Cada vez encuentro más problemas para darle orden a este churro, pero poco a poco esos vacíos se van llenando. No debería compartirles este capítulo, primero porque deberían leer uno anterior, pero ese capítulo anterior es de los varios que perdí, en segundo lugar porque es crucial para explicar muchas cosas dentro de la historia y finalmente porque no lo he terminado, así que solo les dejaré una parte para que se piquen jejeje.
Este capítulo se llama: Calma antes de la tormenta.
El
mes de septiembre acababa de nacer y con él, al parecer, las
intensas lluvias del mes de agosto cesaban. En el cielo se asomaban
algunas nubes, pero ninguna señal de lluvias torrenciales. El tiempo
estaba calmo, el aire cargaba poca humedad y el sol brillaba en todo
lo alto. Ese día, Bernardo despertó muy temprano, ansioso por
volver a Meldonam.
Durante
las primeras horas de la mañana, el inquieto muchacho estuvo atento
al cascabel que Gen An Ni le había dado. Recordaba la sensación de
llevar en sus manos las armas de los Mek ii chan, jugaba lanzando
golpes al aire, imaginando que abatía a los Malek il' kan. Se moría
de ganas por volver a Meldonam y observar a los extraños animales
que habitaban ese mundo. Sin embargo, sus amigos pensaban diferente,
querían volver a Meldonam para jugar. Pese a que ese lugar era
terriblemente peligroso, su belleza era exquisita, era un paraíso.
Lo mejor de todo, es que podían estar mucho tiempo allá y en La
Tierra solo habrían pasado un par de horas. Justo cuando pensaba en
eso, sus amigos estaban a la puerta.
- Abre loco.- dijo Homero. Bernardo recibió a sus amigos.
- Vamos, güey.- propuso Luis.
- ¿A dónde?- inquirió Bernardo.
- Allá, no te hagas. Vente, vamos.
- ¿Pero a qué?- se resistió Bernardo.
- A nadar al río, a comer frutas raras. Vamos, no seas mampo.- insistió Homero.
- Déjenme ir por una muda de ropa.
- ¡Así vente!- dijo Homero- Nadamos en calzones.
- ¡No!- dijo Bernardo con firmeza.- Vengan, les voy a decir por qué.- Los demás entraron y siguieron a Bernardo hasta su habitación y mientras sacaba unas prendas viejas les dijo:- Creo que va a ser importante que llevemos ropa para cambiarnos. La otra vez que fuimos, llegué todo enlodado a la casa y tuve que lavar mi ropa a mano. La siguiente vez, a Luis le arrancaron medio bolsillo del pantalón.
- A Homero se le mojó el uniforme y se le llenó de lodo. Luis le tuvo que prestar un uniforme.- recordó Gerardo.
- ¡Se veía bien cagado!- exclamó Roberto entre risas.
- Por eso les digo, vale la pena tener algo de ropa allá.
- Por lo que dices- dijo Roberto.- ¿Quiere decir que piensas ir muchas veces?
- Por supuesto.- respondió Bernardo con orgullo.- Recuerden que tengo el cascabel que me dio Gen An Ni para ir cuando nos llamen.
- ¿Y qué tal que te llaman a medio examen?- inquirió Roberto.
- O cagando- dijo Gerardo.- tras la risa de todos, José soltó su expresión característica:
- ¡Sí, güey! ¿Que tal que suena a las 2 de la mañana?
- A esa hora es común que esté despierto.- dijo Bernardo con seriedad.
- Pero nosotros no.- dijo Luis.- Ponle que yo esté despierto, ¿me vas a hablar por teléfono a mi casa a esa hora?
- Tiene razón el sombras, loco.- intervino Gerardo.
- Vámonos. En el camino lo pensaré.- bufó Bernardo una vez que terminó de guardar su ropa en una mochila.
