martes, 28 de mayo de 2013

No lo quería subir, pero me quedó tan chingón... Cap 13 El Castillo

He estado revisando los capítulos que he escrito y también he estado rescribiendo otros que perdí. Ha sido todo un dolor de cabeza corregir, editar y reorganizar la numeración de los capítulos. Bien decía Ernest Hemingway: "Escribe ebrio, edita sobrio".

Lo cierto es que no quería publicar más ningún capítulo de Detrás de las Ceibas, básicamente porque ese maldito libro NO SE DEJA ESCRIBIR. Además, me agüité leyendo El Templo del Alba de Yukio Mishima, en esa novela sale un personaje que presume mucho de una novela que está escribiendo y al final de cuentas jamás la escribió. El autor pintaba la presunción de este personaje como algo del más grave grado de mal gusto. Me sentí gacho. En general esa novela me agüitó.

En realidad, el motivo por el que ya no quiero publicar aquí los capítulos de la novela es porque los últimos que publiqué no me han gustado como quedaron y prefiero que queden bien hechos a subirlos como de rayo una vez que tengo lista la versión preliminar. No es justo para mis lectores, así que les pido una enorme disculpa por la pifia del último capítulo que escribí.

No obstante, este capítulo no puedo dejar de compartirlo, porque modestia aparte, este sí me quedó chingón. Está mal que yo lo diga, pero me cae de a madre que este capítulo es la leche!

Así pues, les dejo el capítulo, no sin antes recomendarles que acompañen la lectura con estas rolas para ambientarle un poquito.











Ahora sí, damas y caballeros, niñas y niños, se quedan con esto que se llama

El castillo

Bernardo caminaba alegremente por la calle a eso de las once de la mañana, saboreando esa mezcla de serenidad y euforia que sentía cada vez que hablaba con Irina. Ese miércoles tuvo la oportunidad de visitar a Irina y a Pamela en su escuela durante el receso. No cabía en sí de contento, sin embargo, había tres cosas que contaminaban su felicidad. La primera de ellas era un extraño presentimiento, una sensación que no podía definir en su plexo solar, semejante a un cosquilleo, como el que había sentido durante la persecusión que sufrió junto a sus amigos en aquel selvático mundo.
La segunda cosa que irritaba a Bernardo ese día era haber conocido a Mariano, un chico nuevo en el grupo de Irina. Le pareció que era un tipo que a pesar de expresar su atracción hacia Irina, no le guardaba el menor respeto, ya que la señaló la barbilla y habló de ella como si fuera cualquier cosa. Y la tercera cosa que lo irritaba es que Irina parecía encantada por los malos modales de Mariano.
A pesar de todo, Bernardo supo disimular su molestia y pudo disfrutar de varios minutos de amena charla con su idolatrada Irina. Al salir de esa escuela, se dirigió a casa de Gerardo donde había acordado verse con sus amigos para resolver algunos ejercicios de álgebra y cuando llegó los encontró jugando video juegos.

  • ¿Qué onda, Berna?- saludó José. - ¿Ya viste este juego?
  • ¡Cabrones! Yo los hacía estudiando.- se quejó Bernardo.
  • Tú cállate- replicó Luis.- Tú llegaste tarde a propósito porque fuiste a ver a tu vieja y nosotros te esperamos.
  • No es mi vieja ¡coño!- gruñó Bernardo.
  • Ey, ya, vejigas. Ya saben que mi mamá se molesta cuando se pelean.- intervino Gerardo.
  • Cierto. Perdón.- se excusó Bernardo.
  • Vamos a hacer esa madre, pues.- dijo Homero quien vestía el uniforme de la escuela.
Tras desactivar la consola y el televisor, los muchachos comenzaron con su tarea y terminaron en poco menos de una hora. Se estaban despidiendo de Gerardo cuando Roberto hizo su aparición.
  • ¿A dónde van chamacos?
  • Ya acabamos, muerto. - dijo Homero.- Vamos a la casa del loco.
  • ¿En qué momento dije que sí?- se quejó Bernardo.
  • Pero ¿y la tarea?- inquirió Roberto nervioso.
  • Luego te la paso, vamos- invitó Luis.
  • ¡Pero no se trata de eso!- replicó Roberto ofendido.
  • ¡Ah! ¡Vamos, güey!- insistió Homero amagando a Roberto con un abrazo de oso.
  • Vamos, pues.- se rindió al fin.- ¿Puedo dejar mi mochila en tu casa, Gerardo?
  • Simón.
  • ¿Por qué no vienes?- invitó Bernardo.
  • Vamos, no más denme chance unos cinco minutos.
  • Yo ya me voy.- dijo José.
  • No te vayas- dijo Homero.- Vente, vamos a la casa del loco.
  • ¿Pa' qué?-
  • Vamos, no seas mampo. Vamos a echar desmadre- insistió Homero.
  • Además, sirve que conoces mi casa, mostro.
  • ¡Ey! ¡Chist! ¿Sigues?- respondió indignado. Aquel mote le fue dado por los más revoltosos del grupo, quienes se dedicaron a molestarlo por su complexión y estatura, de manera que le resultaba especialmente ofensivo que aquellos a quienes consideraba sus amigos le llamaran por ese mote. Sin embargo, Bernardo y los demás se lo decían cariñosamente.
  • Mira- dijo Bernardo esbozando una amplia sonrisa.- Este güey, es el muerto- dijo señalando a Roberto.- Gerardo, es el suerudo. Luis es el sombras; Homero, el balín. Yo soy el loco. No te lo decimos peyorativamente, ¿entiendes? Y vas a ser el mostro toda la vida.
  • O el cabeza olmeca- dijo Homero.
  • Bueno- replicó José a medias convencido.

Minutos más tarde, ya en camino hacia la casa de Bernardo, este condujo a sus amigos por un camino que los llevaría por las canchas de futbol cercanas a su casa. A medio camino, encontraron un montón de cuajilotes tirados por la calle. Homero sonrió maliciosamente al verlos y lanzó uno a la espalda de Luis, este respondió lanzando otro junto con un improperio, Roberto sonrió y se unió al intercambio de aquellos frutales proyectiles. En segundos, todo el grupo corría lanzándose aquellos frutos mordisqueados por los murciélagos. Iban felices jugando y repentinamente José se detuvo sorprendido, pues la fruta que lanzó no dio en el blanco y fue a dar una ceiba, atravesándola.
  • ¿Lo vieron, chamacos?- preguntó entusiasmado. Gerardo y Roberto también vieron lo ocurrido, pero fingieron demencia.
  • Tienes mala puntería, mostro- dijo Roberto.
  • ¿Qué pasó?- preguntó Bernardo discretamente a Gerardo.
  • El cuajilote que aventó el mostro atravesó esa ceiba.- respondió en voz baja.
  • Lo hagamos pendejo- propuso Homero.
  • ¿Ya vieron? ¡Mi cuajilote atravesó la ceiba!- exclamó sonriente.
  • No digas mamadas, mostro.- replicó Homero.- Eso no pasa.
  • ¡Si yo lo vi!- insistió José.- ¿A poco no, Gerardo? ¿Tú también lo viste, no?
  • No, mostro. Tas loco.- respondió Gerardo.
  • Le voy a aventar otro, pa' que lo vean.
  • ¡No!- gritaron Roberto, Bernardo y Gerardo al mismo tiempo.
  • ¿Y por qué no?- dijo José con tono desafiante.- Ni que ustedes me mandaran.
  • Porque hay que tenerle respeto a las ceibas, ¿qué no sabes?- respondió Gerardo, Roberto lo apoyó asintiendo.
  • ¡Esos son cuentos! Que si en las ceibas te juegan, que si se aparece el sisimite... ¡No es cierto! Miren- dijo tras recoger una piedra.- Miren.
  • ¡Que no!- gritaron Luis y Bernardo al contener a José.- ¿Qué no entiendes, chingada madre, que no?- continuó Luis.
  • ¡Ah! Con ustedes no se puede, parecen chamaquitos. Mejor me voy, ahí se ven luego.- gruñó mientras se alejaba dando grandes aspavientos.

Aliviados, los demás se miraron sin decir nada y antes de poder continuar su camino, una piedra del tamaño de un puño pasó por encima de sus cabezas, reaccionaron instintivamente agachándose, sin perder de vista la trayectoria de la piedra, que atravesó la ceiba.

  • ¿Ya vieron?- dijo José jadeando- ¡Se los dije!
  • Bueno ¿y qué?- dijo Luis poniéndose frente a José.
  • Me voy a meter a ver qué hay.
  • No vayas, mostro.- dijo Bernardo. - Haz caso.
  • ¿Y por qué?- dijo levantando la barbilla, desafiante.- ¿Porque tú lo dices?

