Lo cierto es que no quería publicar más ningún capítulo de Detrás de las Ceibas, básicamente porque ese maldito libro NO SE DEJA ESCRIBIR. Además, me agüité leyendo El Templo del Alba de Yukio Mishima, en esa novela sale un personaje que presume mucho de una novela que está escribiendo y al final de cuentas jamás la escribió. El autor pintaba la presunción de este personaje como algo del más grave grado de mal gusto. Me sentí gacho. En general esa novela me agüitó.
En realidad, el motivo por el que ya no quiero publicar aquí los capítulos de la novela es porque los últimos que publiqué no me han gustado como quedaron y prefiero que queden bien hechos a subirlos como de rayo una vez que tengo lista la versión preliminar. No es justo para mis lectores, así que les pido una enorme disculpa por la pifia del último capítulo que escribí.
No obstante, este capítulo no puedo dejar de compartirlo, porque modestia aparte, este sí me quedó chingón. Está mal que yo lo diga, pero me cae de a madre que este capítulo es la leche!
Así pues, les dejo el capítulo, no sin antes recomendarles que acompañen la lectura con estas rolas para ambientarle un poquito.
Ahora sí, damas y caballeros, niñas y niños, se quedan con esto que se llama
El
castillo
Bernardo
caminaba alegremente por la calle a eso de las once de la mañana,
saboreando esa mezcla de serenidad y euforia que sentía cada vez que
hablaba con Irina. Ese miércoles tuvo la oportunidad de visitar a
Irina y a Pamela en su escuela durante el receso. No cabía en sí de
contento, sin embargo, había tres cosas que contaminaban su
felicidad. La primera de ellas era un extraño presentimiento, una
sensación que no podía definir en su plexo solar, semejante a un
cosquilleo, como el que había sentido durante la persecusión que
sufrió junto a sus amigos en aquel selvático mundo.
La
segunda cosa que irritaba a Bernardo ese día era haber conocido a
Mariano, un chico nuevo en el grupo de Irina. Le pareció que era un
tipo que a pesar de expresar su atracción hacia Irina, no le
guardaba el menor respeto, ya que la señaló la barbilla y habló de
ella como si fuera cualquier cosa. Y la tercera cosa que lo irritaba
es que Irina parecía encantada por los malos modales de Mariano.
A
pesar de todo, Bernardo supo disimular su molestia y pudo disfrutar
de varios minutos de amena charla con su idolatrada Irina. Al salir
de esa escuela, se dirigió a casa de Gerardo donde había acordado
verse con sus amigos para resolver algunos ejercicios de álgebra y
cuando llegó los encontró jugando video juegos.
- ¿Qué onda, Berna?- saludó José. - ¿Ya viste este juego?
- ¡Cabrones! Yo los hacía estudiando.- se quejó Bernardo.
- Tú cállate- replicó Luis.- Tú llegaste tarde a propósito porque fuiste a ver a tu vieja y nosotros te esperamos.
- No es mi vieja ¡coño!- gruñó Bernardo.
- Ey, ya, vejigas. Ya saben que mi mamá se molesta cuando se pelean.- intervino Gerardo.
- Cierto. Perdón.- se excusó Bernardo.
- Vamos a hacer esa madre, pues.- dijo Homero quien vestía el uniforme de la escuela.
Tras
desactivar la consola y el televisor, los muchachos comenzaron con su
tarea y terminaron en poco menos de una hora. Se estaban despidiendo
de Gerardo cuando Roberto hizo su aparición.
- ¿A dónde van chamacos?
- Ya acabamos, muerto. - dijo Homero.- Vamos a la casa del loco.
- ¿En qué momento dije que sí?- se quejó Bernardo.
- Pero ¿y la tarea?- inquirió Roberto nervioso.
- Luego te la paso, vamos- invitó Luis.
- ¡Pero no se trata de eso!- replicó Roberto ofendido.
- ¡Ah! ¡Vamos, güey!- insistió Homero amagando a Roberto con un abrazo de oso.
- Vamos, pues.- se rindió al fin.- ¿Puedo dejar mi mochila en tu casa, Gerardo?
- Simón.
- ¿Por qué no vienes?- invitó Bernardo.
- Vamos, no más denme chance unos cinco minutos.
- Yo ya me voy.- dijo José.
- No te vayas- dijo Homero.- Vente, vamos a la casa del loco.
- ¿Pa' qué?-
- Vamos, no seas mampo. Vamos a echar desmadre- insistió Homero.
- Además, sirve que conoces mi casa, mostro.
- ¡Ey! ¡Chist! ¿Sigues?- respondió indignado. Aquel mote le fue dado por los más revoltosos del grupo, quienes se dedicaron a molestarlo por su complexión y estatura, de manera que le resultaba especialmente ofensivo que aquellos a quienes consideraba sus amigos le llamaran por ese mote. Sin embargo, Bernardo y los demás se lo decían cariñosamente.
- Mira- dijo Bernardo esbozando una amplia sonrisa.- Este güey, es el muerto- dijo señalando a Roberto.- Gerardo, es el suerudo. Luis es el sombras; Homero, el balín. Yo soy el loco. No te lo decimos peyorativamente, ¿entiendes? Y vas a ser el mostro toda la vida.
- O el cabeza olmeca- dijo Homero.
- Bueno- replicó José a medias convencido.
Minutos
más tarde, ya en camino hacia la casa de Bernardo, este condujo a
sus amigos por un camino que los llevaría por las canchas de futbol
cercanas a su casa. A medio camino, encontraron un montón de
cuajilotes tirados por la calle. Homero sonrió maliciosamente al
verlos y lanzó uno a la espalda de Luis, este respondió lanzando
otro junto con un improperio, Roberto sonrió y se unió al
intercambio de aquellos frutales proyectiles. En segundos, todo el
grupo corría lanzándose aquellos frutos mordisqueados por los
murciélagos. Iban felices jugando y repentinamente José se detuvo
sorprendido, pues la fruta que lanzó no dio en el blanco y fue a dar
una ceiba, atravesándola.
- ¿Lo vieron, chamacos?- preguntó entusiasmado. Gerardo y Roberto también vieron lo ocurrido, pero fingieron demencia.
- Tienes mala puntería, mostro- dijo Roberto.
- ¿Qué pasó?- preguntó Bernardo discretamente a Gerardo.
- El cuajilote que aventó el mostro atravesó esa ceiba.- respondió en voz baja.
- Lo hagamos pendejo- propuso Homero.
- ¿Ya vieron? ¡Mi cuajilote atravesó la ceiba!- exclamó sonriente.
- No digas mamadas, mostro.- replicó Homero.- Eso no pasa.
- ¡Si yo lo vi!- insistió José.- ¿A poco no, Gerardo? ¿Tú también lo viste, no?
- No, mostro. Tas loco.- respondió Gerardo.
- Le voy a aventar otro, pa' que lo vean.
- ¡No!- gritaron Roberto, Bernardo y Gerardo al mismo tiempo.
- ¿Y por qué no?- dijo José con tono desafiante.- Ni que ustedes me mandaran.
- Porque hay que tenerle respeto a las ceibas, ¿qué no sabes?- respondió Gerardo, Roberto lo apoyó asintiendo.
- ¡Esos son cuentos! Que si en las ceibas te juegan, que si se aparece el sisimite... ¡No es cierto! Miren- dijo tras recoger una piedra.- Miren.
- ¡Que no!- gritaron Luis y Bernardo al contener a José.- ¿Qué no entiendes, chingada madre, que no?- continuó Luis.
- ¡Ah! Con ustedes no se puede, parecen chamaquitos. Mejor me voy, ahí se ven luego.- gruñó mientras se alejaba dando grandes aspavientos.
Aliviados,
los demás se miraron sin decir nada y antes de poder continuar su
camino, una piedra del tamaño de un puño pasó por encima de sus
cabezas, reaccionaron instintivamente agachándose, sin perder de
vista la trayectoria de la piedra, que atravesó la ceiba.
- ¿Ya vieron?- dijo José jadeando- ¡Se los dije!
- Bueno ¿y qué?- dijo Luis poniéndose frente a José.
- Me voy a meter a ver qué hay.
- No vayas, mostro.- dijo Bernardo. - Haz caso.
- ¿Y por qué?- dijo levantando la barbilla, desafiante.- ¿Porque tú lo dices?
Pese
a que Bernardo y Luis intentaron contenerlo, el corpulento José se
hizo a un lado y corrió hacia la ceiba, metió un brazo a través de
la corteza y mirando hacia atrás con una sonrisa burlona en su
rostro, metió el resto del cuerpo.
- ¡Verga! ¿Ahora qué hacemos?- dijo Roberto nervioso.
- Hay que ir por él- dijo Bernardo con firmeza.
- Nel, a la chingada. Si se quiso meter, a ver cómo le hace para salir.- gruñó Luis.
- Sí, que se chingue.- convino Homero.
- No sean cabrones.- dijo Bernardo.- Acuérdense que cuando nosotros entramos nos costó un huevo salir enter los cinco, casi nos matan.
- Sí, chamacos.- dijo Roberto.- Hay que hacerle el paro.
- Bueno, pues. Vamos.- dijo Luis de mala gana.
- Aguanten- dijo Homero.- ¿Y si se mueve esa madre? ¿Cómo le dices, loco?
- Agujero de gusano. Tienes razón, Homero- dijo inspeccionando el suelo alrededor de la ceiba.- ¡Ya sé, vamos a atravesarle este tubo!- exclamó feliz sosteniendo un viejo tubo de PVC que se hallaba entre botellas y envolturas alrededor de la ceiba.
