Un
ruido repentino los puso alerta. Bernardo salió del agua y se
dirigió a la rama donde había colgado su mochila, sacó su pantalón
y de uno de los bolsillos extrajo el cascabel que Gen An Ni le había
dado. Estaba tintineando insistentemente. Bernardo miró a sus
amigos, que habían salido del agua y estaban detrás de él. Se
miraron unos a otros, sin saber qué decir ni qué hacer.
- Nos están llamando- dijo Roberto.
- Ya se están armando los chingadazos otra vez.- dijo Gerardo.
- No oigo tambores, como aquella vez.- dijo Homero
- Yo tampoco- corroboró Luis.
- ¿Vamos?- la voz de Gerardo tenía un tono extraño, mezcla de incertidumbre y curiosidad.
- Y si vamos, ¿qué tal que se mueve otra vez el portal?- preguntó Luis.
- Buscamos el tubo.- dijo Roberto mientras exprimía su ropa interior.
- ¿En dónde?- replicó Homero.- ¿Por toda la pinche selva, como la otra vez?
- Si acaso se mueve, al menos los Mek ii chan nos pueden ayudar a buscarla.- apuntó Bernardo.- No tenemos nada qué temer.- Luis y Homero lo miraron con desconfianza, Bernardo podía adivinar que preguntarían “¿seguro?”.- ¡Seguro que sí!- exclamó efusivamente- ¡Venga! Los Mek ii chan son buena onda.
Homero
y Luis se encogieron de hombros y los demás no se opusieron a
acompañar a Bernardo con los Mek ii chan. Se vistieron y se
dirigieron hacia la fortaleza, entre los altos y frondosos árboles
podían distinguir la punta de la pirámide. Iban con cuidado,
temiendo activar trampas, pero notaron que del lado oriental de la
fortaleza, no había ninguna.
En
el camino, a pocos metros de una atalaya, Bernardo se detuvo y dijo:
- Quiero decirles una cosa.- Se aseguró de tener la atención de los demás y prosiguió en un tono muy serio- Recuerden lo que dice el dicho: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”.- Homero miró a Gerardo con un gesto de extrañamiento, que también se había dibujado en los rostros de Gerardo y Roberto, este último se pasó el dedo por la sien y Gerardo susurró:
- Se le botó la canica, ya.- Bernardo ya se había dado la vuelta y sus amigos reían por lo bajo. Casi de inmediato fueron reconocidos por el vigía, que gritó emocionado desde lo alto:
- ¡Salve, Brenaro! ¡Salve amigos! ¡Puerta abran!- Una parte de las murallas se hundió en el suelo, como había ocurrido anteriormente. Otros soldados esperaban sonrientes mientras Bernardo y sus amigos entraban a la fortaleza. Una vez dentro se escucharon silbidos y vítores, varios soldados se acercaron a los muchachos les tomaban las manos o les daban palmadas en la espalda.
- ¡Salve, José!- se escuchaba por un lado.- ¡Salve, Luis!- se escuchaba por otro. Gren Maj Nu no tardó en llegar a la escena, un carro tirado por merecos llegó pocos segundos después.
- ¡Salve amigos!- el rostro de Gren Maj Nu mostraba una gran sonrisa, un gesto muy distinto al que había mostrado el día anterior. - Pronto llegan. Suban- ordenó el guerrero señalando el carro. - Gran fiesta para ustedes hay.
Los
muchachos se miraron sonrientes y sorprendidos, habían pensado que
se trataba de una llamada para defender la fortaleza de otro ataque,
como el del día anterior. En cambio, el júbilo reinaba en la
fortaleza, algo impensable para un pueblo que estaba bajo en
constante asedio de dos poderosos y crueles enemigos.
El
carro que llevaba a los muchachos salió por el lado sur de la
fortaleza, allí la jungla era sumamente espesa, sin embargo había
un camino escondido entre las lianas y las hojas. Pronto llegaron a
una población protegida por una muralla de un espesor aproximado de
dos metros y medio y de una altura de casi tres metros. La calle
principal del poblado era amplia, sin aceras. Todas las casas tenían
el mismo tamaño, eran de dos plantas, de fachadas sencillas, sin
adornos, excepto por algunas macetas con plantas en algunas casas. En
otras casas, por un lado de las puertas, tenían jaulas con aves y
otros animales, que los chicos no alcanzaron a ver bien debido a la
velocidad con la que se desplazaba el carro.
Hacia
lo que parecía el centro del poblado, había una construcción de
piedra, una pirámide trunca, enmarcada por jardineras. Gen An Ni los
esperaba alli, junto con varias personas más que afanosamente iban
de un lado a otro, colocando mesas, llevando platos. Luis vio dos
grandes tambores y a otras personas que portaban flautas de diferente
tamaño.
Del
lado contrario, Gerardo vio a hombres que portaban instrumentos
semejantes a guitarras. Todos miraron a una hoguera en la que se
estaban asando las canales de animales del tamaño de una oveja.