Pese a que Bernardo y Luis intentaron contenerlo, el corpulento José se hizo a un lado y corrió hacia la ceiba, metió un brazo a través de la corteza y mirando hacia atrás con una sonrisa burlona en su rostro, metió el resto del cuerpo.
  • ¡Verga! ¿Ahora qué hacemos?- dijo Roberto nervioso.
  • Hay que ir por él- dijo Bernardo con firmeza.
  • Nel, a la chingada. Si se quiso meter, a ver cómo le hace para salir.- gruñó Luis.
  • Sí, que se chingue.- convino Homero.
  • No sean cabrones.- dijo Bernardo.- Acuérdense que cuando nosotros entramos nos costó un huevo salir enter los cinco, casi nos matan.
  • Sí, chamacos.- dijo Roberto.- Hay que hacerle el paro.
  • Bueno, pues. Vamos.- dijo Luis de mala gana.
  • Aguanten- dijo Homero.- ¿Y si se mueve esa madre? ¿Cómo le dices, loco?
  • Agujero de gusano. Tienes razón, Homero- dijo inspeccionando el suelo alrededor de la ceiba.- ¡Ya sé, vamos a atravesarle este tubo!- exclamó feliz sosteniendo un viejo tubo de PVC que se hallaba entre botellas y envolturas alrededor de la ceiba.
  • ¿Cómo sabes que va a funcionar?- cuestionó Luis.
  • No lo sé.- respondió Bernardo mientras colocaba el tubo a través de la ceiba.- Hay que experimentar, ¿verdad?- concluyó sonriendo.

Mirando alrededor, cerciorándose que nadie más los veía, uno por uno atravesaron la ceiba hacia aquel inhóspito mundo detrás de ella. En segundos, los recibó una tupida selva. Bernardo señaló el tubo de PVC, que había atravesado el agujero de gusano sin problema alguno. Casi de inmediato pudieron seguir el rasto que José había dejado. Tras una corta caminata, los muchachos llegaron a un prado amplio. Caminaron unos minutos y a lo lejos miraron a José cerca de un árbol, en cuyas ramas había un animal parecido a un lémur. Roberto gritó el nombre de su amigo fugitivo, pero este no lo escuchó, aun estaban muy lejos de él. Apretaron el paso y en menos de un minuto vieron que el animal semejante a un lémur se acercaba tímidamente a José, ofreciéndole una fruta. El muchacho la aceptó sin titubeo alguno y Bernardo gritó:

  • ¡No la muerdas!- José miró hacia él y quitado de la pena mordió la fruta desconocida.- ¡Que no la muerdas!- Acto seguido, José lanzó la fruta hacia Bernardo, de manera que se estrelló en la nariz de su amigo.- ¡Cabrón! ¡Hijoputa!- vociferó y se lanzó en furibunda carrera hacia José, a los pocos metros, tropezó con una piedra y cayó al suelo.
  • Loco, ¿estás bien?- dijo Roberto cuando lo alcanzó.
  • Sí, solo me duele cuando me río.- respondió tratando de calmarse.
  • Vamos por ese cabrón- dijo Homero.

Los muchachos continuaron su apresurada marcha por alcanzar a José, que salió despavorido, pero al cabo de un par de minutos, le dieron alcance en una arboleda.
  • Pinche, mostro- dijo Luis jadeando- ¡Vámonos, cabrón!
  • ¿Por qué? ¡Ah, puta!- se quejó José, sujetado por Homero, Gerardo y Roberto.
  • Mira, José.- dijo Bernardo muy serio.- Nosotros ya estuvimos aquí. No te estoy mintiendo. Tú lo ves muy bonito, pero aquí vive gente muy mala. Gente que de la nada nos empezó a disparar con ballestas y luego nos persiguieron.
  • Sí, José- dijo Roberto.- A mi me pegaron.
  • En resumen, casi nos matan.- continuó Bernardo clavando su mirada en la de su amigo- Salimos de aquí por pura suerte, ¿entiendes? Por eso tratamos de impedir que entraras. Es por tu bien que te lo digo, José, vámonos de aquí.
  • Bueno, está bien. Vámonos- se resignó José.
Mientras Roberto y Gerardo contaban a José cómo habían llegado a ese lugar y parte de lo que les ocurrió allí, los muchachos emprendieron la marcha de vuelta y durante todo el camino, José iba mascullando. Apresuraron la marcha en aquella pradera, pues el astro que iluminaba aquel planeta dejaba caer sus rayos en él de manera inclemente. A pocos metros de la ceiba a través de la cual habían llegado, un animal de cerca de dos metros de alto, de pelo marrón, largo y desordenado estaba de espaldas a ellos. Se detuvieron de inmediato, pero el constante e incomprensible balbuceo de José alertó al desconocido animal de su presencia, se dio la vuelta y los muchachos sonrieron al ver su rostro afable, tenía aspecto de perezoso, pero palidecieron cuando vieron las enormes garras que tenía en las patas delanteras y al escuchar su terrible grito.
Los muchachos se quedaron paralizados y la bestia seguía gritando. Bernardo sintió de nuevo ese extraño cosquilleo en su plexo solar. De pronto notaron que el tubo de PVC comenzó a moverse lentamente. El perezoso gigante se distrajo ante el moviento del tubo y le gruñó.

  • ¿Qué hacemos?- preguntó Roberto en un susurro.
  • No se muevan- dijo Homero.
  • Sí, quédense quietos, vamos a hacer pendejo a este animal.- convino Luis.
  • Pero el tubo se está yendo.- dijo Gerardo.
  • Y con él, el agujero de gusano. - gruñó Bernardo.
  • No.- insistió Homero.- Hay que distraerlo.- Mientras discutían, el tubo se alejaba y el perezoso gigante parecía atento al movimiento del tubo, temeroso de que los muchachos intentaran quitárselo.
  • Pero...- Luis titubeó y cuando notó que el tubo cobraba mayor velocidad, gritó:- ¡El tubo!

Tan rápido como el miedo les permitió moverse, estaban muy cerca de alcanzar el tubo y el perezoso gigante les pisaba los talones. Era muy grande y pesado, pero eso no le impedía moverse ágilmente. El agujero de gusano, pese a que ganaba velocidad, por alguna razón no expulsó el tubo. Los muchachos ganaron velocidad también y lograron poner mayor distancia entre ellos y el perezoso gigante, que seguía corriendo tras ellos. Una decena de metros más adelante se encontraron con un río amplio y con una fuerte corriente.

Los muchachos se detuvieron temerosos de ser arrastrados por la corriente, Bernardo movía su pierna izquierda y apretaba los dientes desesperado mientras el agujero de gusano se alejaba de ellos, prefiriendo ser arrastrado por la corriente que desgarrado por el perezoso gigante, se lanzó al río. El agua estaba helada y Bernardo sintió que su cuerpo era desplazado por el agua en cuanto entró en ella. Sobreponiéndose al agarrotamiento causado por el frío, empezó a dar fuertes brazadas. Sus amigos siguieron su ejemplo y tardaron casi dos minutos en alcanzar la otra orilla, aunque se desviaron varios metros hacia el oriente.
La ira del perezoso no disminuyó y se lanzó al río, por su estatura y su peso, la corriente no hizo mella en su avance, en lo que los muchachos se apoyaban unos a otros para salir del agua en la otra orilla, la bestia estaba a mitad de camino. Los muchachos comenzaron a correr, pero el esfuerzo del nado consumió parte de sus energías, además la ropa empapada les impedía moverse con soltura. Pronto, el perezoso gigante salió del río y se sacudió furiosamente, lanzando grandes gotas de agua por todos lados. Se irguió y rugió de manera tan espantosa, que en la jungla cercana todas las aves emprendieron el vuelo horrorizadas, lanzando a su vez agudos graznidos.
El estruendoso rugido del perezoso penetró en los oídos de los muchachos, que se dolieron durante unos segundos. De nuevo el temor los invadió y volvieron a correr con mayor velocidad, pese al estorbo de la ropa mojada. Con mucha dificultad lograron seguir al agujero de gusano que se movía a gran velocidad trazando una errática ruta en la jungla. Tras avanzar una veintena de metros, la vegetación se hacía más y más espesa, dificultando el avance. Pese a ello, la bestia que perseguía a los muchachos se abría paso sin problemas entre los árboles.
La apresurada marcha continuó por lo que parecían ser kilómetros, los muchachos sentían que sus muslos daban punzadas, al igual que sus costados. Pese a que sus corazones latían violentamente, no les faltaba el aire. Incluso en el caso de Luis y Bernardo, cuyas narices se habían empezado a congestionar desde que llegaron a ese mundo. Pese al enorme esfuerzo que ponían en su carrera, cada veintena de metros, el perezoso gigante se acercaba, como si la tierra desapareciera bajo sus zarpas.
Repentinamente, el agujero de gusano dobló bruscamente hacia el oriente y los muchachos los siguieron, de manera que ese repentino cambio de dirección les restó velocidad. En segundos tenían al perezoso gigante a un par de metros detrás de ellos. En eso, un enorme tronco espinoso se columpió hacia ellos a gran velocidad.

  • ¡Agáchense!- gritó Bernardo, de inmediato los demás se fueron pecho a tierra.

El tronco se atascó en la gruesa piel del perezoso gigante, que luchaba por quitárselo de encima. Los muchachos se levantaron inmediatamente del suelo y volvieron a correr, pero a los pocos metros una valla de afiladas estacas salió del suelo, ante lo cual los chicos dieron un prodigioso salto, elevándose a más de treinta centímetros por encima de la punta de las estacas, que tenían más de metro y medio de alto. Superaron con su salto la valla de estacas, pero más adelante se abrió un foso lleno de ellas.
Con grandes reflejos, los muchachos se sujetaron de las estacas que habían esquivado. No sin dificultades pudieron salir de aquel peligroso agujero, mientras la bestia desquitaba su furia reduciendo las estacas a astillas.
  • ¡Miren!- dijo Homero señalando hacia su derecha.- Vamos para allá- culminó preso de un repentino autoritarismo.
  • ¿Por qué?- se quejó José.
  • ¡Por mis huevos!- gruñó Bernardo y empujó a su amigo hacia donde Homero les había indicado.
  • Dense cuenta- dijo Homero- Pisen fuerte y se van a dar cuenta que hay como un adoquín.
  • Es cierto- corroboró Roberto.
  • Eso quiere decir que es un camino.- dijo Bernardo.- ¿Pero a dónde?
  • ¡Miren!- dijo Gerardo.- Ahí va el tubo.

