viernes, 16 de noviembre de 2012

Capítulo 5: Hombritud

Amigos míos, los recuerdos me susurran. A veces en sueños, la mayor parte del tiempo, cuando estoy solo, dicho sea de paso, es la mayor parte del tiempo. En honor a esos recuerdos susurrantes, aquí les va el capítulo 5 de Detrás de las Ceibas.



Hombritud

         Llovía a cántaros sobre la ciudad. Llovía como si fueran a fusionarse el gris del pavimento y el gris del cielo. Bernardo se veía parado con su mochila, contra esquina de su escuela, su nueva escuela. En ella estaban sus amigos. Todos sus amigos, incluidos Aldo, Pamela e Irina. Y despertó.
         ¿Qué era ese sueño? ¿Por qué veía a su escuela como una especie de paraíso?
         Llovía a cántaros sobre la ciudad. El cielo se caía a pedazos sobre el pavimento. Bernardo estaba parado detrás de la ventana observando a los árboles meciéndose al compás que el viento les imponía, caótico. Al mismo tiempo, él recordaba un sueño de años atrás, idéntico al que acababa de tener.
         ¿Qué era ese recuerdo? ¿Por qué soñaba a su vieja escuela como una especie de paraíso?
         Porque lo era.

         Aunque no estaban todos sus amigos en esa escuela, poco a poco fue haciendo amigos nuevos y, aunque él creyó que no sería así, conservó a sus amigos de la secundaria. Incluso, algunos amigos que Luís hizo en la preparatoria se volvieron amigos de Bernardo y viceversa.
         La lluvia seguía cayendo y arreció en poco tiempo, de una manera inusual en esa nueva ciudad, a sus veintitrés años. Bernardo cerró las ventilas y se recostó poco a poco, recordando.
         La lluvia era igual a la de aquel día, el último día de clases en la secundaria.


         El viento corría con fuerza inusual y azotaba las puertas de madera. Un poco de agua se filtraba en el cuarto. Luís se dio la vuelta para retirar la vista de su escritorio y darle un sorbo a su café. El triste sonido de un bolero lo acompañaba. Recordó los días en los que se reunía con Homero y Bernardo para disparar con su rifle, escuchar música y comer a gusto. Algo había sucedido, algo había cambiado. Luís sentía que había sido muy pronto. Era muy pronto para que cesaran los largos paseos en bicicleta, las escapadas a la azotea a molestar a la gente que pasaba, las caminatas al centro de la ciudad. Parecía que la lluvia lo impedía, parecía que algo evitaba que saliera de nuevo. Algo que estaba en ellos, no era el escritorio o lo que tenía sobre él, ni la computadora, ni la música.

         El paso de los años estaba presente y dejó su huella. Había llegado con la furtividad de un ladrón experto, sin que nadie se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, fue de pronto que tiró un jarrón e hizo un gran escándalo y todos se dieron cuenta de su presencia. Pero ya era demasiado tarde y ya no era posible detener su paso y revertir sus efectos. Pero ¿quién querría hacer eso? Era simplemente imposible, como intentar detener la lluvia.
         Ese día estaba lloviendo, como llovía en aquel último día de clases en la secundaria.

         Había un día muy soleado, exageradamente soleado. La radiación solar castigaba sin piedad al pavimento, a los árboles, a las paredes. El cielo dejaba caer ardientes teas sobre la ciudad, como si quisiera infligir a la tierra un flamígero tormento.
         Roberto se veía en su nueva escuela. Pero sus amigos no estaban. Una serie de desconocidos lo saludaban, lo abrazaban y celebraban. Reían con él y aunque la escena le causaba disfrute, él estaba desconcertado.
         ¿Qué era ese sueño? ¿Por qué no estaban sus amigos con él?