- ¿Cómo sabes que va a funcionar?- cuestionó Luis.
- No lo sé.- respondió Bernardo mientras colocaba el tubo a través de la ceiba.- Hay que experimentar, ¿verdad?- concluyó sonriendo.
Mirando
alrededor, cerciorándose que nadie más los veía, uno por uno
atravesaron la ceiba hacia aquel inhóspito mundo detrás de ella. En
segundos, los recibó una tupida selva. Bernardo señaló el tubo de
PVC, que había atravesado el agujero de gusano sin problema alguno.
Casi de inmediato pudieron seguir el rasto que José había dejado.
Tras una corta caminata, los muchachos llegaron a un prado amplio.
Caminaron unos minutos y a lo lejos miraron a José cerca de un
árbol, en cuyas ramas había un animal parecido a un lémur. Roberto
gritó el nombre de su amigo fugitivo, pero este no lo escuchó, aun
estaban muy lejos de él. Apretaron el paso y en menos de un minuto
vieron que el animal semejante a un lémur se acercaba tímidamente a
José, ofreciéndole una fruta. El muchacho la aceptó sin titubeo
alguno y Bernardo gritó:
- ¡No la muerdas!- José miró hacia él y quitado de la pena mordió la fruta desconocida.- ¡Que no la muerdas!- Acto seguido, José lanzó la fruta hacia Bernardo, de manera que se estrelló en la nariz de su amigo.- ¡Cabrón! ¡Hijoputa!- vociferó y se lanzó en furibunda carrera hacia José, a los pocos metros, tropezó con una piedra y cayó al suelo.
- Loco, ¿estás bien?- dijo Roberto cuando lo alcanzó.
- Sí, solo me duele cuando me río.- respondió tratando de calmarse.
- Vamos por ese cabrón- dijo Homero.
Los
muchachos continuaron su apresurada marcha por alcanzar a José, que
salió despavorido, pero al cabo de un par de minutos, le dieron
alcance en una arboleda.
- Pinche, mostro- dijo Luis jadeando- ¡Vámonos, cabrón!
- ¿Por qué? ¡Ah, puta!- se quejó José, sujetado por Homero, Gerardo y Roberto.
- Mira, José.- dijo Bernardo muy serio.- Nosotros ya estuvimos aquí. No te estoy mintiendo. Tú lo ves muy bonito, pero aquí vive gente muy mala. Gente que de la nada nos empezó a disparar con ballestas y luego nos persiguieron.
- Sí, José- dijo Roberto.- A mi me pegaron.
- En resumen, casi nos matan.- continuó Bernardo clavando su mirada en la de su amigo- Salimos de aquí por pura suerte, ¿entiendes? Por eso tratamos de impedir que entraras. Es por tu bien que te lo digo, José, vámonos de aquí.
- Bueno, está bien. Vámonos- se resignó José.
Mientras
Roberto y Gerardo contaban a José cómo habían llegado a ese lugar
y parte de lo que les ocurrió allí, los muchachos emprendieron la
marcha de vuelta y durante todo el camino, José iba mascullando.
Apresuraron la marcha en aquella pradera, pues el astro que iluminaba
aquel planeta dejaba caer sus rayos en él de manera inclemente. A
pocos metros de la ceiba a través de la cual habían llegado, un
animal de cerca de dos metros de alto, de pelo marrón, largo y
desordenado estaba de espaldas a ellos. Se detuvieron de inmediato,
pero el constante e incomprensible balbuceo de José alertó al
desconocido animal de su presencia, se dio la vuelta y los muchachos
sonrieron al ver su rostro afable, tenía aspecto de perezoso, pero
palidecieron cuando vieron las enormes garras que tenía en las patas
delanteras y al escuchar su terrible grito.
Los
muchachos se quedaron paralizados y la bestia seguía gritando.
Bernardo sintió de nuevo ese extraño cosquilleo en su plexo solar.
De pronto notaron que el tubo de PVC comenzó a moverse lentamente.
El perezoso gigante se distrajo ante el moviento del tubo y le gruñó.
- ¿Qué hacemos?- preguntó Roberto en un susurro.
- No se muevan- dijo Homero.
- Sí, quédense quietos, vamos a hacer pendejo a este animal.- convino Luis.
- Pero el tubo se está yendo.- dijo Gerardo.
- Y con él, el agujero de gusano. - gruñó Bernardo.
- No.- insistió Homero.- Hay que distraerlo.- Mientras discutían, el tubo se alejaba y el perezoso gigante parecía atento al movimiento del tubo, temeroso de que los muchachos intentaran quitárselo.
- Pero...- Luis titubeó y cuando notó que el tubo cobraba mayor velocidad, gritó:- ¡El tubo!
Tan
rápido como el miedo les permitió moverse, estaban muy cerca de
alcanzar el tubo y el perezoso gigante les pisaba los talones. Era
muy grande y pesado, pero eso no le impedía moverse ágilmente. El
agujero de gusano, pese a que ganaba velocidad, por alguna razón no
expulsó el tubo. Los muchachos ganaron velocidad también y lograron
poner mayor distancia entre ellos y el perezoso gigante, que seguía
corriendo tras ellos. Una decena de metros más adelante se
encontraron con un río amplio y con una fuerte corriente.
Los
muchachos se detuvieron temerosos de ser arrastrados por la
corriente, Bernardo movía su pierna izquierda y apretaba los dientes
desesperado mientras el agujero de gusano se alejaba de ellos,
prefiriendo ser arrastrado por la corriente que desgarrado por el
perezoso gigante, se lanzó al río. El agua estaba helada y Bernardo
sintió que su cuerpo era desplazado por el agua en cuanto entró en
ella. Sobreponiéndose al agarrotamiento causado por el frío, empezó
a dar fuertes brazadas. Sus amigos siguieron su ejemplo y tardaron
casi dos minutos en alcanzar la otra orilla, aunque se desviaron
varios metros hacia el oriente.
La
ira del perezoso no disminuyó y se lanzó al río, por su estatura y
su peso, la corriente no hizo mella en su avance, en lo que los
muchachos se apoyaban unos a otros para salir del agua en la otra
orilla, la bestia estaba a mitad de camino. Los muchachos comenzaron
a correr, pero el esfuerzo del nado consumió parte de sus energías,
además la ropa empapada les impedía moverse con soltura. Pronto, el
perezoso gigante salió del río y se sacudió furiosamente, lanzando
grandes gotas de agua por todos lados. Se irguió y rugió de manera
tan espantosa, que en la jungla cercana todas las aves emprendieron
el vuelo horrorizadas, lanzando a su vez agudos graznidos.
El
estruendoso rugido del perezoso penetró en los oídos de los
muchachos, que se dolieron durante unos segundos. De nuevo el temor
los invadió y volvieron a correr con mayor velocidad, pese al
estorbo de la ropa mojada. Con mucha dificultad lograron seguir al
agujero de gusano que se movía a gran velocidad trazando una
errática ruta en la jungla. Tras avanzar una veintena de metros, la
vegetación se hacía más y más espesa, dificultando el avance.
Pese a ello, la bestia que perseguía a los muchachos se abría paso
sin problemas entre los árboles.
La
apresurada marcha continuó por lo que parecían ser kilómetros, los
muchachos sentían que sus muslos daban punzadas, al igual que sus
costados. Pese a que sus corazones latían violentamente, no les
faltaba el aire. Incluso en el caso de Luis y Bernardo, cuyas narices
se habían empezado a congestionar desde que llegaron a ese mundo.
Pese al enorme esfuerzo que ponían en su carrera, cada veintena de
metros, el perezoso gigante se acercaba, como si la tierra
desapareciera bajo sus zarpas.
Repentinamente,
el agujero de gusano dobló bruscamente hacia el oriente y los
muchachos los siguieron, de manera que ese repentino cambio de
dirección les restó velocidad. En segundos tenían al perezoso
gigante a un par de metros detrás de ellos. En eso, un enorme tronco
espinoso se columpió hacia ellos a gran velocidad.
- ¡Agáchense!- gritó Bernardo, de inmediato los demás se fueron pecho a tierra.
El
tronco se atascó en la gruesa piel del perezoso gigante, que luchaba
por quitárselo de encima. Los muchachos se levantaron inmediatamente
del suelo y volvieron a correr, pero a los pocos metros una valla de
afiladas estacas salió del suelo, ante lo cual los chicos dieron un
prodigioso salto, elevándose a más de treinta centímetros por
encima de la punta de las estacas, que tenían más de metro y medio
de alto. Superaron con su salto la valla de estacas, pero más
adelante se abrió un foso lleno de ellas.
Con
grandes reflejos, los muchachos se sujetaron de las estacas que
habían esquivado. No sin dificultades pudieron salir de aquel
peligroso agujero, mientras la bestia desquitaba su furia reduciendo
las estacas a astillas.
- ¡Miren!- dijo Homero señalando hacia su derecha.- Vamos para allá- culminó preso de un repentino autoritarismo.
- ¿Por qué?- se quejó José.
- ¡Por mis huevos!- gruñó Bernardo y empujó a su amigo hacia donde Homero les había indicado.
- Dense cuenta- dijo Homero- Pisen fuerte y se van a dar cuenta que hay como un adoquín.
- Es cierto- corroboró Roberto.
- Eso quiere decir que es un camino.- dijo Bernardo.- ¿Pero a dónde?
- ¡Miren!- dijo Gerardo.- Ahí va el tubo.