Temerosos de encontrarse con hombres armados como en la ocasión anterior, los muchachos dudaron por un segundo si correr por ese camino o no, pero tenían urgencia de alcanzar el agujero de gusano para volver a casa. Así que emprendieron de nuevo la persecusión. Entre tanto, el perezoso gigante se había quedado lamiéndose las heridas causadas por el tronco espinoso.
Rodeado por árboles y arbustos, en ese camino escondido hallaron muchos troncos tirados, que les estorbaron el paso, lo mismo que cientos de lianas, algunas espinosas, otras rugosas otras tantas cargadas de diversas flores. Hubo un par de tramos en los que el camino se hizo tan angosto que solo una persona podía pasar a la vez entre las tupidas murallas de árboles que flanqueaban el camino. De pronto, de entre los árboles, una decena de hombres salió a interceptarlos. Vestían túnicas cortas sin mangas, de color verde pálido, con bandas de cuero sobre el pecho, gorros del mismo material, así como brazales de madera sobre los antebrazos. Eran morenos y ligeramente más bajos que los que habían enfrentado la vez anterior. Lo que saltaba a la vista de este grupo de hombres eran unas lanzas que apuntaban hacia los muchachos.
  • ¡Paren!- gritó uno de ellos. - ¿Quién son?
  • ¡Puta madre!- se quejó Homero.
  • Alto- dijo Bernardo extendiendo los brazos hacia los lados entre Homero y las lanzas- Somos forasteros, estamos perdidos. Intentamos volver a nuestra casa.
  • ¿Qué país vida les dio?- inquirió el mismo hombre.
  • Extraño visten y hablan- murmuró otro de ellos.
  • Venimos de México- dijo Luis.
  • Nunca de país oí.-
  • Men Dre Gan, ¿estos Malek il' kan son? ¿En cabeza qué ves?- dijo un tercer hombre, dirigiéndose al que aparentemente era su líder.
  • No sé, An Lo Duj.- respondió.- ¿Trampas cómo esquivaron?- inquirió.
  • ¿Ustedes las pusieron ahí, cabrones?- gruñó Homero ofendido.
  • ¡Cálmate, Homero!- ordenó Bernardo.- No estamos en condiciones de pelear.
  • Mejor con Gren Maj Nu llevamos.- sugirió otro de los hombres.
A empujones, aquellos lanceros los obligaron a caminar hacia una pequeña cabaña oculta en la floresta, allí vieron como uno de ellos tiraba de un hilo oculto entre el pasto y las plantas rastreras que crecían desordenadamente en ese lugar. El hombre parecía dar un mensaje en algún código especial mediante ese hilo, pues tiró de él con cierto ritmo. Todo indicaba que se hallaban en manos de ladrones o de soldados, ninguna opción parecía buena.
Mientras esperaban a ver qué ocurría, los muchachos trataron de descansar, Bernardo se masajeaba los músculos doloridos, al igual que Roberto, Homero se quitó la camisola del uniforme y la playera blanca que siempre usaba con el fin de exprimirlas pese a que prácticamente ya estaban secas. Por su parte, José se pasaba la mano por la nuca mirando nervioso hacial el piso, Gerardo descansaba su peso sobre las rodillas, recobrando el aliento y Luis se limpiaba la nariz. Nadie hablaba, la tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo.
Cerca de dos minutos más tarde llegó ante ellos un carro tirado por unos animales que exhibían una exhuberante cornamenta. Sus cabezas estaban a más de dos metros del suelo, medían metro y medio de largo, sus patas eran largas y musculosas, terminadas en pezuñas gruesas, macizas, su capa era bermeja. Bernardo pensó que eran alces gigantes de Irlanda o Megaloceros. Al verlos, los muchachos quedaron boquiabiertos, pero poco tiempo tuvieron para admirar al grupo de cuatro espléndidos ejemplares de aquella extraña especie, pues fueron obligados a empujones a subir en el carro de madera revestido de metal, junto a dos aurigas armados con báculos, vestidos como los otros hombres. Entre los empujones y órdenes de los lanceros y sus propios quejidos, los muchachos no pudieron escuchar lo que uno de los aurigas habló con el líder de sus captores.
Apenas cabían en el carro, los muchachos creían que los atarían de pies y manos, pero no fue así. Los aurigas los examinaron con cuidado, aparentemente sentían curiosidad por su vestimenta. Con señas, les indicaron que debían sostenerse con fuerza de una barandilla que coronaba el borde superior del carro. Una vez que los muchachos se sujetaron, el carro arrancó a gran velocidad.
En pocos minutos llegaron a una suerte de base militar amurallada, semi oculta entre los altos y frondosos árboles. Pararon frente a uno de los muros y, a un grito de uno de los aurigas, el muro se sumergió en el suelo y entraron. A donde se volviera la vista había hombres morenos de mediana estatura vestidos con túnicas cortas de colores claros, otros vestían pantalones cortos. Algunos de ellos estaban trotando o afilando puntas de flecha, otros disparándolas, al ver esto, los muchachos comprendieron que estaban entre soldados. Aunque en un principio miraban con desconcierto y aprensión a todos lados, tratando de buscar una posible ruta de escape, su atención fue de inmediato acaparada por un magnífico conjunto piramidal.
Al frente había una construcción ciclópea compuesta por una gran escalinata flanqueada por dos macizos rectángulos, así como dos torres. Por encima de la escalinata, había un templete que presentaba dos columnas al frente y parecía ser la entrada a esa construcción, por detrás de la misma había una pirámide casi idéntica a la de Kukulkán, excepto que era más grande, casi del doble del tamaño de la que está en Chichén Itzá. Esa inusual amalgama estaba rodeada por dos réplicas casi exactas del templo de las inscripciones que se encuentra en Palenque. Por lo que se podía ver desde la distancia, ese complejo carecía de juego de pelota y de Chac mool, lo cual tranquilizó a Bernardo pensando que no los sacrificarían. Otro detalle que sorprendió a los chicos era la presencia de grandes árboles dentro de una fortifiación.

  • Mira, loco.- dijo Homero con voz trémula.- Esa de enfrente se parece mucho al castillo de Tulum.
  • ¿De veras?
  • Sí. Acuérdate que yo vivía por allá.
  • Qué curioso. A la que está atrás, esa se parece mucho a una de Chiché Itzá. Por lo que sé también le dicen el castillo.

El carro tirado por los alces gigantes, que los aurigas llamaban merecos, se detuvo frente a una construcción de adobe, de techo bajo y sin ventanas. Un grupo de tres soldados se acercó al lugar y señalaron al interior del inmueble y les orderon entrar y permanecer en él. En el interior, la única fuente de luz era una abertura cuadrangular en el techo de madera,de apenas un metro cuadrado, protegida por lo que parecía ser vidrio. El piso era de tierra, había un gabinete de madera detrás de una mesa ovalada, rodeada por bancos anchos de madera, tallados del tronco de un árbol, además de una silla pleglabe de asiento textil, pese a que se antojaba sentarse en ellas, los muchachos permanecieron de pie.
Mientras esperaban, el ánimo de los muchachos era terrible, a cada segundo se incrementaba la tensión. La humedad dentro del inmueble hizo que las narices de Luis y de Bernardo protestaran congestionándose. En el silencio se podía escuchar un quedo silbido proveniente del pecho de Homero.

  • Loco- dijo José, nervioso.- Loco, ¿conoces a Mita?- Bernardo dirigíó una mirada penetrante a su amigo.- Mita, Mita lega- José fue el único en reír la broma.
  • ¡Cállate animal!- dijo Homero dando un manotazo en la nuca de José- ¡Por tus mamadas estamos aquí!
  • Ya déjalo- dijo Bernardo.- La culpa es mía por mi necedad de querer sacarlo de aquí.
  • ¿Qué tienes muerto?- preguntó Luis preocupado.
  • Nos van a matar- respondió Roberto con la voz quebrándose, mientras sus ojos se enrojecían- ¡Ya valimos madre!- gimió pateando el piso y dejando escapar dos gruesos lagrimones.
  • ¿De qué te preocupas si ya estás muerto?- intervino Gerardo. Todos sonrieron a pesar del malestar que Roberto les contagió.
En eso, entraron dos hombres, uno de ellos era alto, trigueño, de rasgos angulosos y cabello entrecano, coronado por una diadema de plumas entretejidas. Vestía una túnica turquesa sin mangas, con bordados en ocre, rojo y violeta sobre el pecho y, amarillos y lila en el faldón. Sus brazos presentaban varias escarificaciones y cicatrices. El hombre trigueño portaba un báculo que culminaba en un aro metálico que a su vez tenía dos series de seis aros más pequeños, cada uno adornado con una pluma de diferente color. Sin mirarlos, el hombre se dirigió a la silla plegable y delicadamente depositó su cuerpo en ella.
El otro hombre, un poco más bajo y moreno que el anterior, de cabeza ancha y cuerpo robusto, vestía una chaleco de cuero y un par de brazales del mismo material, así como pantalones amplios de tela áspera y sandalias. Un mazo metálico colgaba de su cinto. El hombre del mazo se sentó en uno de los bancos, dejando uno vacío entre él y el hombre del báculo.