         Porque no iban a estar con él. Aunque era muy buen estudiante, alguna decisión burocrática lo enviaría a otra escuela del sistema estatal. Y por alguna otra decisión, se inscribiría en una escuela fuera del sistema estatal.
         Roberto se levantó de la banca en la que se había quedado dormido. A su alrededor, el largo y húmedo pasillo parecía sacudirse, la textura de la pared mutaba en algo irreal. Roberto sacudió la cabeza con fuerza, luego la presionó contra la tabla de la banca. Le ardía. El dolor era insoportable y él estaba cansado de ver quimeras, anillos bencénicos en el aire y metales pesados en el agua. Era tan grande su cansancio que deliraba.
         Se levantó y apenas escuchó el golpeteo del agua en el techo, salió a la calle y se mojó la cabeza en el agua. Era justo lo que necesitaba, agua fría y limpia, sin metales pesados ni derivados del petróleo.
         ¿Adónde se habían ido los días en los que después del trabajo iba a la escuela? ¿En dónde estaban las revistas pornográficas que veía a escondidas con sus amigos? ¿Dónde estaban las víctimas de sus cáusticas travesuras?
         Roberto sabía que el tiempo se había llevado todo. Sabía que no estaba bajo las mismas estrellas, que incluso esa lluvia no era la misma, pero no podía dejar de advertir que era exactamente como la de aquel día, el último día de clases de la secundaria.



         Hacía varios días que no llovía. El negocio de sus tíos, a su cargo, estaba casi vacío. La lluvia mantenía a sus clientes habituales en sus casas. Gerardo podía darse tiempo de hacer algo más de lo que hacía por lo regular. Poco a poco, una imagen cobraba más y más resolución en su mente. Hubo un tiempo, mucho antes de que él dejara su casa, en que se sentía extranjero en su propia tierra. No podía arraigarse a nada. Había algo que había sido tan suyo en el pasado, algo a lo que él sentía que pertenecía y de pronto tuvo que estar en otro lado. Pero él no era de ese lado. Estaba, pero no Era. Él sentía esa maldita diferencia. Ni siquiera las mujeres lograban hacerlo sentir cercano a ese lugar.

         Los días de travesuras, de molestar al maestro de dibujo técnico, de echar desmadre en el baño y continuarlo en las escaleras formaban parte de eso que era suyo, a lo que él pertenecía. Las guerras de lanzarse coajilotes después de hacer las tareas en casa de Bernardo. En ningún momento hubo algún sueño, alguna suposición sobre su destino académico en la preparatoria. Él estaba arraigado a su secundaria, a sus amigos, a sus sueños, sueños que no incluían una cercanía o una pertenencia a otra cosa. La imagen se hacía borrosa en su cabeza y regresaba débilmente. Su futuro se construyó poco a poco, se sentía identificado con sus actividades, con sus nuevas amistades, con su empleo. Ese futuro que se estaba construyendo contenía todo lo que él había vivido.

         No paraba de llover. Y eso que el día estuvo soleado, como aquel día en el que todos faltaron a la primera clase a propósito, sabiendo que el profesor no asistiría. Ese día jugaron videojuegos en su casa y luego la lluvia los obligó a irse a la escuela,  en todo el día no paró de llover. La lluvia era exactamente igual a la de ese día, el último día de clases de la secundaria.



         La lluvia caía con gran estrépito en la marina. Las olas del cercano mar azotaban la playa con furia. Homero solo escuchaba un sordo rumor. Frente a su computadora solo podía pensar en los proyectos atrasados que tenía, no podía distraerse con el ruido de la lluvia. Maldecía sus proyectos atrasados.

         Proyectos atrasados. Tareas a fin de cuenta. Tareas atrasadas. Se quitó los audífonos con coraje y escuchó el estruendo de los relámpagos y del viento azotando su ventana. Las gotas que caían lo sumieron en una abstracción inusual en él.

         Años atrás eso no hubiera sucedido.

         El día que cayó un aguacero idéntico al que estaba pasando en ese momento terminó esa etapa que Homero recordaba. En su escuela preparatoria no tenía un equipo eficaz. No como el que tenía en la secundaria. Podían estar atrasados, pero todas las tareas las terminaban de manera impecable entre todos.