Temerosos
de encontrarse con hombres armados como en la ocasión anterior, los
muchachos dudaron por un segundo si correr por ese camino o no, pero
tenían urgencia de alcanzar el agujero de gusano para volver a casa.
Así que emprendieron de nuevo la persecusión. Entre tanto, el
perezoso gigante se había quedado lamiéndose las heridas causadas
por el tronco espinoso.
Rodeado
por árboles y arbustos, en ese camino escondido hallaron muchos
troncos tirados, que les estorbaron el paso, lo mismo que cientos de
lianas, algunas espinosas, otras rugosas otras tantas cargadas de
diversas flores. Hubo un par de tramos en los que el camino se hizo
tan angosto que solo una persona podía pasar a la vez entre las
tupidas murallas de árboles que flanqueaban el camino. De pronto, de
entre los árboles, una decena de hombres salió a interceptarlos.
Vestían túnicas cortas sin mangas, de color verde pálido, con
bandas de cuero sobre el pecho, gorros del mismo material, así como
brazales de madera sobre los antebrazos. Eran morenos y ligeramente
más bajos que los que habían enfrentado la vez anterior. Lo que
saltaba a la vista de este grupo de hombres eran unas lanzas que
apuntaban hacia los muchachos.
- ¡Paren!- gritó uno de ellos. - ¿Quién son?
- ¡Puta madre!- se quejó Homero.
- Alto- dijo Bernardo extendiendo los brazos hacia los lados entre Homero y las lanzas- Somos forasteros, estamos perdidos. Intentamos volver a nuestra casa.
- ¿Qué país vida les dio?- inquirió el mismo hombre.
- Extraño visten y hablan- murmuró otro de ellos.
- Venimos de México- dijo Luis.
- Nunca de país oí.-
- Men Dre Gan, ¿estos Malek il' kan son? ¿En cabeza qué ves?- dijo un tercer hombre, dirigiéndose al que aparentemente era su líder.
- No sé, An Lo Duj.- respondió.- ¿Trampas cómo esquivaron?- inquirió.
- ¿Ustedes las pusieron ahí, cabrones?- gruñó Homero ofendido.
- ¡Cálmate, Homero!- ordenó Bernardo.- No estamos en condiciones de pelear.
- Mejor con Gren Maj Nu llevamos.- sugirió otro de los hombres.
A
empujones, aquellos lanceros los obligaron a caminar hacia una
pequeña cabaña oculta en la floresta, allí vieron como uno de
ellos tiraba de un hilo oculto entre el pasto y las plantas rastreras
que crecían desordenadamente en ese lugar. El hombre parecía dar un
mensaje en algún código especial mediante ese hilo, pues tiró de
él con cierto ritmo. Todo indicaba que se hallaban en manos de
ladrones o de soldados, ninguna opción parecía buena.
Mientras
esperaban a ver qué ocurría, los muchachos trataron de descansar,
Bernardo se masajeaba los músculos doloridos, al igual que Roberto,
Homero se quitó la camisola del uniforme y la playera blanca que
siempre usaba con el fin de exprimirlas pese a que prácticamente ya
estaban secas. Por su parte, José se pasaba la mano por la nuca
mirando nervioso hacial el piso, Gerardo descansaba su peso sobre las
rodillas, recobrando el aliento y Luis se limpiaba la nariz. Nadie
hablaba, la tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo.
Cerca
de dos minutos más tarde llegó ante ellos un carro tirado por unos
animales que exhibían una exhuberante cornamenta. Sus cabezas
estaban a más de dos metros del suelo, medían metro y medio de
largo, sus patas eran largas y musculosas, terminadas en pezuñas
gruesas, macizas, su capa era bermeja. Bernardo pensó que eran alces
gigantes de Irlanda o Megaloceros.
Al verlos, los muchachos quedaron boquiabiertos, pero poco tiempo
tuvieron para admirar al grupo de cuatro espléndidos ejemplares de
aquella extraña especie, pues fueron obligados a empujones a subir
en el carro de madera revestido de metal, junto a dos aurigas armados
con báculos, vestidos como los otros hombres. Entre los empujones y
órdenes de los lanceros y sus propios quejidos, los muchachos no
pudieron escuchar lo que uno de los aurigas habló con el líder de
sus captores.
Apenas
cabían en el carro, los muchachos creían que los atarían de pies y
manos, pero no fue así. Los aurigas los examinaron con cuidado,
aparentemente sentían curiosidad por su vestimenta. Con señas, les
indicaron que debían sostenerse con fuerza de una barandilla que
coronaba el borde superior del carro. Una vez que los muchachos se
sujetaron, el carro arrancó a gran velocidad.
En
pocos minutos llegaron a una suerte de base militar
amurallada, semi oculta entre los altos y frondosos árboles. Pararon
frente a uno de los muros y, a un grito de uno de los aurigas, el
muro se sumergió en el suelo y entraron. A donde se volviera la
vista había hombres morenos de mediana estatura vestidos con túnicas
cortas de colores claros, otros vestían pantalones cortos. Algunos
de ellos estaban trotando o afilando puntas de flecha, otros
disparándolas, al ver esto, los muchachos comprendieron que estaban
entre soldados. Aunque en un principio miraban con desconcierto y
aprensión a todos lados, tratando de buscar una posible ruta de
escape, su atención fue de inmediato acaparada por un magnífico
conjunto piramidal.
Al
frente había una construcción ciclópea compuesta por una gran
escalinata flanqueada por dos macizos rectángulos, así como dos
torres. Por encima de la escalinata, había un templete que
presentaba dos columnas al frente y parecía ser la entrada a esa
construcción, por detrás de la misma había una pirámide casi
idéntica a la de Kukulkán, excepto que era más grande, casi del
doble del tamaño de la que está en Chichén Itzá. Esa inusual
amalgama estaba rodeada por dos réplicas casi exactas del templo de
las inscripciones que se encuentra en Palenque. Por lo que se podía
ver desde la distancia, ese complejo carecía de juego de pelota y de
Chac mool, lo cual tranquilizó a Bernardo pensando que no los
sacrificarían. Otro detalle que sorprendió a los chicos era la
presencia de grandes árboles dentro de una fortifiación.
- Mira, loco.- dijo Homero con voz trémula.- Esa de enfrente se parece mucho al castillo de Tulum.
- ¿De veras?
- Sí. Acuérdate que yo vivía por allá.
- Qué curioso. A la que está atrás, esa se parece mucho a una de Chiché Itzá. Por lo que sé también le dicen el castillo.
El
carro tirado por los alces gigantes, que los aurigas llamaban
merecos, se detuvo frente a una construcción de adobe, de
techo bajo y sin ventanas. Un grupo de tres soldados se acercó al
lugar y señalaron al interior del inmueble y les orderon entrar y
permanecer en él. En el interior, la única fuente de luz era una
abertura cuadrangular en el techo de madera,de apenas un metro
cuadrado, protegida por lo que parecía ser vidrio. El piso era de
tierra, había un gabinete de madera detrás de una mesa ovalada,
rodeada por bancos anchos de madera, tallados del tronco de un árbol,
además de una silla pleglabe de asiento textil, pese a que se
antojaba sentarse en ellas, los muchachos permanecieron de pie.
Mientras
esperaban, el ánimo de los muchachos era terrible, a cada segundo se
incrementaba la tensión. La humedad dentro del inmueble hizo que las
narices de Luis y de Bernardo protestaran congestionándose. En el
silencio se podía escuchar un quedo silbido proveniente del pecho de
Homero.
- Loco- dijo José, nervioso.- Loco, ¿conoces a Mita?- Bernardo dirigíó una mirada penetrante a su amigo.- Mita, Mita lega- José fue el único en reír la broma.
- ¡Cállate animal!- dijo Homero dando un manotazo en la nuca de José- ¡Por tus mamadas estamos aquí!
- Ya déjalo- dijo Bernardo.- La culpa es mía por mi necedad de querer sacarlo de aquí.
- ¿Qué tienes muerto?- preguntó Luis preocupado.
- Nos van a matar- respondió Roberto con la voz quebrándose, mientras sus ojos se enrojecían- ¡Ya valimos madre!- gimió pateando el piso y dejando escapar dos gruesos lagrimones.
- ¿De qué te preocupas si ya estás muerto?- intervino Gerardo. Todos sonrieron a pesar del malestar que Roberto les contagió.
En
eso, entraron dos hombres, uno de ellos era alto, trigueño, de
rasgos angulosos y cabello entrecano, coronado por una diadema de
plumas entretejidas. Vestía una túnica turquesa sin mangas, con
bordados en ocre, rojo y violeta sobre el pecho y, amarillos y lila
en el faldón. Sus brazos presentaban varias escarificaciones y
cicatrices. El hombre trigueño portaba un báculo que culminaba en
un aro metálico que a su vez tenía dos series de seis aros más
pequeños, cada uno adornado con una pluma de diferente color. Sin
mirarlos, el hombre se dirigió a la silla plegable y delicadamente
depositó su cuerpo en ella.
El
otro hombre, un poco más bajo y moreno que el anterior, de cabeza
ancha y cuerpo robusto, vestía una chaleco de cuero y un par de
brazales del mismo material, así como pantalones amplios de tela
áspera y sandalias. Un mazo metálico colgaba de su cinto. El hombre
del mazo se sentó en uno de los bancos, dejando uno vacío entre él
y el hombre del báculo.
- Gen An Ni- dijo el hombre del mazo.- Vigilantes de pueblo vieron y capturaron.
- ¿Quién son?- preguntó el hombre del báculo, casi ignorando al otro.