  • Gen An Ni- dijo el hombre del mazo.- Vigilantes de pueblo vieron y capturaron.
  • ¿Quién son?- preguntó el hombre del báculo, casi ignorando al otro.
  • Bernardo soy- dijo mientras hacía una leve reverencia, casi de manera inconsciente, aquel misterioso hombre le inspiraba respeto y confianza.- Luis, Homero, Gerardo, Roberto y José. De México venimos.
  • Extraños nombres son. Extraño país dices.- dijo Gen An Ni.
  • Lejos es- respondió Bernardo, sus amigos lo miraron incrédulos, incapaces de comprender cómo hacía el chico para hablar ese extraño lenguaje con tal naturalidad. Él mismo no lo podía creer, pero necesitaba entenderse con esos hombres para poder volver a casa.
  • Gren Maj Nu, ¿ellos Malek il' kan son?- inquirió sin quitar la vista de los muchachos.
  • En cabeza vi, Kodo il' kan son.- respondió el hombre del mazo.
  • ¿Y son?
  • En cabeza veo, no son. Él muy moreno es- dijo señalando a Luis.- Entre Malek il' kan y Kodo il' kan hombres tan oscuros de piel no hay. Mas confianza no tengo. Hace más de una semana vigilantes dijeron, Kodo il' kan extraños hombres persiguieron. Extranjeros escaparon, Kodo il' kan heridos, golpeados quedaron.
  • ¿Estos son? ¿Tu corazón qué siente?
  • Estos jóvenes son, mucho. Casi niños son. Niños que a Kodo il' kan vencen, mi corazón no siente, en cabeza no veo.
  • Perdidos estamos, hombre- intervino Bernardo, un tanto irritado al sentirse excluído.- Tu país hallamos por huir de gran animal- Bernardo levantó los brazos y se paró de puntas, tratando de ilustrar el aspecto de la bestia que los persiguió.
  • ¿Nofu?- inquirió Gen An Ni.
  • Nombre no conozco, grandes garras y pelo largo tenía.
    Gen An Ni se inclinó hacia delante y posó el mentón sobre sus manos. Miró a todos a los ojos, con calma pasó la vista sobre cada uno de ellos, que lo miraban con desconcierto, temerosos. Volvió la vista hacia Gren Maj Nu y dijo:
  • Salgan, que Brenaro quede.- Gren Maj Nu los condujo fuera de la construcción. Una vez que quedaron solos, Gen An Ni se reclinó en su silla y dijo.- Pregunta.- Bernardo lo miró confundido.- Nosotros antes preguntamos, que ahora preguntes justo es.
  • Este lugar- Bernardo dio un paso hacia su interlocutor, dubitativo, se detuvo y preguntó- ¿cómo se llama?
  • Meldonam decimos. En idioma sagrado de Mek ii chan, mundo oculto dice.
  • Mek ii chan... Meldonam...- repitió Bernardo distraído.- ¿Cómo es que hablan español?- de inmediato, Bernardo se puso nervioso creyendo que Gen An Ni no comprendería, intentó reformular su pregunta, pero el hombre respondió antes.
  • Castelán decimos. Muchos siglos antes, hombres con vello en el rostro y pecho brillante vinieron. Extranjeros eran, de Meldonam nada sabían. Guerreros eran, mas cansados estaban y paz en Meldonam hallaron, quedaron y su lengua nos dejaron.
  • Gen An Ni- dijo Bernardo inclinándose hacia delante y reposando sobre sus rodillas.- Buena fe tenemos, hacer daño no deseamos, ni robar. Solo perdidos estamos, volver a casa deseamos.
  • De otro mundo vienes, Brenaro. - Gen An Ni se levantó, Bernardo se enderezó, sus ojos estaban muy abiertos. Asombrado, ni siquiera notó como su interlocutor pronunció su nombre.- Tiempo hace, mi padre y yo una ceiba atravesamos. A un mundo extraño llegamos. Muy pesados en él éramos, respirar muy difícil era. Allí, piedra plana la tierra cubría. Un casco de metal sobre ruedas a mi padre golpeó. Del casco, un hombre salió, de nuevo entró y huyó. A mi padre de vuelta a Meldonam traje, mas curarlo no pudimos y murió. Nunca volver a tu mundo quise. Tu ropa igual a la que vestían allá es. Por eso, que de otro mundo vienes, sé.
  • Lo lamento- dijo Bernardo. Gen An Ni se le acercó y colocó una mano en su hombro.
  • Antes, en Meldonam estuviste. ¿Con Kodo il' kan pelearon? ¿Vencieron cierto es?- la curiosidad desbordaba en su rostro.
  • Atravesando una ceiba llegamos. Después, volver no pudimos. Cómo volver buscamos y hombres con máscaras de madera encontramos. Agua bebíamos, cuando dispararon. Armados estaban, con látigos y ballestas. De ellos huimos y en árboles nos escondimos. Fruta redonda dura lanzamos. Luego más de ellos llegaron. Fuerte lluvia cayó y a correr volvimos. Otra ceiba hallamos y a casa volvimos.
  • Kodo il' kan enemigos de Mek ii chan son. Ellos de maldad viven. - Gen An Ni tosió y preguntó- ¿Por qué a Meldonam volvieron?
  • José se dio cuenta que era posible atravesar una ceiba y se metió en Meldonam.- Bernardo no supo como empezar a narrar en castelán- Él no vino con nosotros la primera vez. Temiendo que algo malo le pasara, atravesamos la ceiba para buscarlo. Cuando volvíamos a La Tierra, nos encontramos a gran animal- Bernardo hizo la misma mímica.-
  • Nofu, decimos. Mal carácter tiene.- dijo sonriendo.
  • Huyendo de él, trampas vimos, de ellas escapamos y luego camino hallamos, hasta que tus soldados nos encontraron. Necesitamos hallar un tubo que metimos a la ceiba, atravesada entre tu mundo y el mío, para poder volver a casa.
  • A volver ayudaremos-

Repentinamente se escuchó un repiqueteo desesperado, como si alguien martillara furiosamente sobre madera, segundos después se escuchó un ruido idéntico proveniente de otro sitio. Gen An Ni salió rápidamente de aquel habitáculo y Bernardo lo siguió. Encontraron a Luis orinando impúdicamente en un árbol cercano mientras Gren Maj Nu gritaba órdenes y decenas de hombres subían a los muros, a los árboles y a las torres.

  • A yurum entren, rápido- ordenó Gen An Ni y corrió hacia la escalinata frontal del conjunto piramidal. Los muchachos, entre la sorpresa y la confusión, hicieron caso omiso de la orden.

Mirando de un lado a otro, rápidamente captaron el curso de la acción. Sobre los muros, los árboles y las torres, había arqueros, detrás de las murallas había grupos de infantería flanqueandos por carros tirados por Megaloceros, que aquella gente llamaba merecos. Otro grupo de hombres giraba vigorosamente varias manivelas dispuestas a lo largo de los muros.

  • Vamos al techo de la choza, para ver qué está pasando- dijo Luis.
  • No te va a aguantar- dijo Homero riendo.
  • ¡Y menos al mostro!- apuntó Gerardo. José no se dio por aludido.
  • Súbete, güey- una sonrisa maliciosa se dibujó en los labios de Luis al dirigirse a Roberto. La curiosidad se apoderó de él.
  • Mejor vamos a un árbol y así vemos todos- respondió Roberto.

La propuesta fue aceptada sin discusión y todos corrieron al árbol más cercano. Una vez arriba del árbol claramente divisaron por el lado occidental de la fortaleza a un grupo de soldados vestidos de cuero negro y con máscaras de madera, armados con ballestas, espadas, látigos y macanas. Detrás de ellos había otros hombres montados sobre animales que en un principio parecían caballos, pero en un vistazo más detallado lograron ver que se trataba de un animal de capa leonada, con grandes melenas, el hocico era un poco más corto que el de los caballos y en lugar de pezuñas, tenían garras. Algunas de estas bestias tiraban de unas estructuras de madera cubiertas de piel, con un gran badajo por el frente: arietes.
Ese grupo, pensó Bernardo, eran los Kodo il' kan y a ellos pertenecía el grupo de hombres que enfrentaron la primera vez que llegaron a ese extraño mundo. Por el lado norte, otro grupo se dirigía hacia los muros, se hallaban más lejos y les costó trabajo distinguir sus figuras a la distancia. Aquellos hombres eran altos, portaban máscaras de madera, pero estas tenían figuras amenazantes pintadas en ellas, y también tenían tiras de cuero o plumas en las orillas. Algunos de ellos tenían cotas de malla. Portaban lanzas, porras con púas, espadas y hachas. Se escuchaba como lanzaban grandes alaridos, gritaban frases incomprensibles, se escuchaban tambores y dos caracolas emitían un lúgubre sonido. Estos, pensó Bernardo, tenían que ser los Malek il' kan.
Conforme avanzaba este grupo, pronto los muchachos pudieron ver a seis unos animales cuadrúpedos, tan altos como un hombre adulto, de largos y anchos hocicos, cuello largo y orejas puntiagudas, algunos con pelo negro sobre la cruz, café o gris en el resto del cuerpo. Además, había entre ellos diez aves enormes, medían cerca de dos metros de alto, de plumaje oscuro y altas y gruesas patas, grandes cabezas y afilados picos.
Los muchachos volvieron la vista hacia el occidente, los Kodo il' kan estaba muy cerca de la muralla, de ella salieron grandes chorros de agua, y al mismo tiempo, desde las atalayas, las torres y los árboles, los arqueros disparaban contra los enemigos. En poco tiempo, por efecto del agua y del intento por esquivar las flechas, se formó un espeso lodo que entorpeció el avance de los arietes, que no tardaron en atascarse irremediablemente. Cuando esto ocurrió, una de las murallas se sumergió y la infantería de los Mek ii chan se lanzó a la batalla. Al mismo tiempo, por el lado sur, un grupo de carros tirados por merecos salió a presionar a los Kodo il' kan por la retaguardia.
Los muchachos eran testigos de una batalla inusual, se dieron cuenta que los Mek ii chan no tiraban a matar, sino que disparaban a los pies y muchas de las flechas tenían punta de goma. Además, las armas de mano de los Mek ii chan eran extrañas, casi todas de madera revestida por tiras de metal, eran mazos, báculos y una armas que tenían forma de efe mayúscula, otras tenían forma de diapasón y otras con forma de horquillas desiguales. Repentinamente, Bernardo gruñó furioso y, antes de que alguno de sus amigos le preguntara qué era lo que le ocurría, el chico bajó del árbol y corrió velozmente hacia donde se encotraba un mereco joven pastando.

