginé que volvería a verte y me llamarías Adler con aspereza? No
me olvidaste, Braulio.
–Los
Neohumanos no olvidamos
–respondí sonriendo, ella soltó un leve bufido y miró de nuevo a
la ventana–. ¿Cómo podría, Adi? Es imposible.
–Braulio, ¿comprendes que recuperé mi vida, al menos parte de
ella?
–Y te la arrebataron, sí, Adi, lo entiendo. No necesitas decirme
más, voy a rescatar a tu hermana.
–Vamos. Yo iré contigo.
–En el 3312 me dijiste que tenías miedo de hallarte a otro grupo
de fanáticos, temías que te hubiesen identificado y que enviaran a
un francotirador o algo así. ¿Qué te dije? –se levantó y se
puso detrás de mi, me abrazó e imitó mi voz.
–Tú y yo acabamos con esos mendas, Adi, no van a volver. Acabé
con ellos junto a ti y lo volvería a hacer.
–Vamos a la base. Mañana hablaré con McGrath para decirle que
acepto la misión –tras un largo beso, pagamos la cuenta y nos
fuimos a la base.
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