         La cooperación era algo importante que aprendió y entendió de una manera diferente con sus amigos. En especial, jamás se aburrían, podían llegar a discutir, a insultarse, pero al final todo salía bien. Siempre, por difícil que fuera la tarea o el proyecto a empezar, siempre podía contar con sus amigos para sacar adelante su tarea.

         Cuando estaba en la preparatoria siempre tuvo problemas para terminar sus tareas a tiempo. En ocasiones iba a casa de Luís o de Bernardo a pedir ayuda, pero a veces ellos tenían sus propias tareas atrasadas. Por más que quisieran ayudarlo, la calidad de su apoyo o el tiempo que le podían dedicar era poco, aunque nunca lo dejaron tirado, a veces dejaba que desear. Y a su vez, en pocas ocasiones él podía brindar ese apoyo a sus amigos. Tenía que conformarse con el apoyo de sus compañeros de la preparatoria, pero nunca quedó satisfecho.

         ¿Qué había pasado? ¿Por qué era tan complicado dar y recibir ayuda? ¿Por qué ahora resultaba tan complicada la cooperación con los demás compañeros? Ya no había más tiempo para reparar en ello, ahora tenía que terminar ese proyecto él solo, a tiempo, antes de que terminara ese aguacero, antes de que cayera la última e idéntica gota de ese chubasco que cayó el último día de clases de la secundaria.



         Habían pasado cuatro días sin que cayera una sola gota de lluvia en la ciudad. José acostumbraba beber café mientras estudiaba, en especial por la noche, pero esa tarde comenzó a beber café desde las dos de la tarde. Ya tenía un par horas bebiendo café, porque tenía frío y no paraba de llover. Después de tres días de calor, la temperatura bajó súbitamente esa tarde.

         La tarde avanzaba y José se distraía, no podía quedarse sentado cinco minutos seguidos, se levantaba a servirse más café o agua; o para ir al baño. Al regresar a su escritorio, se detuvo en la ventana a observar la lluvia caer. Le encantaba observar enormes gotas de lluvia caer en su ventana. Poco a poco se empezó a sentir con somnolencia. Estaba cansado, pero aún tenía mucho por hacer, sacudió la cabeza, pero no se pudo sacudir los recuerdos que llegaron a su mente.

         Las tardes eran muy sombrías en la zona en la que su escuela estaba ubicada, el barrio estaba desangelado, los árboles estaban secos. Caminar desde ahí hasta su casa era muy cansado por la distancia que había que recorrer y por lo lúgubre del tramo. El aire era pesado y los tonos de los colores parecían apagados.

         No era lo mismo que ir a comprar frituras frente a la escuela e ir acompañado de alguno de los muchachos del salón, como Aramis, mejor conocido como el pelibuey, que vivía cerca de su casa. Así era como cuando estaba en la secundaria.

         En ningún lugar se había adaptado tan bien como en esa época. No encontró ni en la preparatoria, ni en la universidad amigos que lo buscaran para estar con él, que lo invitaran a trabajar con ellos o a nadar. Por más que hablara, por más que repitiera los mismos temas, siempre sus amigos estaban ahí para escucharlo o simplemente chingarlo.  Siempre le fue divertido, pese a todo.

         El estruendo de un trueno lo volvió a la realidad. Pensó que era extraño, que a pesar de estar en otra ciudad, a pesar de que habían pasado casi ocho años, esa lluvia era igual a la que cayó el último día de clases de la secundaria.