- Bernardo soy- dijo mientras hacía una leve reverencia, casi de manera inconsciente, aquel misterioso hombre le inspiraba respeto y confianza.- Luis, Homero, Gerardo, Roberto y José. De México venimos.
- Extraños nombres son. Extraño país dices.- dijo Gen An Ni.
- Lejos es- respondió Bernardo, sus amigos lo miraron incrédulos, incapaces de comprender cómo hacía el chico para hablar ese extraño lenguaje con tal naturalidad. Él mismo no lo podía creer, pero necesitaba entenderse con esos hombres para poder volver a casa.
- Gren Maj Nu, ¿ellos Malek il' kan son?- inquirió sin quitar la vista de los muchachos.
- En cabeza vi, Kodo il' kan son.- respondió el hombre del mazo.
- ¿Y son?
- En cabeza veo, no son. Él muy moreno es- dijo señalando a Luis.- Entre Malek il' kan y Kodo il' kan hombres tan oscuros de piel no hay. Mas confianza no tengo. Hace más de una semana vigilantes dijeron, Kodo il' kan extraños hombres persiguieron. Extranjeros escaparon, Kodo il' kan heridos, golpeados quedaron.
- ¿Estos son? ¿Tu corazón qué siente?
- Estos jóvenes son, mucho. Casi niños son. Niños que a Kodo il' kan vencen, mi corazón no siente, en cabeza no veo.
- Perdidos estamos, hombre- intervino Bernardo, un tanto irritado al sentirse excluído.- Tu país hallamos por huir de gran animal- Bernardo levantó los brazos y se paró de puntas, tratando de ilustrar el aspecto de la bestia que los persiguió.
- ¿Nofu?- inquirió Gen An Ni.
- Nombre no conozco, grandes garras y pelo largo tenía.Gen An Ni se inclinó hacia delante y posó el mentón sobre sus manos. Miró a todos a los ojos, con calma pasó la vista sobre cada uno de ellos, que lo miraban con desconcierto, temerosos. Volvió la vista hacia Gren Maj Nu y dijo:
- Salgan, que Brenaro quede.- Gren Maj Nu los condujo fuera de la construcción. Una vez que quedaron solos, Gen An Ni se reclinó en su silla y dijo.- Pregunta.- Bernardo lo miró confundido.- Nosotros antes preguntamos, que ahora preguntes justo es.
- Este lugar- Bernardo dio un paso hacia su interlocutor, dubitativo, se detuvo y preguntó- ¿cómo se llama?
- Meldonam decimos. En idioma sagrado de Mek ii chan, mundo oculto dice.
- Mek ii chan... Meldonam...- repitió Bernardo distraído.- ¿Cómo es que hablan español?- de inmediato, Bernardo se puso nervioso creyendo que Gen An Ni no comprendería, intentó reformular su pregunta, pero el hombre respondió antes.
- Castelán decimos. Muchos siglos antes, hombres con vello en el rostro y pecho brillante vinieron. Extranjeros eran, de Meldonam nada sabían. Guerreros eran, mas cansados estaban y paz en Meldonam hallaron, quedaron y su lengua nos dejaron.
- Gen An Ni- dijo Bernardo inclinándose hacia delante y reposando sobre sus rodillas.- Buena fe tenemos, hacer daño no deseamos, ni robar. Solo perdidos estamos, volver a casa deseamos.
- De otro mundo vienes, Brenaro. - Gen An Ni se levantó, Bernardo se enderezó, sus ojos estaban muy abiertos. Asombrado, ni siquiera notó como su interlocutor pronunció su nombre.- Tiempo hace, mi padre y yo una ceiba atravesamos. A un mundo extraño llegamos. Muy pesados en él éramos, respirar muy difícil era. Allí, piedra plana la tierra cubría. Un casco de metal sobre ruedas a mi padre golpeó. Del casco, un hombre salió, de nuevo entró y huyó. A mi padre de vuelta a Meldonam traje, mas curarlo no pudimos y murió. Nunca volver a tu mundo quise. Tu ropa igual a la que vestían allá es. Por eso, que de otro mundo vienes, sé.
- Lo lamento- dijo Bernardo. Gen An Ni se le acercó y colocó una mano en su hombro.
- Antes, en Meldonam estuviste. ¿Con Kodo il' kan pelearon? ¿Vencieron cierto es?- la curiosidad desbordaba en su rostro.
- Atravesando una ceiba llegamos. Después, volver no pudimos. Cómo volver buscamos y hombres con máscaras de madera encontramos. Agua bebíamos, cuando dispararon. Armados estaban, con látigos y ballestas. De ellos huimos y en árboles nos escondimos. Fruta redonda dura lanzamos. Luego más de ellos llegaron. Fuerte lluvia cayó y a correr volvimos. Otra ceiba hallamos y a casa volvimos.
- Kodo il' kan enemigos de Mek ii chan son. Ellos de maldad viven. - Gen An Ni tosió y preguntó- ¿Por qué a Meldonam volvieron?
- José se dio cuenta que era posible atravesar una ceiba y se metió en Meldonam.- Bernardo no supo como empezar a narrar en castelán- Él no vino con nosotros la primera vez. Temiendo que algo malo le pasara, atravesamos la ceiba para buscarlo. Cuando volvíamos a La Tierra, nos encontramos a gran animal- Bernardo hizo la misma mímica.-
- Nofu, decimos. Mal carácter tiene.- dijo sonriendo.
- Huyendo de él, trampas vimos, de ellas escapamos y luego camino hallamos, hasta que tus soldados nos encontraron. Necesitamos hallar un tubo que metimos a la ceiba, atravesada entre tu mundo y el mío, para poder volver a casa.
- A volver ayudaremos-
Repentinamente
se escuchó un repiqueteo desesperado, como si alguien martillara
furiosamente sobre madera, segundos después se escuchó un ruido
idéntico proveniente de otro sitio. Gen An Ni salió rápidamente de
aquel habitáculo y Bernardo lo siguió. Encontraron a Luis orinando
impúdicamente en un árbol cercano mientras Gren Maj Nu gritaba
órdenes y decenas de hombres subían a los muros, a los árboles y a
las torres.
- A yurum entren, rápido- ordenó Gen An Ni y corrió hacia la escalinata frontal del conjunto piramidal. Los muchachos, entre la sorpresa y la confusión, hicieron caso omiso de la orden.
Mirando
de un lado a otro, rápidamente captaron el curso de la acción.
Sobre los muros, los árboles y las torres, había arqueros, detrás
de las murallas había grupos de infantería flanqueandos por carros
tirados por Megaloceros, que
aquella gente llamaba merecos. Otro grupo de hombres giraba
vigorosamente varias manivelas dispuestas a lo largo de los muros.
- Vamos al techo de la choza, para ver qué está pasando- dijo Luis.
- No te va a aguantar- dijo Homero riendo.
- ¡Y menos al mostro!- apuntó Gerardo. José no se dio por aludido.
- Súbete, güey- una sonrisa maliciosa se dibujó en los labios de Luis al dirigirse a Roberto. La curiosidad se apoderó de él.
- Mejor vamos a un árbol y así vemos todos- respondió Roberto.
La
propuesta fue aceptada sin discusión y todos corrieron al árbol más
cercano. Una vez arriba del árbol claramente divisaron por el lado
occidental de la fortaleza a un grupo de soldados vestidos de cuero
negro y con máscaras de madera, armados con ballestas, espadas,
látigos y macanas. Detrás de ellos había otros hombres montados
sobre animales que en un principio parecían caballos, pero en un
vistazo más detallado lograron ver que se trataba de un animal de
capa leonada, con grandes melenas, el hocico era un poco más corto
que el de los caballos y en lugar de pezuñas, tenían garras.
Algunas de estas bestias tiraban de unas estructuras de madera
cubiertas de piel, con un gran badajo por el frente: arietes.
Ese
grupo, pensó Bernardo, eran los Kodo il' kan y a ellos pertenecía
el grupo de hombres que enfrentaron la primera vez que llegaron a ese
extraño mundo. Por el lado norte, otro grupo se dirigía hacia los
muros, se hallaban más lejos y les costó trabajo distinguir sus
figuras a la distancia. Aquellos hombres eran altos, portaban
máscaras de madera, pero estas tenían figuras amenazantes pintadas
en ellas, y también tenían tiras de cuero o plumas en las orillas.
Algunos de ellos tenían cotas de malla. Portaban lanzas, porras con
púas, espadas y hachas. Se escuchaba como lanzaban grandes alaridos,
gritaban frases incomprensibles, se escuchaban tambores y dos
caracolas emitían un lúgubre sonido. Estos, pensó Bernardo, tenían
que ser los Malek il' kan.
Conforme
avanzaba este grupo, pronto los muchachos pudieron ver a seis unos
animales cuadrúpedos, tan altos como un hombre adulto, de largos y
anchos hocicos, cuello largo y orejas puntiagudas, algunos con pelo
negro sobre la cruz, café o gris en el resto del cuerpo. Además,
había entre ellos diez aves enormes, medían cerca de dos metros de
alto, de plumaje oscuro y altas y gruesas patas, grandes cabezas y
afilados picos.