En
el camino, los muchachos iban hablando sobre video juegos, deportes y
asuntos de la escuela. El único que no hablaba era Bernardo,
contrario a su costumbre. Él estaba estudiando qué argumentos usar
para convencer a sus amigos de adoptar la lucha de los Mek ii chan.
De pronto se distrajo y pensó en Irina, se imaginó que iba de campo
con ella y con Pamela, no pudo evitar sonreír de oreja a oreja
cuando imaginó a Irina saliendo del río en traje de baño. Luego
volvió a pensar en los peligros que habían pasado él y sus amigos
en ese extraño mundo. Pensó que ir de día de campo a Meldonam era
inmesamente riesgoso, pues no sabian en qué parte de aquel extraño
mundo los conduciría el portal, era imposible saber si llegarían a
territorio de los Malek il' kan o si encontrarían a un animal
peligroso. Al menos, en esa ocasión, sabían que el portal los
llevaría a una zona controlada por sus aliados.
Cuando
llegaron a la ceiba de la que habían salido el día anterior,
notaron que el tubo de pvc que habían atravesado en el portal seguía
allí. Miraron cuidadosamente a su alrededor, cerciorándose de que
nadie los viera entrar. Entraron uno a uno. Del otro lado del portal
los esperaba un ambiente húmedo y fresco, el día estaba por nacer.
Poco a poco se acostumbraron a la escasa luz y se dirigieron a una
rama del río hacia el sureste de la fortaleza de los Mek ii chan, en
la cual había una poza, de aproximadamente quince metros de
diámetro, lo suficiente para que los seis pudieran nadar a gusto. En
el camino, Homero los detuvo en seco y llevo un dedo a sus labios
indicándoles que no hicieran ruido.
- Es el animal de la otra vez- dijo en un susurro. En efecto, el Eremotherium les daba la espalda y no sabían si estaba dormido o buscando algo en la tierra.
- Vamos despacito- dijo Luis.
Los
muchachos avanzaron muy lentamente tratando de no hacer ruido,
mirando hacia la enorme bestia, vigilando que no se moviera. Pronto
empezó a clarear y delgadas columnas de luz se abrían paso entre
las hojas de los árboles, mientras los graznidos de las aves
estallaban en el aire. Mariposas de brillantes colores cruzaban ante
sus ojos. Insectos con aspecto de hoja lanceolada caminaban con
parsimonia entre las hojas muertas del suelo.
En
los árboles vieron a un grupo de monos de pelaje amarillento, eran
pequeños, no mayores a quince centímetros de altura. Algunos de
ellos, aparentemente machos adultos, eran un poco más altos y tenían
una espesa mata de pelo café alrededor del cuello. Los monos dejaron
de acicalarse y de comer frutas al notar la presencia de los
muchachos. Ambos grupos se observaron con curiosidad. Bernardo
sonreía. Un ejemplar joven saltó sobre la rama en la que estaba
parado y se dirigió a la punta de la misma, colocándose más cerca
de los muchachos. Bernardo se acercó sonriendo, lentamente y una vez
al alcance del mono, este le tocó la nariz y retrocedió de
inmediato. Bernardo acercó su mano al mono, pero este la rechazó y
le dio un fuerte pellizco en la nariz. Sus amigos comezaron a reír y
los monos se alejaron asustados, trepando a las partes más altas de
los árboles.
Caminaron
unos metros más mientras Bernardo se dolía de la nariz y trataba de
recobrar la calma. Estando a pocos metros de la poza, vieron a un
animal que bebía de la rama del río. Este se percató de la
presencia de los muchachos y los miró fijamente, se acercó un poco
a ellos.
- ¿Será un coyote?- inquirió Roberto.
- No. Es un Canis dire.- dijo Bernardo en un susurro.
- ¿Qué es eso?- preguntó Luis, de igual manera.
- Era una especie de lobo, más grande que el lobo actual.
- ¿Qué hacemos?- dijo Roberto.
- Quédense quietos. No lo miren.- dijeron Homero y Bernardo a la vez.- al cabo de un minuto, el lobo desapareció.