  • ¡Hijos de su chingada madre!- dijo Homero.
  • ¿Qué es? ¿Qué pasó?- inquirió Luis.
  • ¡Esos cabrones metieron niños en el frente!

Al decir esto, Homero explicó la causa del extraño comportamiento de Bernardo, compartieron con él la profunda indignación que le causó la extrema cobardía de los Kodo il' kan. Para cuando sus amigos descendieron del árbol, Bernardo estaba forcejeando con el mereco, tomándolo por las astas y presionando su hocico contra el suelo. Antes de que sus amigos lo alcanzaran, montó ágilmente a lomos del agitado animal y este reparó desesperadamente un par de veces antes de aceptar el dominio que el muchacho trataba de imponer sobre la bestia. Sin volver la vista hacia sus amigos, una vez que se hizo de la extraordinaria montura, Bernardo se lanzó a la batalla.
Los soldados Mek ii chan se quedaron boquiabiertos al ver pasar a Bernardo montado en un mereco, pues aunque aquella magnífica especie era entrenada para la guerra, utilizándola como animal de tiro, jamás se dejaba montar. Al menos, para ellos era imposible. Bernardo se unió a la refriega arrollando a varios Kodo il' kan y sustrajo a dos niños del campo de batalla, cada uno entre los seis y los siete años de edad. Los tomó por el cuello de la camisa y los llevó dentro de la fortaleza mientras ellos manoteaban y gritaban en su lengua. Gen An Ni, salió velozmente de dondequiera que se hallara para recibir a Bernardo, seguido por cuatro soldados.

  • Gen An Ni, dime que no peleamos contra niños.- el muchacho habló cuestionando severamente al hombre con el que minutos atrás tuvo algo muy cercano a una charla amistosa.
  • No, Brenaro.- replicó Gen An Ni con firmeza, pero incapaz de ocultar su asombro.- Con niños no peleamos, a niños de enemigos cuidamos.
  • Voy por más de ellos.- gruñó el muchacho mientras los soldados se hacían cargo de los niños. Gen An Ni alargó su mano, con intención de impedir que Bernardo volviera a la lucha, pero se quedó con la palabra en la boca.
  • Vamos por los chavitos- dijo Luis. Los demás, que contemplaron la escena atónitos, decidieron apoyar a su amigo.
En el frente, los Mek ii chan eran heridos por los niños, a quienes no atacaban, más de alguno empujaba a los niños que lo rodeaban, solo para poder defenderse de los adultos. Combatir en tal circunstancia era harto difícil para los Mek ii chan, que a duras penas podían manterner al enemigo fuera de las murallas, gracias al esfuerzo de los arqueros. La infantería quedaba expuesta a los ataques del enemigo cada vez que intentaban desviar a un niño hacia la fortaleza. Bernardo volvió a arrollar a unos soldados enemigos y, con la ayuda de su montura, presionó a varios niños para que entraran en la fortaleza, sus amigos estaban en el espacio abierto de la muralla, auxiliados por un grupo de soldados coordinados por Gen An Ni, formando una cadena humana con el fin de recibir y apresar a los niños. En el frente, libres de la molestia que los niños ocasionaban, los Mek ii chan se movieron con más soltura.
Bernardo bajó del mereco y corrió hacia la primera línea de la infantería Kodo il' kan con tal velocidad que tomó por sorpresa a ambos bandos, el muchacho golpeó con su hombro a un soldado enemigo y los demás cayeron como piezas de dominó. De inmediato, los Mek ii chan aprovecharon para inhabilitar a los caídos. Luis, Homero, Roberto y Gerardo alcanzaron a Bernardo mientras él golpeaba a un enemigo y se engancharon en combate con otros soldados.
El ruido de la batalla era ensordecedor, a los gritos e insultos de los Kodo il' kan seguían las respuestas de los Mek ii chan, mezclándose con los gritos de los heridos, el silbido de las flechas y los venablos y las armas chocando entre sí. Al fondo, se escuchaban el lamento de las caracolas y los tambores de guerra de la otra facción enemiga, los Malek il' kan. Entre el fragor del combate, Luis se hizo escuchar:

  • ¿Loco, estás bien?
  • Sí, sombras- respondió Bernardo tras derribar a un soldado enemigo.- Vayan al otro flanco- ordenó.
  • ¡No, loco!- protestó Luis mientras golpeaba a otro soldado- ¡Te van a matar!
  • ¡Hazme caso, cabrón!- vociferó Bernardo- podemos hacerles más daño si los presionamos por los flancos.
  • Vente, muerto.- dijo Luis convencido, contagiado por el furor del combate. Roberto obedeció.
  • ¡Que venga el mostro!- protestó Homero- No más se está haciendo pendejo.
  • ¡Ahorita vemos!- gruñó Bernardo al tiempo que golpeaba a su oponente con la rodilla.

Antes de la adición de los muchachos, pese a que los Mek ii chan tenían una ventaja inicial, no pudieron repeler pronto a los Kodo il' kan, debido a la presencia de los niños, pues estos hirieron o facilitaron que los Mek ii chan fueran heridos por el enemigo. En cuanto los chicos intervinieron y los desembarazaron del ataque de los niños, la balanza se inclinó a favor de los Mek ii chan, quienes no podían dar crédito al ver que hombres tan jóvenes y además desarmados, podían poner fuera de combate a soldados profesionales en tan poco tiempo.
La estrategia que Bernardo propuso a sus amigos fue efectiva, Roberto y Luis imitaron la acción de su amigo cuando se apeó del mereco, Luis se lanzó contra la primera línea y Roberto contra la segunda. Homero, junto a Gerardo y Bernardo daban patadas a las piernas de los Kodo il' kan, haciéndoles tropezar y, a jaloneos, desordenaban las filas de aquel grupo. Bernardo se coló entre los Mek ii chan y se posicionó en el medio de ellos, asestando golpes y patadas como un torbellino, pronto los aliados se abieron paso entre la diezmada infantería enemiga, de manera que se hicieron dos filas completamente rodeadas por los Mek ii chan.
Los ballesteros que no habían sido alcanzados por las flechas o arrollados por los merecos, se vieron obligados a echar manos de sus macanas o espadas para apoyar a la infantería que estaba por ser neutralizada. Mientras tanto, dentro de los muros, José se apoyaba tembloroso en una torre. El mereco que Bernardo había montado se colocó detrás de él y le dio un leve empujón con la cabeza.

  • ¡Sh! ¡Ey!- bufó quejándose el corpulento muchacho. Ante un segundo empujón, el chico manoteó- ¡Déjame!- gruñó.