Los
muchachos volvieron la vista hacia el occidente, los Kodo il' kan
estaba muy cerca de la muralla, de ella salieron grandes chorros de
agua, y al mismo tiempo, desde las atalayas, las torres y los
árboles, los arqueros disparaban contra los enemigos. En poco
tiempo, por efecto del agua y del intento por esquivar las flechas,
se formó un espeso lodo que entorpeció el avance de los arietes,
que no tardaron en atascarse irremediablemente. Cuando esto ocurrió,
una de las murallas se sumergió y la infantería de los Mek ii chan
se lanzó a la batalla. Al mismo tiempo, por el lado sur, un grupo de
carros tirados por merecos salió a presionar a los Kodo il' kan por
la retaguardia.
Los
muchachos eran testigos de una batalla inusual, se dieron cuenta que
los Mek ii chan no tiraban a matar, sino que disparaban a los pies y
muchas de las flechas tenían punta de goma. Además, las armas de
mano de los Mek ii chan eran extrañas, casi todas de madera
revestida por tiras de metal, eran mazos, báculos y una armas que
tenían forma de efe mayúscula, otras tenían forma de diapasón y
otras con forma de horquillas desiguales. Repentinamente, Bernardo
gruñó furioso y, antes de que alguno de sus amigos le preguntara
qué era lo que le ocurría, el chico bajó del árbol y corrió
velozmente hacia donde se encotraba un mereco joven pastando.
- ¡Hijos de su chingada madre!- dijo Homero.
- ¿Qué es? ¿Qué pasó?- inquirió Luis.
- ¡Esos cabrones metieron niños en el frente!
Al
decir esto, Homero explicó la causa del extraño comportamiento de
Bernardo, compartieron con él la profunda indignación que le causó
la extrema cobardía de los Kodo il' kan. Para cuando sus amigos
descendieron del árbol, Bernardo estaba forcejeando con el mereco,
tomándolo por las astas y presionando su hocico contra el suelo.
Antes de que sus amigos lo alcanzaran, montó ágilmente a lomos del
agitado animal y este reparó desesperadamente un par de veces antes
de aceptar el dominio que el muchacho trataba de imponer sobre la
bestia. Sin volver la vista hacia sus amigos, una vez que se hizo de
la extraordinaria montura, Bernardo se lanzó a la batalla.
Los
soldados Mek ii chan se quedaron boquiabiertos al ver pasar a
Bernardo montado en un mereco, pues aunque aquella magnífica especie
era entrenada para la guerra, utilizándola como animal de tiro,
jamás se dejaba montar. Al menos, para ellos era imposible. Bernardo
se unió a la refriega arrollando a varios Kodo il' kan y sustrajo a
dos niños del campo de batalla, cada uno entre los seis y los siete
años de edad. Los tomó por el cuello de la camisa y los llevó
dentro de la fortaleza mientras ellos manoteaban y gritaban en su
lengua. Gen An Ni, salió velozmente de dondequiera que se hallara
para recibir a Bernardo, seguido por cuatro soldados.
- Gen An Ni, dime que no peleamos contra niños.- el muchacho habló cuestionando severamente al hombre con el que minutos atrás tuvo algo muy cercano a una charla amistosa.
- No, Brenaro.- replicó Gen An Ni con firmeza, pero incapaz de ocultar su asombro.- Con niños no peleamos, a niños de enemigos cuidamos.
- Voy por más de ellos.- gruñó el muchacho mientras los soldados se hacían cargo de los niños. Gen An Ni alargó su mano, con intención de impedir que Bernardo volviera a la lucha, pero se quedó con la palabra en la boca.
- Vamos por los chavitos- dijo Luis. Los demás, que contemplaron la escena atónitos, decidieron apoyar a su amigo.
En
el frente, los Mek ii chan eran heridos por los niños, a quienes no
atacaban, más de alguno empujaba a los niños que lo rodeaban, solo
para poder defenderse de los adultos. Combatir en tal circunstancia
era harto difícil para los Mek ii chan, que a duras penas podían
manterner al enemigo fuera de las murallas, gracias al esfuerzo de
los arqueros. La infantería quedaba expuesta a los ataques del
enemigo cada vez que intentaban desviar a un niño hacia la
fortaleza. Bernardo volvió a arrollar a unos soldados enemigos y,
con la ayuda de su montura, presionó a varios niños para que
entraran en la fortaleza, sus amigos estaban en el espacio abierto de
la muralla, auxiliados por un grupo de soldados coordinados por Gen
An Ni, formando una cadena humana con el fin de recibir y apresar a
los niños. En el frente, libres de la molestia que los niños
ocasionaban, los Mek ii chan se movieron con más soltura.
Bernardo
bajó del mereco y corrió hacia la primera línea de la infantería
Kodo il' kan con tal velocidad que tomó por sorpresa a ambos bandos,
el muchacho golpeó con su hombro a un soldado enemigo y los demás
cayeron como piezas de dominó. De inmediato, los Mek ii chan
aprovecharon para inhabilitar a los caídos. Luis, Homero, Roberto y
Gerardo alcanzaron a Bernardo mientras él golpeaba a un enemigo y se
engancharon en combate con otros soldados.
El
ruido de la batalla era ensordecedor, a los gritos e insultos de los
Kodo il' kan seguían las respuestas de los Mek ii chan, mezclándose
con los gritos de los heridos, el silbido de las flechas y los
venablos y las armas chocando entre sí. Al fondo, se escuchaban el
lamento de las caracolas y los tambores de guerra de la otra facción
enemiga, los Malek il' kan. Entre el fragor del combate, Luis se hizo
escuchar:
- ¿Loco, estás bien?
- Sí, sombras- respondió Bernardo tras derribar a un soldado enemigo.- Vayan al otro flanco- ordenó.
- ¡No, loco!- protestó Luis mientras golpeaba a otro soldado- ¡Te van a matar!
- ¡Hazme caso, cabrón!- vociferó Bernardo- podemos hacerles más daño si los presionamos por los flancos.
- Vente, muerto.- dijo Luis convencido, contagiado por el furor del combate. Roberto obedeció.
- ¡Que venga el mostro!- protestó Homero- No más se está haciendo pendejo.
- ¡Ahorita vemos!- gruñó Bernardo al tiempo que golpeaba a su oponente con la rodilla.
Antes
de la adición de los muchachos, pese a que los Mek ii chan tenían
una ventaja inicial, no pudieron repeler pronto a los Kodo il' kan,
debido a la presencia de los niños, pues estos hirieron o
facilitaron que los Mek ii chan fueran heridos por el enemigo. En
cuanto los chicos intervinieron y los desembarazaron del ataque de
los niños, la balanza se inclinó a favor de los Mek ii chan,
quienes no podían dar crédito al ver que hombres tan jóvenes y
además desarmados, podían poner fuera de combate a soldados
profesionales en tan poco tiempo.
La
estrategia que Bernardo propuso a sus amigos fue efectiva, Roberto y
Luis imitaron la acción de su amigo cuando se apeó del mereco, Luis
se lanzó contra la primera línea y Roberto contra la segunda.
Homero, junto a Gerardo y Bernardo daban patadas a las piernas de los
Kodo il' kan, haciéndoles tropezar y, a jaloneos, desordenaban las
filas de aquel grupo. Bernardo se coló entre los Mek ii chan y se
posicionó en el medio de ellos, asestando golpes y patadas como un
torbellino, pronto los aliados se abieron paso entre la diezmada
infantería enemiga, de manera que se hicieron dos filas
completamente rodeadas por los Mek ii chan.
Los
ballesteros que no habían sido alcanzados por las flechas o
arrollados por los merecos, se vieron obligados a echar manos de sus
macanas o espadas para apoyar a la infantería que estaba por ser
neutralizada. Mientras tanto, dentro de los muros, José se apoyaba
tembloroso en una torre. El mereco que Bernardo había montado se
colocó detrás de él y le dio un leve empujón con la cabeza.
- ¡Sh! ¡Ey!- bufó quejándose el corpulento muchacho. Ante un segundo empujón, el chico manoteó- ¡Déjame!- gruñó.
El
mereco esquivó los manotazos de José y lo empujó con más fuerza,
haciéndolo trastabillar. Insitiendo, volvió a empujar a José una y
otra vez, hasta que lo obligó a salir de las murallas. Al verse
inmerso en el peligro, quiso huir, pero el mereco se lo impidió.
José volvió la vista hacia la batalla y, al ver que un soldado
levantó su espada contra Gerardo, se hizo con una piedra y la lanzó
contra el soldado. Enfurecido, José corrió hacia el enemigo y
asestó un golpe al primer soldado que tuvo enfrente. Aquellos
soldados que montaban sobre los extraños corceles leonados con
garras, habían estado pugnando por esquivar o derribar a los
merecos, sin mucho éxito. Casi desbandados, volvieron a organizarse
para apoyar a la menguante infantería.
Luis
se encontraba tratando de recobrar el aliento cuando fue sorpendido
por el látigo de uno de los soldados montados, el látigo no lo
alcanzó, sin embargo, la extraña montura reparó frente a él
haciéndolo caer en su intento por esquivar las garras. Tirado en el
suelo, Luis vio al soldado preparando un segundo latigazo, pero
Bernardo se adelantó y saltó sobre el soldado con los pies por
delante. La montura pataleó y trató de asestar zarpazos, pero Luis
los esquivó ágilmente y dio un fuerte manazo en la grupa del
extraño animal, creyendo que podría hacerlo correr, como sucede con
algunos caballos. La suposición de Luis no fue errada y la montura
desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Roberto
y Gerardo se dieron cuenta de la acción de Luis y, auxiliados por
los Mek ii chan, lograron colarse cada uno detrás de una montura y
dieron sendos manotazos en la grupa, como resultado, los jinetes
cayeron y las monturas huyeron. José vio que Bernardo pudo derribar
a dos soldados saltando sobre ellos y lo imitó, logrando el mismo
resultado. Homero vio que José podía saltar tan alto como para
ponerse a la altura de los jinetes y se sintió picado en el orgullo,
de manera que saltó sobre el primer jinete que vio y lo golpeó con
la rodilla. Entre él, Bernardo y José tumbaron a los doce jinetes
restantes.