         El taller tenía varios equipos de cómputo esperando a que Rogelio los revisara. Sin embargo él, su propio jefe, no permitía que esos pendientes lo sacaran de su pasatiempo más socorrido: descargar películas de la red. La lluvia no cesaba y Rogelio miraba hacia la ventana. Algo había en ese chubasco que le parecía familiar, esa sensación lo distrajo del objetivo que tenía originalmente al examinar la lluvia, necesitaba evaluar si valía la pena continuar con la computadora funcionando, o si era necesario apagar el equipo.
          Distraído, mientras miraba la lluvia, abrió una carpeta, percatándose de ello por el ruido característico que el sistema asignaba a la apertura de carpetas. El ruido lo hizo dar un brinco, creía haber eliminado ese sonido. Entre los archivos que había en esa carpeta, notó la vista preliminar de una fotografía de su prima Alexa, que había fallecido una semana antes. En esa fotografía también aparecía Bernardo. Ver la sonrisa de ambos amortiguó su tristeza al recordar el fallecimiento de su prima y de pronto recordó que su amigo no estaba enterado de eso.
         Rogelio se rascó la cabeza tratando de recordar dónde había dejado la libreta de direcciones en la que anotó los datos de Bernardo. Sintió la necesidad de avisarle. Salió de su taller y entró en su casa, batalló con su perra para evitar que entrara y ensuciara el piso. Subió las escaleras y comenzó a buscar la libreta de direcciones, mientras lo hacía, encontró varias libretas de la preparatoria y de la secundaria. Las miró con nostalgia. De pronto volvió la vista hacia la ventana y notó que la lluvia le hacía sentir algo especial, algo que le era familiar. Pronto comenzó a recordar que, el último día de clases de la secundaria, fue el único día que llegó temprano a la escuela y solo tuvo una o dos clases.
         La lluvia que caía en ese momento era exactamente igual a la de ese día. Por todos lados se escuchaba el ruido de la lluvia al caer y las canchas de basket ball, pese a que estaban techadas, estaban encharcadas y no se podía jugar a gusto. Ese día se fue al salón de Bernardo, Luis, Roberto y estuvo con ellos casi toda la tarde. Aunque Bernardo tenía un semblante ensombrecido, a pesar de que parecía deprimido, ese día fue muy divertido para todos.
         Rogelio esperaba no deprimir a su amigo cuando le diera la mala noticia sobre Alexa y continuó buscando la libreta de direcciones. Mientras urgaba entre las cajas y las libretas, escuchaba atentamente el ruido de esa lluvia, hermana gemela a la del último día de clases de la secundaria.


         El ruido de la puerta despertó a Bernardo. La apacible siesta que tomaba terminó, no así la lluvia. Caminó refunfuñando hacia la puerta, se asomó por la mirilla y vio a su amigo Elías hecho una sopa. Ambos tenían un par de semanas sin saber uno del otro. Elías y Bernardo se hicieron amigos cuando ellos cursaban la preparatoria. Ahora estudiaba Antropología en la misma universidad en la que Bernardo cursaba Ingeniería Biomédica.

