jueves, 8 de agosto de 2013

Historias del folklore de mi pueblo: una de La Cocha Enfrenada.

Antes de entrar en materia, mis queridos lectores, deben saber que en mi tierra, en Tapachula, se tiene la creencia en un ser mítico conocido como La Cocha Enfrenada. En términos generales, se trata de una variante del nahualismo: brujos que se transforman en animales, en este caso se trata de una cerda (en Chiapas se le dice "coches" a los cerdos). Se le dice Cocha Enfrenada porque se distingue al monstruo de un cerdo normal porque a diferencia de estos últimos, La Cocha Enfrenada mira siempre hacia arriba  (cosa que los cerdos no pueden hacer, a menos que estén sentados como perros, cosa que rara vez hacen), como si llevase un freno o una rienda, misma que, de acuerdo a la tradición, es tirada por el mismísimo diablo, Lord of Terror.

Se supone que las historias de La Cocha Enfrenada se conocen por todo el estado de Chiapas, pero lo cierto es que se conoce más por la región del Soconusco, dicen los huixtlecos y los huehuetecos que la cocha enfrenada es original de ellos, pero todos sabemos muy bien que son mampos y todo se lo copiaron a los de Tapachula.

Va Mi historia, no verídica por supuesto.


Ya hacía una buena cantidad de meses que no pisaba mi tierra natal, así que desde el primer día de mis ansiadas vacaciones me dediqué a vagar por mi adorada ciudad. Como no deja de ser un pueblo pequeño, no faltó encontrarme a alguno que otro conocido, pero me dio más gusto encontrarme a Arcelia, antigua estudiante mía, de cuando trabajaba en bachillerato.

Aunque fugaz, el momento fue grato y quedamos de vernos por la tarde, en un café. Así pues, por la tarde conversamos cerca de tres horas y al cabo de las 8 de la noche ella partió a su casa, negándose a que le diera un aventón, pese a que insistí. Me quedé un poco extrañado ante la insistencia de Arcelia de irse a casa sola y rumié un rato más esa extraña sensación, acompañándola con más café. Luego decidí seguir rumiando mientras paseaba en el auto.

En el camino, sentí un leve olor a cerdo, me revisé las axilas y no era yo. Bajé los vidrios, pero el olor persistía, haciéndose cada vez más intenso. Me detuve cerca del poder judicial, bajo una farola para revisarme los zapatos, pero en cuanto me bajé del auto, la farola se apagó, así que tuve que revisarme con la luz de los faros del auto. Nada, las suelas de mis zapatos estaban tan limpias como una pila bautismal.

Al día siguiente, el auto seguía oliendo a cerdo, así que lo llevé a lavar. Mientras, volví a dar una vuelta a pie. De nuevo me encontré a Arcelia y volvimos a quedar por la tarde. Recogí mi auto y me sentí muy enojado al notar que el olor a cerdo, no solo se no se había eliminado, sino que se intensificó. No me quise llevar el auto a mi encuentro con Arcelia y llegué un poco tarde.

Durante la plática, ella se mostraba ligeramente ausente por momentos. De pronto noté que movía ansiosamente los pies y mientras la tarde avanzaba, su ansiedad crecía y comenzó a mirar de un lado a otro.

- ¿Estás bien?- pregunté con muchas reservas.
- Sí, no te preocupes.- respondió nerviosa.
- ¿Esperas a alguien?
- No, para nada. ¿Cómo crees?- respondió ella, volviendo momentáneamente a la normalidad.

De nuevo, ella insistió en volver sola a su casa. Tiempo atrás ella me contó acerca de un novio acosador y temí que el tipo volviera a molestarla. Mientras caminaba deshice esa idea, de ser así, ella no se habría arriesgado a ser vista en público conmigo. Comencé a jugar con una moneda mientras me dirigía a casa, tratando de disipar mi preocupación por la inusitada ansiedad en mi amiga.