Por
el lado norte, el enemigo derribó uno de los muros haciendo uso de
las horrendas y gigantescas aves que llevaban. La estrategia de
enlodar el suelo no funcionó, pues el poder de las enormes patas de
aquellas aves los podía hacer avanzar sin dificultad sobre el
terreno enlodado y asestar tremendos golpes a los muros con la
cabeza, a pesar de llevar a un jinete sobre ellas.
Antes
de que lograran derribar la muralla, los Mek ii chan ya había
arrollado a los arqueros y a parte de la infantería con sus carros,
varios soldados se hallaban combatiendo en la zona, de manera que
pudieron impedir que los Malek il' kan penetraran en la fortaleza.
Los soldados que estaban combatiendo por el lado occidental corrieron
al lado norte, pues ya habían neutralizado a los Kodo il' kan. Un
grupo de carros se haría cargo de llevarlos al río que los
muchachos habían cruzado un par de horas antes.
Los
muchachos se dirigieron también hacia el lado norte de la fortaleza,
en el camino fueron interceptados por Gren Maj Nu que portaba un
escudo metálico heptagonal con extrañas decoraciones .
- No vayan- vociferó el guerrero. - Allá verlos no quiero.
Homero
frunció el ceño y veladamente hizo una seña obscena con su brazo.
Gren Maj Nu les dio la espalda y corrió al combate. En eso, un grupo
de soldados se acercó a los muchachos y les ofrecieron armas. Aunque
Roberto ya se había apropiado de un látigo y Homero de una macana,
los muchachos aceptaron con gusto la oferta de los soldados. Gerardo
y José tomaron cada uno un báculo, Homero y Luis aceptaron un arma
en forma de efe mayúscula, Roberto tomó un mazo y un arma en forma
de horquillas irregulares, la misma arma fue seleccionada por
Bernardo junto con otra con forma de efe. Aquellos soldados, no
hablaron y se acercaron entusiasmados, aunque con cierto temor a
ellos, quizá creyendo que no se entenderían con ellos haciendo uso
de las palabras.
Una
vez pertrechados, los muchachos se dirigieron sin dilación a la
batalla. Ninguno de ellos comprendía que era lo que estaba
ocurriendo y cómo era posible que con tanta facilidad lucharan
exitosamente contra soldados profesionales. Sin embargo, ninguno de
ellos reparó en la cuestión y se fueron confiados por el éxito
obtenido contra los Kodo il' kan. Al llegar al lado norte de la
muralla, fueron testigos de una escena que les heló la sangre: de un
mordisco, una de las aves gigantescas del enemigo desprendió la
cabeza de un soldado aliado, como si de un muñeco de papel se
tratase.
Aterrado,
pero a la vez lleno de furia, Bernardo apretó la mandíbula. Se
aferró a sus armas y corrió hacia aquella bestia a la que había
identificado como un ave del terror
y le propinó tres golpes seguidos con sus armas. El frenético
ataque de Bernardo tomó por sorpresa al jinete, que estuvo a punto
de caer de su monstruosa montura y tuvo que obligarla a recular
momentáneamente. Mientras tanto, los demás se preparaban para
recibir a más de aquellas bestiales aves y desde lo alto, los
arqueros los apoyaban, pero poco daño podían hacer a las
tremendamente resistentes aves.
Roberto
notó que a su lado, una suerte de loza se abrió revelando un
profundo foso. Haciendo uso de su látigo, comenzó a provocar a una
de las aves que tenía cerca, golpeándola en los ojos, en segundos,
el ave cayó al foso, pero el jinete saltó hacia un lado, este fue
capturado y neutralizado por tres soldados Mek ii chan. Por su
parte, Gerardo era asistido por dos soldados y juntos derribaron a un
jinete e hirieron gravemente al ave.
Tras
esquivar varios ataques del ave, Luis saltó sobre la cabeza de esta
y propinó un fuerte golpe al cráneo del jinete, dejándolo
inconsciente en el acto. El ave aun aturdida emprendió un torpe
ataque y fue golpeada en los ojos varias veces por Luis, en segundos,
el ave se quedó echada en el suelo, inmóvil. José asestaba golpes
desesperados a los picos de un ave o de otra, esquivaba velozmente
los ataques de los jinetes, pero poco podía hacer para mantener a
raya al enemigo. Homero siguió el ejemplo de Luis, pero le costó un
poco más de trabajo noquear al jinete, otros soldados Mek ii chan lo
asistieron.
Bernardo
intentó apoyar a José, pero no pudo acercarse a él. Roberto y
Gerardo, junto con otros cinco soldados Mek ii chan apoyaron a Luis y
a Homero, Bernardo se percató que en segundos, derribaron al jinete,
los soldados lo neutralizaron y los muchachos obligaron al ave a caer
al foso. Un soldado perdió un brazo al ser mordido por un ave del
terror, otro fue tomado por el tobillo y lanzado lejos por otra ave.
Entre los espantosos alaridos de las aves, los gruñidos de las
bestias de presa, los gritos de dolor de los heridos, el choque de
las armas y los insultos, la voz de Gen An Ni se escuchaba desde lo
alto de la pirámide, en un extraño cántico que evocaba valor y
serenidad.
Aunque
José temblaba, algo en su interior lo obligó a mantenerse de una
pieza y no salir huyendo. Repentinamente, el mereco joven se presentó
y apoyó a los soldados y a los muchachos golpendo con su cabeza a
las aves por los flancos. La fuerza del mereco era tal, que de un
golpe podía derribar a un ave del terror y a su jinete. Como un
enjambre, los muchachos y los soldados que estaban con ellos, se
lanzaban al ataque de las aves que eran derribadas y en pocos minutos
lograron abatir a ese grupo.
Jadeantes,
los muchachos se miraron unos a otros y asintieron, dando a entender
que se hallaban bien. Notaron como sus músculos temblaban y los
dedos les punzaban, en vías de entumecerse. En lo alto de la
pirámide, la voz de Gen An Ni cantando en su lenguaje sagrado se
escuchaba por encima del fragor de la batalla. Bernardo caminó hacia
el exterior de los muros, pero Homero lo detuvo y con una seña le
indicó que mirara con atención. Los carros de merecos tenían
dicultades para moverse con soltura en el reducido espacio, dos de
ellos habían perdido ruedas, otros dos no podían avanzar porque uno
o dos merecos estaban heridos. Las bestias de presa que los Malek il'
kan llevaban resistían los embates de los merecos. Los soldados
tenían serias dificultades para defenderse simultáneamente de las
mordidas o de los tajos.
Hacia
el fondo, vieron a un hombre enano semidesnudo, cuyo cuerpo portaba
diversos signos pintados. En su mano izquierda portaba un extraño
cetro que consistía en un cráneo aparentemente humano y debajo de
este el cráneo de algún animal, ambos atravesados por un palo con
punta de piedra. A todas luces se trataba de un chamán o un
sacerdote. Desde una silla de manos que portaban dos lanceros
semidesnudos con la misma pintura que el chamán, este agitaba su
extraño cetro y gritaba en una lengua incomprensible. En el centro
del campo de batalla, parecía que las voces de Gen An Ni y del
sacerdote enano chocaban.
Los
muchachos pudieron ver la velocidad y la ferocidad de los ataques de
los Malek il' kan que superaba por mucho a la de los Kodo il' kan. En
el centro de la batalla, vieron a un hombre muy alto, que superaba
los dos metros, un verdadero gigante cubierto por hombreras y un
pectoral de metal con púas y un yelmo astado que dejaba ver su boca.
Haciendo gala de poder y habilidad golpeaba con una gran alabarda,
hiriendo o empujando a los varios Mek ii chan que lo rodeaban, entre
ellos Gren Maj Nu, que se protegía con su gran escudo heptagonal.
Los chicos se miraron unos a otros consternados, parecía que con su
mirada consultaban si estaban dispuestos a seguir luchando. Bernardo
apretó los dientes, arrugó la nariz y con un fuerte grito se sumó
de nuevo a la batalla y sus amigos lo siguieron contagiados de su
coraje, gritando también.
Con
su grito de guerra, los muchachos se lanzaron sobre las seis bestias
de presa de los Malek il' kan. Atacaron directo a los ojos con bríos
renovados, giraban velozmente para bloquear ataques de los soldados
enemigos y en seguida asestaban golpes fulminantes. Pese a los
fuertes golpes, las bestias no minaban su ferocidad, aunque no podían
ver a donde mordían, agitaban sus fauces frenéticamente de un lado
a otro, derribando a sus amos. Luis fue derribado por una bestia, la
cual abrió la boca para morderlo, guiada por el olfato, Bernardo vio
lo que ocurría y lanzó su arma en forma de efe directo a los
dientes de la bestia. El golpe fue certero y dio sobre un pequeño
absceso, causando que enloqueciera de dolor, Luis se levantó y
continuó golpeando a la bestia y a otros apoyado por Bernardo. En un
instante, Luis recogió el arma de su amigo y se la devolvió.