El mereco esquivó los manotazos de José y lo empujó con más fuerza, haciéndolo trastabillar. Insitiendo, volvió a empujar a José una y otra vez, hasta que lo obligó a salir de las murallas. Al verse inmerso en el peligro, quiso huir, pero el mereco se lo impidió. José volvió la vista hacia la batalla y, al ver que un soldado levantó su espada contra Gerardo, se hizo con una piedra y la lanzó contra el soldado. Enfurecido, José corrió hacia el enemigo y asestó un golpe al primer soldado que tuvo enfrente. Aquellos soldados que montaban sobre los extraños corceles leonados con garras, habían estado pugnando por esquivar o derribar a los merecos, sin mucho éxito. Casi desbandados, volvieron a organizarse para apoyar a la menguante infantería.
Luis se encontraba tratando de recobrar el aliento cuando fue sorpendido por el látigo de uno de los soldados montados, el látigo no lo alcanzó, sin embargo, la extraña montura reparó frente a él haciéndolo caer en su intento por esquivar las garras. Tirado en el suelo, Luis vio al soldado preparando un segundo latigazo, pero Bernardo se adelantó y saltó sobre el soldado con los pies por delante. La montura pataleó y trató de asestar zarpazos, pero Luis los esquivó ágilmente y dio un fuerte manazo en la grupa del extraño animal, creyendo que podría hacerlo correr, como sucede con algunos caballos. La suposición de Luis no fue errada y la montura desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Roberto y Gerardo se dieron cuenta de la acción de Luis y, auxiliados por los Mek ii chan, lograron colarse cada uno detrás de una montura y dieron sendos manotazos en la grupa, como resultado, los jinetes cayeron y las monturas huyeron. José vio que Bernardo pudo derribar a dos soldados saltando sobre ellos y lo imitó, logrando el mismo resultado. Homero vio que José podía saltar tan alto como para ponerse a la altura de los jinetes y se sintió picado en el orgullo, de manera que saltó sobre el primer jinete que vio y lo golpeó con la rodilla. Entre él, Bernardo y José tumbaron a los doce jinetes restantes.
Por el lado norte, el enemigo derribó uno de los muros haciendo uso de las horrendas y gigantescas aves que llevaban. La estrategia de enlodar el suelo no funcionó, pues el poder de las enormes patas de aquellas aves los podía hacer avanzar sin dificultad sobre el terreno enlodado y asestar tremendos golpes a los muros con la cabeza, a pesar de llevar a un jinete sobre ellas.
Antes de que lograran derribar la muralla, los Mek ii chan ya había arrollado a los arqueros y a parte de la infantería con sus carros, varios soldados se hallaban combatiendo en la zona, de manera que pudieron impedir que los Malek il' kan penetraran en la fortaleza. Los soldados que estaban combatiendo por el lado occidental corrieron al lado norte, pues ya habían neutralizado a los Kodo il' kan. Un grupo de carros se haría cargo de llevarlos al río que los muchachos habían cruzado un par de horas antes.
Los muchachos se dirigieron también hacia el lado norte de la fortaleza, en el camino fueron interceptados por Gren Maj Nu que portaba un escudo metálico heptagonal con extrañas decoraciones .

  • No vayan- vociferó el guerrero. - Allá verlos no quiero.

Homero frunció el ceño y veladamente hizo una seña obscena con su brazo. Gren Maj Nu les dio la espalda y corrió al combate. En eso, un grupo de soldados se acercó a los muchachos y les ofrecieron armas. Aunque Roberto ya se había apropiado de un látigo y Homero de una macana, los muchachos aceptaron con gusto la oferta de los soldados. Gerardo y José tomaron cada uno un báculo, Homero y Luis aceptaron un arma en forma de efe mayúscula, Roberto tomó un mazo y un arma en forma de horquillas irregulares, la misma arma fue seleccionada por Bernardo junto con otra con forma de efe. Aquellos soldados, no hablaron y se acercaron entusiasmados, aunque con cierto temor a ellos, quizá creyendo que no se entenderían con ellos haciendo uso de las palabras.
Una vez pertrechados, los muchachos se dirigieron sin dilación a la batalla. Ninguno de ellos comprendía que era lo que estaba ocurriendo y cómo era posible que con tanta facilidad lucharan exitosamente contra soldados profesionales. Sin embargo, ninguno de ellos reparó en la cuestión y se fueron confiados por el éxito obtenido contra los Kodo il' kan. Al llegar al lado norte de la muralla, fueron testigos de una escena que les heló la sangre: de un mordisco, una de las aves gigantescas del enemigo desprendió la cabeza de un soldado aliado, como si de un muñeco de papel se tratase.
Aterrado, pero a la vez lleno de furia, Bernardo apretó la mandíbula. Se aferró a sus armas y corrió hacia aquella bestia a la que había identificado como un ave del terror y le propinó tres golpes seguidos con sus armas. El frenético ataque de Bernardo tomó por sorpresa al jinete, que estuvo a punto de caer de su monstruosa montura y tuvo que obligarla a recular momentáneamente. Mientras tanto, los demás se preparaban para recibir a más de aquellas bestiales aves y desde lo alto, los arqueros los apoyaban, pero poco daño podían hacer a las tremendamente resistentes aves.
Roberto notó que a su lado, una suerte de loza se abrió revelando un profundo foso. Haciendo uso de su látigo, comenzó a provocar a una de las aves que tenía cerca, golpeándola en los ojos, en segundos, el ave cayó al foso, pero el jinete saltó hacia un lado, este fue capturado y neutralizado por tres soldados Mek ii chan. Por su parte, Gerardo era asistido por dos soldados y juntos derribaron a un jinete e hirieron gravemente al ave.
Tras esquivar varios ataques del ave, Luis saltó sobre la cabeza de esta y propinó un fuerte golpe al cráneo del jinete, dejándolo inconsciente en el acto. El ave aun aturdida emprendió un torpe ataque y fue golpeada en los ojos varias veces por Luis, en segundos, el ave se quedó echada en el suelo, inmóvil. José asestaba golpes desesperados a los picos de un ave o de otra, esquivaba velozmente los ataques de los jinetes, pero poco podía hacer para mantener a raya al enemigo. Homero siguió el ejemplo de Luis, pero le costó un poco más de trabajo noquear al jinete, otros soldados Mek ii chan lo asistieron.
Bernardo intentó apoyar a José, pero no pudo acercarse a él. Roberto y Gerardo, junto con otros cinco soldados Mek ii chan apoyaron a Luis y a Homero, Bernardo se percató que en segundos, derribaron al jinete, los soldados lo neutralizaron y los muchachos obligaron al ave a caer al foso. Un soldado perdió un brazo al ser mordido por un ave del terror, otro fue tomado por el tobillo y lanzado lejos por otra ave. Entre los espantosos alaridos de las aves, los gruñidos de las bestias de presa, los gritos de dolor de los heridos, el choque de las armas y los insultos, la voz de Gen An Ni se escuchaba desde lo alto de la pirámide, en un extraño cántico que evocaba valor y serenidad.
Aunque José temblaba, algo en su interior lo obligó a mantenerse de una pieza y no salir huyendo. Repentinamente, el mereco joven se presentó y apoyó a los soldados y a los muchachos golpendo con su cabeza a las aves por los flancos. La fuerza del mereco era tal, que de un golpe podía derribar a un ave del terror y a su jinete. Como un enjambre, los muchachos y los soldados que estaban con ellos, se lanzaban al ataque de las aves que eran derribadas y en pocos minutos lograron abatir a ese grupo.
Jadeantes, los muchachos se miraron unos a otros y asintieron, dando a entender que se hallaban bien. Notaron como sus músculos temblaban y los dedos les punzaban, en vías de entumecerse. En lo alto de la pirámide, la voz de Gen An Ni cantando en su lenguaje sagrado se escuchaba por encima del fragor de la batalla. Bernardo caminó hacia el exterior de los muros, pero Homero lo detuvo y con una seña le indicó que mirara con atención. Los carros de merecos tenían dicultades para moverse con soltura en el reducido espacio, dos de ellos habían perdido ruedas, otros dos no podían avanzar porque uno o dos merecos estaban heridos. Las bestias de presa que los Malek il' kan llevaban resistían los embates de los merecos. Los soldados tenían serias dificultades para defenderse simultáneamente de las mordidas o de los tajos.
Hacia el fondo, vieron a un hombre enano semidesnudo, cuyo cuerpo portaba diversos signos pintados. En su mano izquierda portaba un extraño cetro que consistía en un cráneo aparentemente humano y debajo de este el cráneo de algún animal, ambos atravesados por un palo con punta de piedra. A todas luces se trataba de un chamán o un sacerdote. Desde una silla de manos que portaban dos lanceros semidesnudos con la misma pintura que el chamán, este agitaba su extraño cetro y gritaba en una lengua incomprensible. En el centro del campo de batalla, parecía que las voces de Gen An Ni y del sacerdote enano chocaban.
Los muchachos pudieron ver la velocidad y la ferocidad de los ataques de los Malek il' kan que superaba por mucho a la de los Kodo il' kan. En el centro de la batalla, vieron a un hombre muy alto, que superaba los dos metros, un verdadero gigante cubierto por hombreras y un pectoral de metal con púas y un yelmo astado que dejaba ver su boca. Haciendo gala de poder y habilidad golpeaba con una gran alabarda, hiriendo o empujando a los varios Mek ii chan que lo rodeaban, entre ellos Gren Maj Nu, que se protegía con su gran escudo heptagonal. Los chicos se miraron unos a otros consternados, parecía que con su mirada consultaban si estaban dispuestos a seguir luchando. Bernardo apretó los dientes, arrugó la nariz y con un fuerte grito se sumó de nuevo a la batalla y sus amigos lo siguieron contagiados de su coraje, gritando también.
Con su grito de guerra, los muchachos se lanzaron sobre las seis bestias de presa de los Malek il' kan. Atacaron directo a los ojos con bríos renovados, giraban velozmente para bloquear ataques de los soldados enemigos y en seguida asestaban golpes fulminantes. Pese a los fuertes golpes, las bestias no minaban su ferocidad, aunque no podían ver a donde mordían, agitaban sus fauces frenéticamente de un lado a otro, derribando a sus amos. Luis fue derribado por una bestia, la cual abrió la boca para morderlo, guiada por el olfato, Bernardo vio lo que ocurría y lanzó su arma en forma de efe directo a los dientes de la bestia. El golpe fue certero y dio sobre un pequeño absceso, causando que enloqueciera de dolor, Luis se levantó y continuó golpeando a la bestia y a otros apoyado por Bernardo. En un instante, Luis recogió el arma de su amigo y se la devolvió.
Las enloquecidas bestias, prácticamente ciegas daban vueltas, zarpazos y mordiscos sin ton ni son, golpeando e hiriendo a sus amos. Su resistencia minó y terminaron por ser abatidas. Bernardo se paró sobre la bestia que había vencido y lanzó un colérico grito que hizo temblar a los Malek il' kan cercanos. Los Mek ii chan se contagiaron de ese furor, se sobrepusieron al cansancio y dieron batalla con mayor ferocidad que al principio.
Los Malek il' kan eran muy altos, la mayoría sobrepasaba el metro con ochenta centímetros. Los que no vestían cota de malla, se protegían con hombreras y tiras de metal cruzadas sobre el pecho desnudo, pero aparte de brazales y grebas o botas, no tenían protección en brazos, piernas y abdomen. Los muchachos supieron aprovechar los puntos vulnerables del enemigo y con velocidad vertiginosa, golpeaban a la entrepierna, a las rodillas, a la manzana de Adán o a la nuca. Las máscaras de madera se rompían bajo sus armas como si fueran de vidrio. Los muchachos, dada su estatura de adolescentes, parecían pequeños torbellinos sacudiendo macizos robles, por su parte, el mereco joven repartía coces y golpes con su incipiente cornamenta, haciendo chocar a los Malek il' kan entre sí.
En minutos, los Mek ii chan y sus inesperados aliados hicieron retroceder al enemigo, los poderosos soldados Malek il' kan chocaban entre sí, tropezaban con sus camaradas noqueados. El gigante que luchaba contra Gren Maj Nu comenzaba a retroceder. Ambos campeones se hallaban lidiando a solas, pues los otros soldados Mek ii chan habían sido heridos o bien, se habían enganchado en combate con otros Malek il' kan. Pese a tener que defenderse de un solo oponente, al gigante le costaba cada vez más trabajo bloquear los ataques de Gren Maj Nu.
Bernardo vio caer al líder de los Mek ii chan y corrió velozmente entre los combatientes. Mientras corría, su corazón bombeaba sangre al mismo ritmo en que su ansiedad crecía. Su vista estaba fija en el gigante que se aprestaba a dar un golpe mortal. El muchacho apretó el paso sintiendo que se movía cada vez más lento, sin embargo, era todo lo contrario, ¿de qué otra manera sería posible que esquivara los golpes y tajos de los Malek il' kan, como no fuera desplazándose como un bólido?
Justo cuando la alabarda del gigante iba a medio camino hacia el cuello de Gren Maj Nu, Bernardo saltó y extendió velozmente su pierna izquierda, de manera que su talón se impactó en la barbilla del gigante, quien cayó hacia atrás cuan largo era, mientras su yelmo se desprendía de su cabeza. La fuerza de las manos férreas que sostenían la alabarda se desvaneció, de manera que el arma cayó al suelo al mismo tiempo que su portador.
Por un instante que pareció eterno, la batalla se detuvo, todos miraron al gigante caído y al muchacho tembloroso frente a él. Cuando parecía que todos contenían el aliento, de pronto surgieron los gritos desesperados de los Malek il' kan, cinco de ellos abandonaron a sus oponentes para proteger a su campeón, solo para ser puestos fuera de combate por Bernardo y Gren Maj Nu.
Desde su silla de manos, el sacerdote enano escupió órdenes y sus lanceros se acercaron titubeantes a la escena. Uno de ellos gritó a Bernardo y este respondió insultando al lancero. Confundidos, los lanceros se miraron entre sí y volvieron a gritar, el chico se lanzó contra ellos. Gren Maj Nu quiso prevenirlo, pero no pudo contener su impulso feroz. Los hábiles lanceros esquivaron ágilmente los ataques de Bernardo y este tuvo alguna dificultad para esquivar los ataques de ellos. Gren Maj Nu se acercó para brindar su apoyo, Roberto y Gerardo se quitaron de encima a varios enemigos y se acercaron a donde estaba Bernardo, con ello presionaron a los lanceros, estos, por carecer de armadura, esquivaron ágilmente los ataques.
Roberto logró derribar a uno de los lanceros, pero este evitó que el muchacho lo rematara colocando la punta de su lanza en dirección a su cuello, el chico logró detenerse a tiempo. Esto facilitó que el lancero se levantara y, mientras lo hacía, Bernardo le dio un empellón con la cadera, haciéndolo trastabillar, Gerardo lo golpeó en los brazos y Roberto en la cabeza cuatro veces seguidas, dejándolo inconsciente.
Después del empellón, Bernardo se deslizó ágilmente por un costado del otro lancero y, con su arma en forma de efe mayúscula, apresó su tobillo tirando de él, derribándolo. El lancero dio un golpe hacia Gren Maj Nu, quien lo bloqueó con su escudo y atacó a un costado, Bernardo dio en la nariz y Gren Maj Nu remató con un fuerte golpe a la cabeza.
Una vez derrotados los lanceros, Bernardo se dirigió hacia el sacerdote enano, quien intentó defenderse con su extraño cetro, pero de nada le sirvió, pues el chico destrozó los cráneos con sus armas y luego golpéo al sacerdote en el estómago, quien soltó su centro y se dobló de dolor. El chico no le tuvo compasión, lo tomó por el cuello y lo elevó.