- ¡Lo bueno es que iba solo!- dijo José.
Al
llegar a la poza, los muchachos empezaron a quitarse la ropa, pero
una duda asaltó a José.
- ¿Qué tienes, mostro?- preguntó Roberto.
- ¡Eh! ¿Sigues?- replicó molesto porque lo llamaron por su mote.
- No te enojes, es de cariño.- respondió Roberto con una sonrisa sincera en su rostro.
- Es que, tal vez hay alguna alimaña en el agua.
- ¿Como qué?- inquirió Homero.- Algún pez prehistórico.
- O una culebra de agua- apuntó Gerardo.
- Metamos un palo, a ver qué sale.- sugirió Luis.
- No hace falta.- dijo Bernardo. - Miren, el agua está clara. No más se ven unos peces pequeños. No creo que nos hagan daño.
Una
vez que cada uno de ellos colgó sus ropas en la rama de algún
árbol, todos se tiraron a la poza sin preocupaciones y lanzaron
alegres expresiones acerca de la frescura del agua. Nadaron y se
lanzaron agua, jugaron a intentar hundirse mutuamente, José rehuyó
ese juego, pero pese a sus protestas, los demás lograron hundirlo.
No le quedó más remedio al corpulento muchacho que desquitarse y en
eso, se olvidó de su renuencia inicial y se sumó a la alegría de
los demás.
A
unos metros de la poza se podía ver un árbol con grandes racimos de
una fruta roja, aplanada y ancha. Roberto se acercó a probarla, hizo
un gesto de desagrado cuando la mordió.
- ¿A qué sabe, muerto?- preguntó Luis desde la poza. Roberto dejó de masticar y escupió lo que había mordido, corrió a la poza y gritó:
- ¡Es un chile!- Roberto se llenó la boca de agua mientras su rostro se enrojecía, sus ojos se llenaban de lágrimas y sus amigos reían.
- ¿Pica mucho?- preguntó Gerardo.
- Pica un chingo- respondió Roberto, que empezaba a desesperarse, pues el picor era muy intenso y no amainaba.
- Ráscate la lengua, Roberto.- sugirió Homero.
- No seas mamón.- mugió el muchacho, que sentía como su corazón latía cada vez más rápido y sus venas se hinchaban.
- ¡Es neta! Ráscate la lengua y vas a ver como se te baja el picor. - Luis salió del agua mientras los demás veían como Roberto se rascaba la lengua. A un lado del árbol del que Roberto tomó la picosa fruta, había otro árbol, también cargado de frutas amarillas y redondas. La piel de la fruta se sentía igual que la de una manzana. Cortó varias y las llevó a sus amigos.
- Ten, muerto. - dijo Luis mientras se llevaba una de esas frutas a la boca. El sabor era dulce, como el de una nectarina. - Sabe chingón.
- A ver- Roberto probó la fruta y su dulce sabor inundó su boca, aliviándole su prolongado sufrimiento.- ¡Gracias!- .
Bernardo
y José cortaron más de aquella fruta y llevaron varias decenas cada
uno para sus amigos. Lavaron las frutas en el agua y se recostaron en
una orilla de la poza, en la que había una especie de plataforma de
piedra, se sentaron en ella y el agua les llegaba hasta el pecho.
Acomodados, sentados o medio recostados, todos comieron felizmente la
fruta que tenían, el hueso que les quedaba se lo lanzaron entre
ellos. Pronto, el ambiente se llenó de risas, leves quejas de dolor
e improperios. Gerardo y Homero fueron a colectar más frutas, esta
vez, llevaron un fruto verde, con la forma de un mango, pero cuya
pulpa era como la de una ciruela, tenía muy buen sabor.
- Mostro- dijo Gerardo. El muchacho no se quejó.- De esto estabas comiendo aquella vez, ¿verdad?
- ¿Cuándo?- preguntó José.