Las
enloquecidas bestias, prácticamente ciegas daban vueltas, zarpazos y
mordiscos sin ton ni son, golpeando e hiriendo a sus amos. Su
resistencia minó y terminaron por ser abatidas. Bernardo se paró
sobre la bestia que había vencido y lanzó un colérico grito que
hizo temblar a los Malek il' kan cercanos. Los Mek ii chan se
contagiaron de ese furor, se sobrepusieron al cansancio y dieron
batalla con mayor ferocidad que al principio.
Los
Malek il' kan eran muy altos, la mayoría sobrepasaba el metro con
ochenta centímetros. Los que no vestían cota de malla, se protegían
con hombreras y tiras de metal cruzadas sobre el pecho desnudo, pero
aparte de brazales y grebas o botas, no tenían protección en
brazos, piernas y abdomen. Los muchachos supieron aprovechar los
puntos vulnerables del enemigo y con velocidad vertiginosa, golpeaban
a la entrepierna, a las rodillas, a la manzana de Adán o a la nuca.
Las máscaras de madera se rompían bajo sus armas como si fueran de
vidrio. Los muchachos, dada su estatura de adolescentes, parecían
pequeños torbellinos sacudiendo macizos robles, por su parte, el
mereco joven repartía coces y golpes con su incipiente cornamenta,
haciendo chocar a los Malek il' kan entre sí.
En
minutos, los Mek ii chan y sus inesperados aliados hicieron
retroceder al enemigo, los poderosos soldados Malek il' kan chocaban
entre sí, tropezaban con sus camaradas noqueados. El gigante que
luchaba contra Gren Maj Nu comenzaba a retroceder. Ambos campeones se
hallaban lidiando a solas, pues los otros soldados Mek ii chan habían
sido heridos o bien, se habían enganchado en combate con otros Malek
il' kan. Pese a tener que defenderse de un solo oponente, al gigante
le costaba cada vez más trabajo bloquear los ataques de Gren Maj Nu.
Bernardo
vio caer al líder de los Mek ii chan y corrió velozmente entre los
combatientes. Mientras corría, su corazón bombeaba sangre al mismo
ritmo en que su ansiedad crecía. Su vista estaba fija en el gigante
que se aprestaba a dar un golpe mortal. El muchacho apretó el paso
sintiendo que se movía cada vez más lento, sin embargo, era todo lo
contrario, ¿de qué otra manera sería posible que esquivara los
golpes y tajos de los Malek il' kan, como no fuera desplazándose
como un bólido?
Justo
cuando la alabarda del gigante iba a medio camino hacia el cuello de
Gren Maj Nu, Bernardo saltó y extendió velozmente su pierna
izquierda, de manera que su talón se impactó en la barbilla del
gigante, quien cayó hacia atrás cuan largo era, mientras su yelmo
se desprendía de su cabeza. La fuerza de las manos férreas que
sostenían la alabarda se desvaneció, de manera que el arma cayó al
suelo al mismo tiempo que su portador.
Por
un instante que pareció eterno, la batalla se detuvo, todos miraron
al gigante caído y al muchacho tembloroso frente a él. Cuando
parecía que todos contenían el aliento, de pronto surgieron los
gritos desesperados de los Malek il' kan, cinco de ellos abandonaron
a sus oponentes para proteger a su campeón, solo para ser puestos
fuera de combate por Bernardo y Gren Maj Nu.
Desde
su silla de manos, el sacerdote enano escupió órdenes y sus
lanceros se acercaron titubeantes a la escena. Uno de ellos gritó a
Bernardo y este respondió insultando al lancero. Confundidos, los
lanceros se miraron entre sí y volvieron a gritar, el chico se lanzó
contra ellos. Gren Maj Nu quiso prevenirlo, pero no pudo contener su
impulso feroz. Los hábiles lanceros esquivaron ágilmente los
ataques de Bernardo y este tuvo alguna dificultad para esquivar los
ataques de ellos. Gren Maj Nu se acercó para brindar su apoyo,
Roberto y Gerardo se quitaron de encima a varios enemigos y se
acercaron a donde estaba Bernardo, con ello presionaron a los
lanceros, estos, por carecer de armadura, esquivaron ágilmente los
ataques.
Roberto
logró derribar a uno de los lanceros, pero este evitó que el
muchacho lo rematara colocando la punta de su lanza en dirección a
su cuello, el chico logró detenerse a tiempo. Esto facilitó que el
lancero se levantara y, mientras lo hacía, Bernardo le dio un
empellón con la cadera, haciéndolo trastabillar, Gerardo lo golpeó
en los brazos y Roberto en la cabeza cuatro veces seguidas, dejándolo
inconsciente.
Después
del empellón, Bernardo se deslizó ágilmente por un costado del
otro lancero y, con su arma en forma de efe mayúscula, apresó su
tobillo tirando de él, derribándolo. El lancero dio un golpe hacia
Gren Maj Nu, quien lo bloqueó con su escudo y atacó a un costado,
Bernardo dio en la nariz y Gren Maj Nu remató con un fuerte golpe a
la cabeza.
Una
vez derrotados los lanceros, Bernardo se dirigió hacia el sacerdote
enano, quien intentó defenderse con su extraño cetro, pero de nada
le sirvió, pues el chico destrozó los cráneos con sus armas y
luego golpéo al sacerdote en el estómago, quien soltó su centro y
se dobló de dolor. El chico no le tuvo compasión, lo tomó por el
cuello y lo elevó.
- ¡Malek il' kan!- gritó Bernardo, su voz se escuchó por encima del estruendo de la batalla. -¡Párense perros malditos!
El
silencio se hizo de inmediato. Los Malek il' kan no entendían lo que
el muchacho decía, pero al ver a su sacerdote sometido gruñeron y
chillaron sintiéndose humillados. El sacerdote se estaba sofocando
por la presión de la mano de Bernardo y a duras penas logró gemir
una orden. Como resultado, los Malek il' kan se rindieron. Los Mek ii
chan se quedaron boquiabiertos y los pocos Kodo il' kan que quedaron
desperdigados asistieron a la escena con incredulidad y amargura.
Los
Malek il' kan emprendieron una lenta y amarga retirada, mientras
recogían a los heridos y a los inconscientes. Los pocos Kodo il' kan
restantes huyeron despavoridos. Los Mek ii chan volvieron a su
fortaleza sin poder creer su enorme fortuna. Por primera vez en la
historia, los Malek il' kan se habían rendido. Jamás habían podido
repeler a sus enemigos en tan poco tiempo.
Los
muchachos, ignorantes de todo esto, se sintieron abrumandos cuando
los soldados Mek ii chan se acercaban a tocarlos, como si quisieran
comprobar que de verdad existían. Repentinamente un grito de júbilo
estalló en la fortaleza y los muchachos fueron llevados en hombros
mientras los soldados entonaban una alegre canción y los llevaron
ante Gen An Ni y Gren Maj Nu.
- Las gracias les damos.- dijo Gren Maj Nu- No quería que lucharan, mas nunca que tan bien lucharan en cabeza vimos.
- ¡Gran fuerza tienen!- gritó algún soldado.
- ¡A luchar con nosotros queden!- gritó otro.
- Hoy, por vez primera, Malek il' kan lucha abandonan.- intervino Gen An Ni.- Pocos de nosotros heridos están, muy pocos murieron. Forma de luchar nunca vimos, gran valor de ustedes apreciamos. Muy agradecidos estamos.
- Gen An Ni- dijo Bernardo- nosotros con ustedes luchar quisimos. Ahora, a nuestro país volver debemos.
- Vengan- dijo el sacerdote y los condujo al yurum. Una vez dentro, abrió una gaveta del gabinete y de ella extrajo una caja de madera. - Que vuelvan deseamos.
- Ustedes muy jóvenes son- intervino Gren Maj Nu.- A pelear obligarlos no deseamos. Kodo il' kan a niños a pelear obligan. Nosotros no, no nos gusta.- los muchachos se quedaron en silencio, nerviosos.- Mas hoy, gran pelea dieron y Brenaro mi vida salvó. Muy agradecido estoy.
- Nosotros Mek ii chan mucho tiempo en guerra con Malek il' kan y Kodo il' kan tenemos- dijo Gen An Ni.- Ustedes ven, Mek ii chan matar no gustamos- señaló las armas que los chicos habían depositado sobre la mesa. - Pedirles queremos que con nosotros luchen. Si como hoy peleamos, en cabeza veo, Malek il' kan pronto guerra abandonarán.
- ¡Pero no podemos!- replicó Roberto.
- Nosotros no somos soldados- apuntó Gerardo- fue suerte.
- No, suerte no fue- replicó Gen An Ni con firmeza.- Brenaro a sacerdote de Malek il' kan apresó. Nunca soldados Mek ii chan eso harían, pues gran temor a brujería Malek il' kan tienen. Ustedes a brujo no temieron y apresarlo no dudaron. Ustedes no solo gran valor y fuerza tienen, también cosas en cabeza ven que nosotros no.
- Gren Maj Nu, Gen An Ni- intervino Bernardo.-Nosotros muchachos somos. De donde venimos tenemos obligaciones, padres...
- No nos mandamos solos- interrumpió Luis.
- Lo sabemos, hijos también fuimos- respondió Gren Maj Nu sonriendo.
- Nos urge regresar a nuestras casas- presionó Roberto.- Perdón, pero tenemos que regresar.
- Y volverán- dijo Gen An Ni sonriendo. El sacerdote abrió la caja que tenía en sus manos y de ella sacó dos cascabeles dorados.- Vengan.
Los
muchachos salieron de la construcción y afuera los esperaba el
mereco joven que Bernardo había montado. Los soldados miraban
maravillados como aquel impetuoso animal se había aficionado al
muchacho que lo domó. El mereco se dejó acariciar la cabeza y la
frotaba suavemente sobre el vientre de Bernardo.