  • ¡Malek il' kan!- gritó Bernardo, su voz se escuchó por encima del estruendo de la batalla. -¡Párense perros malditos!

El silencio se hizo de inmediato. Los Malek il' kan no entendían lo que el muchacho decía, pero al ver a su sacerdote sometido gruñeron y chillaron sintiéndose humillados. El sacerdote se estaba sofocando por la presión de la mano de Bernardo y a duras penas logró gemir una orden. Como resultado, los Malek il' kan se rindieron. Los Mek ii chan se quedaron boquiabiertos y los pocos Kodo il' kan que quedaron desperdigados asistieron a la escena con incredulidad y amargura.
Los Malek il' kan emprendieron una lenta y amarga retirada, mientras recogían a los heridos y a los inconscientes. Los pocos Kodo il' kan restantes huyeron despavoridos. Los Mek ii chan volvieron a su fortaleza sin poder creer su enorme fortuna. Por primera vez en la historia, los Malek il' kan se habían rendido. Jamás habían podido repeler a sus enemigos en tan poco tiempo.
Los muchachos, ignorantes de todo esto, se sintieron abrumandos cuando los soldados Mek ii chan se acercaban a tocarlos, como si quisieran comprobar que de verdad existían. Repentinamente un grito de júbilo estalló en la fortaleza y los muchachos fueron llevados en hombros mientras los soldados entonaban una alegre canción y los llevaron ante Gen An Ni y Gren Maj Nu.

  • Las gracias les damos.- dijo Gren Maj Nu- No quería que lucharan, mas nunca que tan bien lucharan en cabeza vimos.
  • ¡Gran fuerza tienen!- gritó algún soldado.
  • ¡A luchar con nosotros queden!- gritó otro.
  • Hoy, por vez primera, Malek il' kan lucha abandonan.- intervino Gen An Ni.- Pocos de nosotros heridos están, muy pocos murieron. Forma de luchar nunca vimos, gran valor de ustedes apreciamos. Muy agradecidos estamos.
  • Gen An Ni- dijo Bernardo- nosotros con ustedes luchar quisimos. Ahora, a nuestro país volver debemos.
  • Vengan- dijo el sacerdote y los condujo al yurum. Una vez dentro, abrió una gaveta del gabinete y de ella extrajo una caja de madera. - Que vuelvan deseamos.
  • Ustedes muy jóvenes son- intervino Gren Maj Nu.- A pelear obligarlos no deseamos. Kodo il' kan a niños a pelear obligan. Nosotros no, no nos gusta.- los muchachos se quedaron en silencio, nerviosos.- Mas hoy, gran pelea dieron y Brenaro mi vida salvó. Muy agradecido estoy.
  • Nosotros Mek ii chan mucho tiempo en guerra con Malek il' kan y Kodo il' kan tenemos- dijo Gen An Ni.- Ustedes ven, Mek ii chan matar no gustamos- señaló las armas que los chicos habían depositado sobre la mesa. - Pedirles queremos que con nosotros luchen. Si como hoy peleamos, en cabeza veo, Malek il' kan pronto guerra abandonarán.
  • ¡Pero no podemos!- replicó Roberto.
  • Nosotros no somos soldados- apuntó Gerardo- fue suerte.
  • No, suerte no fue- replicó Gen An Ni con firmeza.- Brenaro a sacerdote de Malek il' kan apresó. Nunca soldados Mek ii chan eso harían, pues gran temor a brujería Malek il' kan tienen. Ustedes a brujo no temieron y apresarlo no dudaron. Ustedes no solo gran valor y fuerza tienen, también cosas en cabeza ven que nosotros no.
  • Gren Maj Nu, Gen An Ni- intervino Bernardo.-Nosotros muchachos somos. De donde venimos tenemos obligaciones, padres...
  • No nos mandamos solos- interrumpió Luis.
  • Lo sabemos, hijos también fuimos- respondió Gren Maj Nu sonriendo.
  • Nos urge regresar a nuestras casas- presionó Roberto.- Perdón, pero tenemos que regresar.
  • Y volverán- dijo Gen An Ni sonriendo. El sacerdote abrió la caja que tenía en sus manos y de ella sacó dos cascabeles dorados.- Vengan.

Los muchachos salieron de la construcción y afuera los esperaba el mereco joven que Bernardo había montado. Los soldados miraban maravillados como aquel impetuoso animal se había aficionado al muchacho que lo domó. El mereco se dejó acariciar la cabeza y la frotaba suavemente sobre el vientre de Bernardo.