-      ¿Qué onda?- dijo a modo de saludo, el aspecto de Elías era fatal.
-      ¿Qué tienes? Te ves de la verga- dijo tendiéndole una toalla.
-      Es que estoy de la verga.
-      ¿Qué te pasó? ¿Estás enfermo?
-      No. Es que estoy bien preocupado, güey.- se quitó la camisa
-      ¿De qué?
-      Por mi futuro.- Elías exprimió su playera sobre una papelera en la cocina.- No sé que voy a hacer una vez que termine la carrera. A veces no sé ni por qué me metí a antropología.
-      Si no te gusta, cámbiate de carrera.- Bernardo buscaba una playera seca para dársela a su amigo.
-      No es eso. Es que…- Elías se llevó la mano a la frente y se quedó largo rato pensando. – Siento que el tiempo pasó demasiado rápido. Como que no me adapté.
-      ¿Sientes que no maduraste a tiempo?- le tendió la playera a su amigo.
-      Algo así. Es que de pronto estoy en la prepa, soy un chavo y al rato estoy en la hombritud.- Bernardo estalló en carcajadas, mientras Elías se ponía la playera.- No te rías, güey.
-      Es que- se interrumpió al reír más.- Es que esa palabra, hombritud.- dijo aun entre risas.- ¿De dónde la sacaste?
-      No sé, se me ocurrió. Pero a lo que iba, siento que no estoy listo para la hombritud. No sé qué haría, por ejemplo, si no estuviera cursando mi carrera o si no la termino. No me imagino estar como el Alaminos que ya es papá.
-      Sí- Bernardo sonrió, Andrés Alaminos, otro amigo de la preparatoria fue el primero de ellos en tener descendencia. – Está cabrón, de hecho, a mi me cuesta imaginarme con familia. Pero eso no tiene nada de malo. Eventualmente estaremos igual. Hay cosas peores, Elías. Como la indigencia, o perder tu casa y a tu familia por un desastre natural.
-      Sí. Bueno, no sé. Es que aun me acuerdo cuando estábamos en la prepa. Cuando iba al inglés, me iba a comprar mis mangas.
-      Sí, me acuerdo que una vez te encontré en la combi. Y me dijiste que querías ser reportero de lo paranormal en Japón. ¡Pinche loco!- ambos rieron.
-      Pero igual. Cuando uno es chavo tiene esas ideas, no se imagina lo que se afronta en la hombritud.
-      No, pero es parte de la vida. No puedes decir, ay no quiero, fuchi fuchi.-
-      No, no estoy diciendo eso. Es que, hay otras cosas, no te lo puedo explicar.
-      ¿Quieres chesco?
-      Sí.

Mientras Bernardo servía los vasos, una llamada entraba en su teléfono celular. Bernardo no lo escuchó y continuó platicando con su amigo mientras la lluvia continuaba, incesante.  Mientras hablaban, Elías se sentía más tranquilo. El teléfono volvió a sonar y Bernardo lo buscó. Dio vueltas por medio departamento y no hallaba su teléfono. Finalmente lo encontró bajo una almohada.

-      ¿Sí?-
-      ¿Bernardo?-
-      Sí, soy yo. ¿Quién habla?
-      ¿A poco no me reconoces la voz?
-      Creo que sí, pero mejor dime.
-      Soy Rogelio.
-      ¡Ah! ¡El fantasma!- Bernardo sonrió.- ¿Cómo estás pinche fantasma?
-      Bien, bien. Bueno, más o menos.
-      ¿Por qué?
-      Mira, antes que nada una disculpa por avisarte hasta ahora, no tenía a la mano tu número.
-      ¿Qué pasó?
-      Lo que pasa es que la semana pasada falleció Alexa, mi prima.
-      No mames. No, dime la neta, ¿es mamada?
-      No, güey, sin mamadas. Murió Alexa.
-      Puta madre. ¿Por qué? ¿Cuándo?
-      La semana pasada, el martes.
-      ¿De qué murió?- preguntó Bernardo, su voz se quebró.
-      No sabemos, hermano. Ya ves que se fue a Saltillo. Nos avisó su esposo, que ya la encontró muerta cuando él llegó a la casa. Todavía no saben y allá la enterraron.
-      No me digas eso, cabrón.- Bernardo se sentó lentamente- No me digas eso.
-      Disculpa que te haya avisado hasta ahora. Me imaginé que debías saber.
-      Pues… ¡Puta! ¿Qué te digo? ¿Mi pésame? ¿Lo siento? ¡No sé qué decirte! No mames.
-      Tranquilo, no hace falta que me digas nada. ¿Qué le vamos a hacer?
-      Carajo. Vale, gracias por avisarme. ¿Cómo están en tu casa?
-      Tristes. Mis tíos se fueron a Saltillo, no han regresado. Solo han hablado con mi mamá y ella no me dice nada.
-      OK. Muchas gracias, Rogelio. Espero que estén bien y si se enteran qué pasó, no dejes de avisarme. Te agradezco mucho tu llamada, hermano. Hasta luego.
-      ¿De qué? Cuídate, nos vemos.