- Ayer, güey. ¿Qué no te acuerdas? Te metiste y nosotros te seguimos.
- ¡Ah, ya! Sí, me la dio un animalito.
- Y luego se la aventaste al loco.- dijo Homero.
- ¿Cómo le fuiste a dar en la mera nariz?- apuntó Roberto.
- ¡Se emputó el loco!- dijo Luis riendo.- ¿Por qué te encabrona que te toquen la nariz, pues?
- No me enojé por el golpe en la nariz.
- ¡No!- ironizaron todos. Bernardo se sonrojó.
- En serio- dijo sonriendo.- Miren, lo que me importaba en ese momento era sacar a José de aquí y regresar. Después de la primera vez, no quería volver. Casi nos matan.
- Pero- dijo Homero- No me digas que no te entró curiosidad de volver a entrar.
- Y ahora hasta quieres venir a pelear con los...- dijo Luis- ¿Cómo se llaman?
- Mek ii chan- respondió Gerardo.- Sí, loco. No seas mamón, primero no querías que entrara nadie y ahora, no solo quieres pelear con esos güeyes, sino que también quieres que nosotros peleemos.
- Simón, loco- dijo Luis.- A ver, ¿por qué a huevo quieres pelear?
- Es complicado.- respondió Bernardo.- Miren, la primera vez me dio mucho miedo. Me desesperé cuando no hallábamos la salida de regreso. Luego huímos de esos malditos. Yo no sé cómo le hicimos, pero logramos hacerles daño y salimos por pura suerte.
- Por la lluvia, también.- opinó Roberto.- Como estaba lloviendo bien recio, no nos podían ver. Por lo tanto no pudieron seguir disparando.
- Pero desde el principio tuvimos suerte. Uno de los venablos pegó en la playera de Luis. No sé si eran disparos de advertencia, pero bien pudo pegarle a cualquiera de nosotros.
- Sí fueron de advertendia, loco.- afirmó Luis- Después fue que tiraron a matar.
- Pero antes de eso, nos encontraron. Nos rodearon.- dijo Gerardo.- Y fue que le pegaron a Roberto.
- ¡Esos hijos de la chingada!- gruñó Roberto.- Igual nos pudieron matar en ese momento.
- Sin embargo no lo hicieron.- dijo Bernardo.- Nos pudieron haber despellejado vivos, pero en vez de llevaron a una celda o rebanarnos el cuello, esos hijos de puta estaban jugando con nosotros. ¡Ahí fue que me llené de coraje!
- ¿Y ya por eso les quieres partir su madre?- cuestionó Homero; Roberto y Gerardo rieron por lo bajo.
- No, no es eso. Dejen que les siga explicando.
- A ver con qué mamada sales- dijo Luis.
- ¡No estés chingando!- protestó Bernardo. - Miren. Después de todo me puse a pensar, lo que más miedo me dio, fue quedarme aquí para siempre.
- ¿Por qué?- preguntó Roberto.- ¿A poco no te dio miedo el animalote que nos estuvo persiguiendo?
- ¡Claro! Pero como fuera nos lo quitamos de encima. Luego aparecieron las trampas.
- ¡Esos hijos de su puta madre! Los Mek ii chan, esos cabrones las pusieron- interrumpió Homero.
- Sí, pero ten en cuenta que no las pusieron exclusivamente para jodernos.
- Casi quedamos ahí, pinche loco.- se quejó Gerardo.
- ¡Si, güey!- intervino José.- ¡Y cómo saltamos las estacas!
- ¡Eso!- exclamó Bernardo animado- ¡Exactamente, mostro!- Bernardo miró a sus amigos con los ojos echos una rendija, inquisitivo.- ¿Me van a decir que ustedes pueden saltar dos metros así no más?
- ¡No fueron dos metros, loco!- protestó Luis.- ¿Y eso qué?
- Piénsalo. Aquí hay algo. No sé qué es, pero creo que aquí somos más fuertes que en La Tierra.