  • Mereco te esperaba- dijo Gren Maj Nu- nosotros montarlos no podemos, ¿cómo domaste?
  • No sé, solo lo intenté- respondió distraídamente mientras acariciaba al mereco.- En mi mundo estos animales dejaron de existir, se acabaron. Megaloceros decían. Grandes cuernos dice.
  • En antigua lengua de Meldonam, mereco dice grandes cuernos también.- apuntó Gen An Ni.
  • Me gustaría llamarte bucéfalo- dijo Bernardo mientras seguía acariciando al mereco.- No, mejor te llamaré Áyax, porque peleaste como aquel gigante.- culminó sonriendo.

El líder religioso de los Mek ii chan llamó a un par de soldados vigías y estos informaron sobre el avistamiento de un objeto blanco que se arrastraba por la selva al oriente de la fortaleza y que se había detenido en una ceiba. Pidió un carro tirado por merecos que no tardó en llegar e invitó a los muchachos a subir. Los chicos aceptaron y salieron por el lado oriente de la fortaleza, mientras los soldados los seguían eufóricos, despidiéndose felices de ellos. Emocionados, los muchachos se despidieron de sus compañeros de batalla y dedicaron una última mirada al estupendo conjunto piramidal al que llamaban “el castillo”.
En el camino, pasaron por una poza que provenía de un brazo del río. Luis le dio un par de codazos a Homero y a Gerardo y les hizo señas para que miraran hacia la poza. Se miraron con complicidad, pero no dijeron nada. Cinco minutos más tarde, llegaron a la ceiba donde se había detenido el agujero de gusano.

  • Toma.- dijo Gen An Ni tendiéndole uno de los cascabeles dorados.- Con cascabel llamaré.- el sacerdote hizo sonar su cascabel y el que tenía Bernardo tintineó.
  • ¿Cómo lo hace?- Bernardo no pudo ocultar su asombro.
  • Malek il' kan formas de entrar en otros mundos conocen. Con cascabeles un mundo con otro comunican.
  • Por mi hablo, Gen An Ni.- dijo Bernardo apenado.- No siempre venir podré. Que mis amigos vengan prometer no puedo.
  • Entiendo- respondió solemnemente el sacerdote.
  • Si algún día me llamas y no puedo venir, sacudiré tres veces el cascabel; dos si voy en camino o tardaré en llegar; y una vez cuando esté en Meldonam.
  • Gracias, Brenaro.
Los muchachos se despidieron del sacerdote y de los soldados felices de haberlos ayudado, pero sobre todo, de volver a casa ilesos. Al cruzar por el agujero de gusano Roberto fue el primero en salir, asomando con cuidado la cabeza, reconociendo el terreno. Hizo señas a su amigos indicando que esperaran. Atravesaron uno a uno el agujero de gusano y llegaron a un parque ubicado a unas cuantas cuadras de la casa de Gerardo. El parque estaba desierto y el policía de guardia en el lugar estaba distraído platicando con una joven.

  • ¡Ah, su madre!- suspiró Roberto aliviado.- ¿Qué hora es Gerardo?
  • Veinte pa' la una.
  • ¡No puede ser!- exclamaron Luis y José al unísono.
  • Allá estuvimos como tres o cuatro horas.- apuntó Homero.
  • ¡Qué chingón!- dijo Luis sonriendo.
  • Ya vámonos, pues, chamacos- urgió Roberto.
  • José- dijo Bernardo mirando fijamente a su amigo.-Ni una palabra de esto. ¿Te quedó claro? A nadie.
  • Sí. Bueno.- respondió con la vista baja, casi de mala gana.
Los chicos se dirigieron a casa de Gerardo, José partió desde allí a su casa después de beber un vaso grande de agua. Roberto se quedó con Gerardo en su casa, pues había dejado allí su mochila y en ella estaba su uniforme escolar. Los demás corrieron a casa de Luis. Allí, Homero se quitó su uniforme, lo enjuagó rápidamente y lo colgó en el tendedero. Luis le dio uno de sus uniformes. A Bernardo lo esperaba su padre en casa.

  • ¿Por qué vienes tan sucio?- inquirió en cuanto lo vio.
  • Me caí en una zanja- respondió evasivo.
  • ¡Una zanja es lo que tienes el cerebro! ¿Cuántas veces te he dicho que mires por dónde vas? ¡A bañar, gandul!- Bernardo corrió al baño de inmediato y tomó un baño rápidamente mientras su padre continuaba reprendiéndolo desde la puerta.
Más tarde, en la escuela, Luis revisaba su mochila creyendo que había olvidado algo, cuando escuchó la voz de José, lo localizó con la vista y notó que platicaba con Merino.

  • ... y había unos como mayas.- decía José
  • ¿A poco?- respondió Merino, incrédulo y burlón.
  • ¡Sí güey!- replicó José con su característica expresión. Luis se acercó por detrás y le propinó un leve golpe en las costillas, rodeó su cuello con el brazo, casi colgándose de él y casi arrastrándolo le dijo:
  • Acompáñame, mostro. Vente, vamos.- una vez fuera del salón, lo puso contra la pared y lo interrogó- ¿Qué tanto le dijiste, pendejo?
  • Nada- se quejó José, Bernardo iba pasando por ahí y se acercó a ver qué ocurría.
  • ¿Qué pasa?- preguntó con intención conciliadora.
  • Este pendejo que le estaba contando al abortado del desmadre de allá.
  • ¡Si no les dije nada!- replicó José.
  • ¿Les?- la actitud de Bernardo se tornó inquisitiva- ¿Con quién más hablaste?
  • Con el pelibuey.- José miraba hacia los lados, sofocado por la mirada penetrante de Luis y Bernardo- ¡Pero les dije que lo soñé!
  • ¿Les dijiste de las ceibas?- preguntó Luis.
  • ¡No! Ni de los cuajilotes. Nada de eso.- José sudaba copiosamente.
  • No cuentes nada- dijo Bernardo con tono firme tras poner la mano en el hombro de su amigo, su mirada se clavó con más intensidad en la de José.- Aunque digas que son sueños o películas, no digas nada. Entiende que no debemos incitar a otros a entrar allá. Ni en desmadre, es demasiado peligroso.
  • Bueno. Está bien.- dijo resignándose de mala gana.

Un par de horas más tarde, los muchachos se reunieron bajo las escaleras cercanas al laboratorio de química, lejos de oídos indiscretos. Estuvieron allí durante el receso hablando acerca del temor que sintieron en los diferentes momentos durante su estancia en Meldonam, así como el dolor que sentían por haber corrido tanto, y sobre las manos agarrotados por los golpes que dieron tanto a puño limpio como armados. Bernardo contó a sus amigos lo que había hablado con Gen An Ni y comentaron acerca de las especies de animales que habían visto ese día. En particular de los animales que Bernardo estaba seguro eran especies que habían existido en La Tierra miles o millones de años atrás. Entre bromas y burlas, Bernardo y Roberto discutieron posibles explicaciones de la presencia de aquellas bestias en otro planeta, Roberto creía que habrían evolucionado de manera independiente, en tanto que Bernardo sostenía que habían llegado allá de la misma manera que ellos o de una forma similar. De igual manera elocubraron acerca del lenguaje que hablaban los Mek ii chan.

  • Es curioso, pero me parece que usan palabras modernas, no hablan como español antiguo, como en El Cid.- señaló Roberto.
  • Gen An Ni me dijo que cuando era joven atravesó una ceiba igual que nosotros. Puede que a lo largo de varios años hayan tenido contacto con otros mexicanos que aportarían a su lenguaje. ¿Quién sabe?- dijo Bernardo encogiéndose de hombros.- En eso terminó el receso y comenzó una lluvia ligera.

Por la noche, a la hora de la salida, los muchachos se reunieron en una esquina, disfrutando de la fresca noche y de la lluvia que menguaba, mientras sus compañeros corrían para no mojarse.

  • ¿Entonces qué, loco?- dijo Luis.- ¿Vamos mañana?
  • ¿Pretendes volver a pesar del peligro?-
  • Si nada más vamos a nadar- respondió Homero.
  • ¿Tú crees que siga ahí mismo el agujero de gusano?- inquirió Roberto.
  • Tal vez sí- dijo Gerardo optimista.
  • ¿Tú vas a ir, José?- preguntó Homero.
  • ¿A dónde? ¿Allá? ¿A qué?
  • Un ratito, güey. Acuérdate que allá el tiempo corre más lento.- insistió Homero.
  • No, al revés.- corrigió Roberto.
  • Como sea, ¿vas a ir o eres mampo?
  • ¿Vas a ir tú, Gerardo?
  • Simón- respondió despreocupado.
  • Entonces sí voy. Tú, Berna ¿vas a ir?- inquirió José.
  • Sí. Lleguen mañana a mi casa.
  • ¿A qué? Si esa madre quedó a tres cuadras de mi casa.- se quejó Gerardo.
  • Vamos- intervino Luis. - Sirve que invita el chesco.

El grupo se disolvió habiendo acordado que se reunirían al día siguiente por la mañana en casa de Bernardo. Cada uno se fue a su casa divertido y expectante con la idea de nadar en un río limpio y jugar allí por horas. Para Bernardo, era distinto pues él deseaba volver a Meldonam muchas veces en el futuro, unirse a la causa de los Mek ii chan y mirar con detenimiento su majestuoso conjunto piramidal, el castillo.

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