Bernardo se quedó callado, inmerso en sus pensamientos. Alexa había significado mucho para él en la preparatoria, la quiso mucho y después, por alguna razón, ella se distanció. Luego tuvo un conflicto con sus padres y se fue a Saltillo para no volver nunca. Desde que Alexa partió a Saltillo, nunca le respondió los mensajes de correo electrónico a Bernardo y solo tenía noticias de ella por Rogelio. Pese a esa distancia, Bernardo le guardaba mucho cariño y sabía que ella también lo recordaba con cariño.

         No había pensado en ella en algún tiempo. Cuando iba de vacaciones a su casa, pasaba a visitar a Rogelio, quien gustaba de molestar a Bernardo con el asunto del matrimonio de Alexa. Bernardo esbozó una sonrisa triste, apenas se elevaban sus labios hacia la derecha y su mirada continuaba fija en el piso. Elías le hablaba, le preguntaba qué había pasado, pero Bernardo no lo escuchaba, tampoco escuchaba a la lluvia. Bernardo esperaba volver a ver a su amiga, escuchar su voz, verla sonreír, por una cosa o por otra, por complicado que fuera el conflicto con su familia, ella volvería a casa. Pero ya no era posible, Alexa había muerto y a Bernardo no le quedaba más que aceptarlo, pero no era cosa fácil, el joven tardaría en resignarse.

-      ¡Pendejo!- vociferó Elías tras abofetear a Bernardo.-¡Güey, me espantaste! ¿Qué tienes? ¿Qué pasó?
-      ¿Sabes algo?- Bernardo se levantó y se sirvió más refresco.- Con respecto al asunto de la hombritud. ¿Te acuerdas de Lucía?
-      ¿Quién?
-      Ah, cierto. Tú no la conociste. – Bernardo sonrió, antes de beberse de un sorbo todo el refresco.- Ella iba en el salón de Lola, una de mis compañeras de la secundaria. Una colochita, ¿te acuerdas?
-      Creo que sí. ¿No era novia del pendejadas?
-      ¡Exacto!- Bernardo apuntó con el índice a su amigo, reía, al parecer había recuperado la compostura.- Lucía me caía bien, siempre le hacía bromas. Pero en una de esas me salió con la mamada de que no sabía cuándo le hablaba en broma y cuándo le hablaba en serio, por lo tanto no podía confiar en mí y me dejó de hablar.
-      Culera.
-      Te menciono esto con respecto de tus preocupaciones sobre la hombritud, pues es si algo puede llegar a dolerte, y sobre todas las cosas, no podrás evitar, son las pérdidas.- Bernardo cerró sus ojos antes de continuar. - Conforme vayas creciendo, envejeciendo, vas a ir perdiendo cosas, amistades valiosas, dientes, cabello.- Abrió los ojos y miró hacia la ventana.-  A tu alrededor verás como tu gente va pasando a mejor vida, uno por uno. Si es que tú no te mueres antes.-
-      No mames, pinche Bernardo. ¿Quién se murió?
-      Alexa, la prima del fantasma.
-      ¿Quién es el fantasma?
-      Rogelio, un amigo de la secundaria. Alexa iba conmigo en inglés.
-      Sí, la conocí. No mames, ¿de qué murió?
-      Dice Rogelio que no saben. Su esposo la encontró sin vida.
-      Qué mal pedo. Lo siento.
-      Gracias, Elías, gracias.
-      ¿Ya comiste?
-      No.
-      Vamos a chingarnos unas carnes al centro.
-      Vamos, al rato que deje de llover.
-      Sale. Mientras prende tu compu, traje la de Vampire Hunter D.
-      Ah.- dijo sin ganas- la veamos.

Eventualmente, el disco compacto que Elías llevaba tenía un error y la película se detuvo poco después de la mitad. La lluvia no iba a parar en un par de horas más y la tarde ya estaba avanzada, el hambre y el antojo pudieron más que la tormenta. Bernardo y Elías caminaron hacia el centro de la ciudad, continuaron hablando sobre la hombritud, bajo aquella lluvia que era idéntica a la del día en que salieron de la secundaria.

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