El
inesperado recibimiento fue sobrecogedor. La gente los miraba y
sonreía, a pesar de que nunca los habían visto, parecían saber
quienes eran y podían sentir gratitud de parte de esas personas. Una
campana sonó en alguna parte del poblado y la gente empezó a salir
de sus casas y se dirigió hacia el lugar a donde condujeron a los
muchachos. Entre la multitud que los miraba emocionados, Ájax se
abría paso y frotó su cabeza en el vientre Bernardo una vez que
descendió del carro.
- ¡Hola Áyax!- dijo Bernardo riendo mientras acariciaba las orejas de su amigo cuadrúpedo.
- ¡Salve!- dijo Gen An Ni al acercarse.- Pronto llegan. Que tardaran esperaba.
- Ya estábamos aquí- dijo Homero.
- Gen An Ni, en poza nadamos- informó Bernardo.
- ¿En oriente de fortaleza estaban?- Gen An Ni sonrió. - Vengan
El
líder de los Mek ii chan subió la escalinata de la pirámide trunca
junto con los muchachos y elevó su bastón de mando, un silencio
sepulcral se apoderó de la escena. Todos cesaron su actividad y
miraron hacia la pirámide atentamente. Gen An Ni presentó uno por
uno a los invitados, narrando brevemente su actuación en el combate
del día anterior. Casi todos conocían a grandes rasgos la historia,
incluyendo la hazaña del muchacho que logró montar a un mereco,
orgullosa especie que no se deja montar.
La
gente los miraba atónitos, pues aun les costaba creer que un puñado
de niños hubiera causado tanto daño a sus enemigos. Un grupo de
soldados llegó al lugar silbando y gritando los nombres de los
muchachos. Entre ellos iba Gren Maj Nu. La incredulidad y la euforia
se mezclaron y pronto la música comenzó a sonar. Gen An Ni condujo
a los muchachos a una de las mesas y se sentó con ellos, Gren Maj Nu
los acompañó un par de minutos después y Áyax se echó detrás de
Bernardo.
Los
muchachos estaban sentados sobre unos troncos de un árbol muy bien
tallados, eran realmente cómodos. A su alrededor la gente continuaba
con sus tareas y pronto sirvieron alimentos y bebidas. El olor en el
ambiente causó que los muchachos comenzaran a salivar. A pesar de
que habían comido fruta en abundancia, el delicioso aroma de la
comida les abrió el apetito de inmediato.
La
comida no tardó en llegar, en platos de madera les sirvieron grandes
porciones de la carne de los animales que vieron asándose, junto con
un elote y un hongo grande. En otro plato les dieron una mezcla de
hojas cocidas, que parecían acelgas y también algo semejante a los
espárragos. Finalmente les sirvieron una bebida hecha con varias
frutas y colocaron un plato con varias rebanadas redondas de algo que
no identificaron en un principio.
- Hongo es.- señaló Gen An Ni. - Con él, comida acompañamos.
- Vean- dijo Gren Maj Nu mientras tomaba una rebanada del hongo. La usó a manera de una tortilla, colocándole comida dentro.
- ¡Ah!- dijeron todos.- Ya entendí.
- Muchas gracias, Gen An Ni.- dijo Bernardo y comenzaron a comer. Otros soldados y sus mujeres se sentaron cerca.- Gen An Ni,¿por qué Meldonam a lugar llaman? ¿Mek ii chan, qué significa?
- Hacia norte poniente mira.- señaló el sacerdote.- Gran muralla de piedra hay. Tras ella que hay no conocemos. Primeros Mek ii chan, Meldonam llamaron. Mundo hundido significa. Así llamaron, pues tierra que pisaron hundida estaba.
- ¿Por qué están en guerra?- inquirió Homero. Los soldados y sus mujeres rieron.
- ¡De revés habla!- dijo uno de ellos.
Gen
An Ni miró a Gren Maj Nu y comenzó a narrarles la historia del
origen de los Mek ii chan.
Los
hombres y mujeres que llegaron al mundo hundido tenían un lenguaje
sagrado, que usaban para comunicarse con sus dioses. Ellos les
dijeron que su mundo original iba a morir y que debían dejar sus
ciudades y refugiarse en la selva. Tuma Coy, un guerrero, atraído
por un árbol hueco, lo atravesó y llegó a un mundo nuevo. Llamó a
la gente de su pueblo, aun en éxodo. Los sacerdotes mayores lo
insultaron y lo apredrearon, pues creyeron que estaba blasfemando
contra los dioses. Sin embargo, muchos creyeron en él, incluyendo
sacerdotes menores, y abandonaron a su pueblo para irse con él.
Miles
atravesaron el hueco del gran árbol y entre todos construyeron una
pirámide, mucho mayor a las que habían construído grandes señores
en épocas pasadas. Esperaban con ello comunicarse con sus dioses
otra vez. Pero pronto vieron que otras estrellas los miraban desde el
cielo, los días eran más cortos y dos lunas gobernaban las noches.