- ¿Estás seguro?- el tono de Roberto parecía más desafiante que inquisitivo.- ¡Fue por el miedo!
- ¡Sí! ¡Se te sube la adrenalina!- suscribió Gerardo.
- Te lo voy a demostrar.- dijo Bernardo mientras salía de la poza.
Bernardo
sacudió las piernas y las flexionó un par de veces. Miró a sus
amigos y saltó con toda su fuerza. Su cuerpo se elevó a dos metros
con diez centímetros por encima del suelo. Los demás estaban
boquiabiertos, Bernardo sonrió al ver la incredulidad en el rostro
de sus amigos. Al caer al suelo, se impulsó de nuevo y mientras se
elevaba y volvía a caer, lanzó varios golpes y patadas al aire.
- En La Tierra, solo puedo lanzar tres golpes en el aire mientras salto. Excepcionalmente tres golpes y una patada, pero nunca dos patadas.- dijo Bernardo al volver al agua, sus amigos seguían sorprendidos.- Se estarán preguntando ¿Qué tiene que ver esto?- Los demás se miraron unos a otros y Roberto respondió.
- Sí, loco. Tienes razón.-
- Les voy a decir, ya bien, por qué quiero pelear junto a los Mek ii chan. Ayer se dieron cuenta que me cabreé cuando llegaron los Kodo il' kan, ¿cierto?
- Sí, te pusiste bien loco.- apuntó Gerardo.
- Eso es porque me indigna la cobardía de esos cabrones.
- Por los niños, dices. ¿No, Berna?- dijo Roberto.
- Exactamente a eso me refiero. No me digan que a ustedes no les dio coraje.
- La mera verdad, sí.- reconocío Luis.- Pero en La Tierra también chingan a los chamaquitos y no por eso estás rompiendo madre allá.
- También son esclavistas- apuntó Gerardo.- En La Tierra, todavía hay esclavistas en algunas partes y tampoco les estás partiendo su madre.
- Pero es diferente, entiéndame.- El rostro de Bernardo revelaba ansiedad.- Allá hay armas de fuego. Allá no somos tan fuertes. Allá no podemos andar por todo el mundo porque no tenemos ni los recursos, ni el tiempo para hacerlo. Allá, hay mucha gente que merece al menos una patada en los cojones.
- Como el ruco de matemáticas.- apuntó Luis.
- Exactamente, pero ¿qué puede pasar si hago eso?
- Te puede contestar el putazo- dijo Roberto- O te pueden expulsar, en tu casa te van a trabar.
- En cambio, aquí no pasa nada. - dijo Homero sonriendo.
- ¿Ven? Ya me están entendiendo. Allá ¿qué somos? Yo, por ejemplo. En la escuela, digamos. En historia puedo sacar diez, sin problemas, pero es una clase que me paso por el forro de los cojones. En cambio, aquí podemos marcar una diferencia. Podemos cambiar el balance de este mundo.
- ¡No inventes!- se quejó Luis.
- ¡Es en serio, animal!- gruñó Bernardo.
- Allá es cuestión de que le eches más ganas a la escuela y dejes de ser tan huevón.- dijo José.
- ¡Ay! ¡El estudioso!- dijo Homero- ¡El que sale en cuadro de honor!
- ¡Ya, pues talegas!- protestó José- Estoy hablando en serio yo también.
Un
ruido repentino los puso alerta. Bernardo salió del agua y se
dirigió a la rama donde había colgado su mochila, sacó su pantalón
y de uno de los bolsillos extrajo el cascabel que Gen An Ni le había
dado. Estaba tintineando insistentemente. Bernardo miró a sus
amigos, que habían salido del agua y estaban detrás de él. Se
miraron unos a otros, sin saber qué decir ni qué hacer.
1 comentario:
Esta muy interesante esta historia, cómo cuántos capítulos esperas sacar de este, porque se ve prometedor.
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