Cuando volví a poner atención al camino, me encontraba por las canchas de futbol de Bancrisa. No me había dado cuenta del enorme agujero que habían abierto en el medio de uno de ellos, me llené de indignación y grité:

- Pónganse en fila para patearles el culo.

Con la poca luz que llegaba desde las farolas de la calle, comencé a examinar el agujero, intentando comprender cuál es el propósito de excavar media cancha de fucho. Mientras lo hacía, volví a sentir el olor a cerdo del día anterior. Cuando me di la vuelta me encontré con un cerdo enorme detrás de mi, sus ojos brillaban como antorchas. Emitió su característico ronquido y se abalanzó sobre mi. Salté instintivamente y en cuanto caí al piso comencé a correr. No quería volver la vista atrás, pero no lo pude evitar, la bestia seguía detrás de mi.

No tardó el cochino animal en darme alcance, como pude, aceleré y pude ponerme a distancia de su hocico, pero no por mucho tiempo, entendí entonces que no podría quitármelo de encima corriendo, sino enfrentándolo. Me detuve jadeante y esperé a que el cerdo volviera a lanzarse contra mi, me hice a un lado y le asesté una fuerte patada en la región poplítea, entiéndase, la parte posterior de la rodilla. El cerdo chilló y se alejó, engullido por la oscuridad de la que había salido.

Llegué a casa muy agitado. Pensando en mi agitación recordé el nerviosismo de mi amiga de horas antes. La llamé a su móvil, pero no me respondió. Quería saber si había llegado bien a su casa, pero no respondió a los siguientes intentos. Me quedé despierto hasta tarde, inquieto. Luego me quedé pensando, que no tenía de qué preocuparme, ella con frecuencia deja de responder y más preocupante debía ser que ella llegara a tiempo a las reuniones, o que asistiera a las mismas.

En serio, nunca antes había asistido a reuniones conmigo. Pensando en ello, algo me distrajo, de nuevo el olor a cerdo. Un sordo ronquido se escuchó al fondo de la casa. Me levanté del sillón y me dirigí hacia donde se originaba el ruido, pero no había nada.

Me costó mucho trabajo dormir esa noche y desperté cansado, aun así me fui a dar una vuelta. Cual sería mi sorpresa de volver a encontrarme a Arcelia. No pude dejar de notar que estaba cojeando.

- Oye, ¿por qué cojeas?
- Ay, no sé. Yo creo que me caí de la cama o algo así.- respondió ella.
- ¿Cómo que crees que te caíste? Esas cosas las notas. A fuerza te despiertas.
- Ay, no sé... mejor hablemos de otra cosa.-

Al responderme con tal irritación, preferí hacer caso de su proposición y me despedí de ella, sin invitarla a vernos, pues ese día me encontraría con mis amigos para jugar cartas. La sesión fue larga y agotadora, pero igualmente placentera. Al volver a casa noté que no había luz y sentí un terrible olor a azufre, corrí a buscar la lámpara de gas y al encederla vi la sombra de un cerdo y tras ella, la sombra de una figura humanoide.
Miré por todos los rincones de la casa y no había nada fuera de su lugar, el olor a azufre se desvaneció y me dirigí a la cama. Me quedé dormido rápidamente y de pronto sentí una fuerte presión sobre el pecho, sentía como si me colocaran dos hierros candentes. Apreté los dientes, soportando el dolor y abrí los ojos mientras intentaba incorporarme y manotear para quitarme de encima ese terrible peso sobre el pecho. Lo que vi me llenó de horror: era el mismo cerdo de la otra noche, el de los ojos como tizones incandescentes. Le solté varios puñetazos y solo le di al aire, ¡pero el animal seguía ahí, frente a mi cara!

Tan repentinamente como apareció se devaneció. Durante el resto de la noche no pude dormir y el hedor de la bestia persistió en mi casa. Salí muy temprano, casi al amanecer. Fui por el mercado Sebastian Escobar a ver si todavía estaban los baños públicos, afortunadamente los hallé y tomé un largo baño. No quise bañarme en casa con esa pestilencia que no pude amortiguar de ningún modo.



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