- Mereco te esperaba- dijo Gren Maj Nu- nosotros montarlos no podemos, ¿cómo domaste?
- No sé, solo lo intenté- respondió distraídamente mientras acariciaba al mereco.- En mi mundo estos animales dejaron de existir, se acabaron. Megaloceros decían. Grandes cuernos dice.
- En antigua lengua de Meldonam, mereco dice grandes cuernos también.- apuntó Gen An Ni.
- Me gustaría llamarte bucéfalo- dijo Bernardo mientras seguía acariciando al mereco.- No, mejor te llamaré Áyax, porque peleaste como aquel gigante.- culminó sonriendo.
El
líder religioso de los Mek ii chan llamó a un par de soldados
vigías y estos informaron sobre el avistamiento de un objeto blanco
que se arrastraba por la selva al oriente de la fortaleza y que se
había detenido en una ceiba. Pidió un carro tirado por merecos que
no tardó en llegar e invitó a los muchachos a subir. Los chicos
aceptaron y salieron por el lado oriente de la fortaleza, mientras
los soldados los seguían eufóricos, despidiéndose felices de
ellos. Emocionados, los muchachos se despidieron de sus compañeros
de batalla y dedicaron una última mirada al estupendo conjunto
piramidal al que llamaban “el castillo”.
En
el camino, pasaron por una poza que provenía de un brazo del río.
Luis le dio un par de codazos a Homero y a Gerardo y les hizo señas
para que miraran hacia la poza. Se miraron con complicidad, pero no
dijeron nada. Cinco minutos más tarde, llegaron a la ceiba donde se
había detenido el agujero de gusano.
- Toma.- dijo Gen An Ni tendiéndole uno de los cascabeles dorados.- Con cascabel llamaré.- el sacerdote hizo sonar su cascabel y el que tenía Bernardo tintineó.
- ¿Cómo lo hace?- Bernardo no pudo ocultar su asombro.
- Malek il' kan formas de entrar en otros mundos conocen. Con cascabeles un mundo con otro comunican.
- Por mi hablo, Gen An Ni.- dijo Bernardo apenado.- No siempre venir podré. Que mis amigos vengan prometer no puedo.
- Entiendo- respondió solemnemente el sacerdote.
- Si algún día me llamas y no puedo venir, sacudiré tres veces el cascabel; dos si voy en camino o tardaré en llegar; y una vez cuando esté en Meldonam.
- Gracias, Brenaro.
Los
muchachos se despidieron del sacerdote y de los soldados felices de
haberlos ayudado, pero sobre todo, de volver a casa ilesos. Al cruzar
por el agujero de gusano Roberto fue el primero en salir, asomando
con cuidado la cabeza, reconociendo el terreno. Hizo señas a su
amigos indicando que esperaran. Atravesaron uno a uno el agujero de
gusano y llegaron a un parque ubicado a unas cuantas cuadras de la
casa de Gerardo. El parque estaba desierto y el policía de guardia
en el lugar estaba distraído platicando con una joven.
- ¡Ah, su madre!- suspiró Roberto aliviado.- ¿Qué hora es Gerardo?
- Veinte pa' la una.
- ¡No puede ser!- exclamaron Luis y José al unísono.
- Allá estuvimos como tres o cuatro horas.- apuntó Homero.
- ¡Qué chingón!- dijo Luis sonriendo.
- Ya vámonos, pues, chamacos- urgió Roberto.
- José- dijo Bernardo mirando fijamente a su amigo.-Ni una palabra de esto. ¿Te quedó claro? A nadie.
- Sí. Bueno.- respondió con la vista baja, casi de mala gana.
Los
chicos se dirigieron a casa de Gerardo, José partió desde allí a
su casa después de beber un vaso grande de agua. Roberto se quedó
con Gerardo en su casa, pues había dejado allí su mochila y en ella
estaba su uniforme escolar. Los demás corrieron a casa de Luis.
Allí, Homero se quitó su uniforme, lo enjuagó rápidamente y lo
colgó en el tendedero. Luis le dio uno de sus uniformes. A Bernardo
lo esperaba su padre en casa.
- ¿Por qué vienes tan sucio?- inquirió en cuanto lo vio.
- Me caí en una zanja- respondió evasivo.
- ¡Una zanja es lo que tienes el cerebro! ¿Cuántas veces te he dicho que mires por dónde vas? ¡A bañar, gandul!- Bernardo corrió al baño de inmediato y tomó un baño rápidamente mientras su padre continuaba reprendiéndolo desde la puerta.
Más
tarde, en la escuela, Luis revisaba su mochila creyendo que había
olvidado algo, cuando escuchó la voz de José, lo localizó con la
vista y notó que platicaba con Merino.
- ... y había unos como mayas.- decía José
- ¿A poco?- respondió Merino, incrédulo y burlón.
- ¡Sí güey!- replicó José con su característica expresión. Luis se acercó por detrás y le propinó un leve golpe en las costillas, rodeó su cuello con el brazo, casi colgándose de él y casi arrastrándolo le dijo:
- Acompáñame, mostro. Vente, vamos.- una vez fuera del salón, lo puso contra la pared y lo interrogó- ¿Qué tanto le dijiste, pendejo?
- Nada- se quejó José, Bernardo iba pasando por ahí y se acercó a ver qué ocurría.
- ¿Qué pasa?- preguntó con intención conciliadora.
- Este pendejo que le estaba contando al abortado del desmadre de allá.
- ¡Si no les dije nada!- replicó José.
- ¿Les?- la actitud de Bernardo se tornó inquisitiva- ¿Con quién más hablaste?
- Con el pelibuey.- José miraba hacia los lados, sofocado por la mirada penetrante de Luis y Bernardo- ¡Pero les dije que lo soñé!
- ¿Les dijiste de las ceibas?- preguntó Luis.
- ¡No! Ni de los cuajilotes. Nada de eso.- José sudaba copiosamente.
- No cuentes nada- dijo Bernardo con tono firme tras poner la mano en el hombro de su amigo, su mirada se clavó con más intensidad en la de José.- Aunque digas que son sueños o películas, no digas nada. Entiende que no debemos incitar a otros a entrar allá. Ni en desmadre, es demasiado peligroso.
- Bueno. Está bien.- dijo resignándose de mala gana.
Un
par de horas más tarde, los muchachos se reunieron bajo las
escaleras cercanas al laboratorio de química, lejos de oídos
indiscretos. Estuvieron allí durante el receso hablando acerca del
temor que sintieron en los diferentes momentos durante su estancia en
Meldonam, así como el dolor que sentían por haber corrido tanto, y
sobre las manos agarrotados por los golpes que dieron tanto a puño
limpio como armados. Bernardo contó a sus amigos lo que había
hablado con Gen An Ni y comentaron acerca de las especies de animales
que habían visto ese día. En particular de los animales que
Bernardo estaba seguro eran especies que habían existido en La
Tierra miles o millones de años atrás. Entre bromas y burlas,
Bernardo y Roberto discutieron posibles explicaciones de la presencia
de aquellas bestias en otro planeta, Roberto creía que habrían
evolucionado de manera independiente, en tanto que Bernardo sostenía
que habían llegado allá de la misma manera que ellos o de una forma
similar. De igual manera elocubraron acerca del lenguaje que hablaban
los Mek ii chan.
- Es curioso, pero me parece que usan palabras modernas, no hablan como español antiguo, como en El Cid.- señaló Roberto.
- Gen An Ni me dijo que cuando era joven atravesó una ceiba igual que nosotros. Puede que a lo largo de varios años hayan tenido contacto con otros mexicanos que aportarían a su lenguaje. ¿Quién sabe?- dijo Bernardo encogiéndose de hombros.- En eso terminó el receso y comenzó una lluvia ligera.
Por
la noche, a la hora de la salida, los muchachos se reunieron en una
esquina, disfrutando de la fresca noche y de la lluvia que menguaba,
mientras sus compañeros corrían para no mojarse.
- ¿Entonces qué, loco?- dijo Luis.- ¿Vamos mañana?
- ¿Pretendes volver a pesar del peligro?-
- Si nada más vamos a nadar- respondió Homero.
- ¿Tú crees que siga ahí mismo el agujero de gusano?- inquirió Roberto.
- Tal vez sí- dijo Gerardo optimista.
- ¿Tú vas a ir, José?- preguntó Homero.
- ¿A dónde? ¿Allá? ¿A qué?
- Un ratito, güey. Acuérdate que allá el tiempo corre más lento.- insistió Homero.
- No, al revés.- corrigió Roberto.
- Como sea, ¿vas a ir o eres mampo?
- ¿Vas a ir tú, Gerardo?
- Simón- respondió despreocupado.
- Entonces sí voy. Tú, Berna ¿vas a ir?- inquirió José.
- Sí. Lleguen mañana a mi casa.
- ¿A qué? Si esa madre quedó a tres cuadras de mi casa.- se quejó Gerardo.
- Vamos- intervino Luis. - Sirve que invita el chesco.
El
grupo se disolvió habiendo acordado que se reunirían al día
siguiente por la mañana en casa de Bernardo. Cada uno se fue a su
casa divertido y expectante con la idea de nadar en un río limpio y
jugar allí por horas. Para Bernardo, era distinto pues él deseaba
volver a Meldonam muchas veces en el futuro, unirse a la causa de los
Mek ii chan y mirar con detenimiento su majestuoso conjunto
piramidal, el castillo.
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