Espero les guste y no lo encuentren muy chaqueto. Claro que ahora me resulta muy difícil establecer que es chaqueto y que no lo es, cuando es muy chaqueto y cuando es tantito chaqueto nada más. Háganme el chingado favor (sin albur ni comercial). Me estaré volviendo loco?
Los muchachos se dirigieron hacia el punto en el que se toparon con las aves. Roberto les indicó que se habían desviado a la izquierda y señaló el camino que a su parecer debían seguir.
- A ver, de aquí en adelante, árbol que vean junto a una piedra, lo tocan.- indicó Bernardo.
Los muchachos siguieron el procedimiento que Bernardo les propuso y así tocaron un total de 98 árboles, pero ninguno funcionó como ellos esperaban.
- A este paso vamos a tocar todos lo árboles de la pinche selva.- se quejó Luis.
Siguieron caminando en la búsqueda de un árbol junto a una piedra, cada vez había menos árboles con esas características y la distancia entre ellos era mayor.
-¿Qué es eso?- preguntó Gerardo señalando en dirección a un arbusto. Homero lanzó una piedra y los muchachos vieron a un cerdo que huyó corriendo.
- ¿Qué era eso?- preguntó Roberto
- ¿Era un coche?- preguntó Gerardo. No habían podido seguir al animal y solo pudieron ver como se les escapaba.
- Parecía un coche- dijo Luis.
- Entonces sí hay gente- dijo Roberto.
- También hay coches de monte, a esos nadie los cría, güey.- señaló Homero.
- ¿Quién dice? Yo tengo una tía que tiene coches de monte.
- No importa. Déjenlo- intervino Bernardo.- Ya veremos si encontramos otro animal de esos, pero ahora hay que encontrar como regresar.
Mientras avanzaban, el bosque se hacía más espeso. Los árboles eran cada vez más altos, con copas cada vez más densas, la luz del sol se filtraba apenas. El ambiente se hacía húmedo y frío. Bernardo estornudó al igual que Gerardo. La nariz de Luis empezó a escurrir y las de Homero y Roberto se congestionaron. Homero y Luis miraron a Roberto con recelo pues el camino que estaba tomando no se parecía al que había recorrido primero.
- Muerto- dijo Luis con severidad.- Antes de que amaneciera no habíamos caminado por aquí.
- Tiene razón el negro, pinche muerto. No sé por donde nos trajiste, pero al principio no nos habíamos desviado.- Un par de extrañas aves se posaron en tierra a picotearla y luego volaron.
- ¿Qué pájaros eran esos?- preguntó Roberto, animoso.
- No te estés haciendo pendejo- reclamó Luis.- No vamos por el camino correcto.
- No puedes estar seguro. Antes de que amaneciera no se podía ver bien.
- Eso no importa. No era por aquí- indicó Homero.
- ¿Por qué lo dices? ¿Cómo estás tan seguro?- preguntó Roberto con desconfianza.
- ¡Porque se siente, cabrón!- estalló Luis quitándose el moco que le escurría de la nariz.- Se siente la pinche humedad, se nota que aquí no cae ni un rayo de sol.
- Además- intervino Homero.- Mira- dijo haciendo girar a Roberto y obligándolo a ver hacia atrás- esa pendiente no la bajamos y esa es otra cosa que se siente, no necesitas ver para darte cuenta que vas de bajada.
- Bueno pues, regresemos.- dijo Roberto irritado.
- Culero que eres con tu cuate- le dijo Luis a Bernardo.
Los muchachos volvieron sobre sus pasos y llegaron de nuevo al punto desde el cual viraron a la derecha. Bernardo miró hacia el sol y supuso que eran las ocho y media de la mañana. En total llevaban siete horas, por lo tanto, en casa eran las siete de la noche y pensar en ello lo inquietó.
- Chavos ¿no tienen hambre?- preguntó Luis.
- Yo sí- respondió Gerardo.
- Yo también- dijo Roberto.
- Vamos a buscar algo de tragar, una fruta o una mamada así.
- ¿Por dónde?- preguntó Gerardo
- Bueno- dijo Bernardo, dubitativo.- Vamos a suponer- dijo elevando el tono de su voz, pero alargando la pronunciación de las sílabas, miraba a Roberto.- que nos desviamos a la derecha y no a la izquierda- sonrió y continuó hablando de la misma manera- Vamos a suponer que no encontramos la piedra en la que oriné, sino que vamos a buscarla todavía.
- Entonces a la izquierda- dijo Luis
- En efecto- dijo Bernardo.
- Órale, vamos- dijo Homero.
- Te la jalas, pinche loco- dijo Roberto sonriendo.
Tras caminar varios minutos, los muchachos notaron que el paisaje cambiaba gradualmente. En esa parte del terreno comenzaban a predominar los pastos. A su vez, comenzaron a observarse árboles frutales. Bernardo se dirigió hacia un árbol de papaya inusualmente alto y ancho. Tomó una de las frutas y abrió presionando con sus pulgares. La probó y con una mueca comunicó su desagrado.
- ¿Qué tiene?- preguntó Roberto
- No sabe a papaya- dijo Bernardo después de tragarse el bocado
- ¿Sabe gacho?- preguntó Luis.
- No, hasta eso que sabe como a toronja.
- A ver- dijo Roberto tomando un trozo de la fruta. Pronto todos tomaron un trozo y se comieron toda la fruta. Hambrientos aún, tomaron más de esas extrañas papayas con sabor a toronja. A unos pasos, Roberto escuchó un ruido entre el pasto y pudo distinguir a un animal parecido a una iguana, de color arena y con estructuras tubulares sobre la cabeza. Silenciosamente llamó a Bernardo.
- Mira güey- susurró señalando la cola del animal.
- La agarremos- sugirió Luis.
- Vamos a rodearla- dijo Homero. Silenciosamente, los muchachos se posicionaron y avanzaron poco a poco hacia el animal, pudiendo acorralarlo y capturarlo pese a la agilidad del animal, este cambió drásticamente su color a una combinación de negro y rojo intenso y de las estructuras tubulares de su cabeza salió un aerosol pestilente. Como consecuencia, todos soltaron al bicho y sufrieron de irritación en los ojos y en la nariz.
- ¡Huele a pedo!- gritó Luis.
- ¡Puta, pinche peste!- exclamó Gerardo.- Peor que los pedos del negro.
Hasta luego.
1 comentario:
Manto:
Luego verás que los pedos del negro son realmente apestosos, tú no más aguantame unos cuantos fragmentos y verás por qué.
Y bueno, en realidad era broma, no hay pedo si lo haces por indicación de Zed o si no lo haces. Era desmadre.
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