Sus dioses ya no los escucharon más. Quisieron volver, pero jamás
encontraron de nuevo el hueco del gran árbol.
Con
el tiempo, aprendieron a vivir bajo las estrellas que los miraban
desde lo alto y el nuevo sol. Se dieron cuenta que en ese nuevo mundo
eran felices, entendieron que todos los hombres y mujeres valían lo
mismo, así fueran guerreros o sacerdotes. Por eso se llamaron a sí
mismos Mek ii chan, que en el antiguo lenguaje significa “los que
son iguales”.
Cultivaron
la tierra y el maíz creció, pero hallaron nuevos frutos y grandes
hongos. Grandes bestias habitaban en el mundo hundido y pronto
aprendieron los hombres a convivir con algunos y criar a otros, que
les sirvieron para ir de un lado a otro o como alimento.
Muchas
generaciones más tarde, aparecieron hombres de pecho brillante y
rostros velludos. Hablaban un lenguaje extraño, pero de hermoso
sonido. Aunque eran guerreros, en Meldonam hallaron la paz. La forma
de vivir de los Mek ii chan les agradó y vivieron entre ellos. Los
Mek ii chan adoptaron el melodioso lenguaje de los hombres de pecho
brillante y dejaron su antiguo lenguaje, su idioma sagrado, solo para
nombrar a las personas, a los animales, a las plantas y a los
lugares.
Del
mar llegó una raza de hombres, grandes guerreros. Los Mek ii chan
los llamaron Erio il' kan: “hombres del mar”. Hubo un gran
combate entre ellos y los Mek ii chan fueron derrotados, mas no
conquistados. Ambos pueblos se hicieron aliados pues compartían el
respeto por la vida, la voluntad de cada persona, así como la
igualdad entre los hombres y mujeres de todas las razas.
Los
Erio il' kan heredaron el lenguaje y los productos de la tierra de
los Mek ii chan. A cambio, los guerreros les enseñaron a usar sus
armas y a vivir del mar. Ambos pueblos acordaron intercambiar sus
territorios cada veinte generaciones.
Cuando
los Mek ii chan regresaron a sus tierras, los Erio il' kan se habían
abierto paso entre la espesa jungla al noreste del río Melomba.
Hallaron las ruinas de una ciudad maldita, con templos dedicados a
oscuros dioses, cuyos ritos eran letales. Llenos de horror, los Erio
il' kan amurallaron las ruinas y advirtieron a los Mek ii chan que
nunca se aventuraran en esa zona.
A
los pocos años, aparecieron unos hombres de hosco lenguaje en la
región noroccidental, los Mek ii chan los llamaron Kodo il' kan, que
significa “los perdidos”. Los Kodo il' kan los agredían
constantemente, pero eran repelidos con relativa facilidad. Eran una
molestia menor y los Mek ii chan toleraban su presencia en la región
noroccidental de su territorio, más alla del río Melomba. Sin
embargo, un día destruyeron la muralla que los separaba de la
antigua ciudad en ruinas, en donde los Mek ii chan no se atrevían a
entrar.
Como
consecuencia de la destrucción de las murallas, un grupo de feroces
guerreros hizo su aparición en Meldonam. Los Mek ii chan los
llamaron Malek il' kan, que significa “los hechizados”, pues
luchaban como si se hallaran bajo el influjo de un maligno hechizo.
Sin piedad, ese nuevo grupo lanzó una ofensiva por sorpresa sobre
los antiguos dueños de Meldonam, que derivo en una cruenta batalla.
Tras sufrir numerosas bajas, los Mek ii chan pudieron rechazar a los
invasores.
La
alianza entre los Kodo il' kan y los Malek il' kan causó que en poco
tiempo los Mek ii chan pasaran de luchar por mantener su territorio,
a luchar por defender sus vidas. Trabajaron día y noche para
fortificarse y así proteger el poblado y las plantaciones del sur.
Al oeste de su fortaleza, los Kodo il' kan se hicieron con el control
de la mina de hierro. Con ello, el balance de la lucha se inclinó a
favor de los enemigos de los Mek ii chan.
Muchas
generaciones han pasado desde que se inció la guerra y la población
que originalmente ocupaba todo Meldonam resultó seriamente diezmada.
Horrendas criaturas asolan las praderas y las junglas de Meldonam,
los Mek ii chan temen salir de su poblado, de sus plantaciones por
temor a ser devorados por horrendos monstruos o terminar capturados
por los Malek il' kan.
La
narración de Gen An Ni cautivó la atención de sus invitados,
llenándolos de asombro. La parte más complicada de la batalla del
día anterior fue matar a las bestias que los Malek il' kan llevaron
a la batalla y pensar que había más de ellos les causó escalofrío.
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