Aunque me cago en todos sus muertos, no puedo hacerle llegar mi resentimiento, ni castigarla. Ni siquiera puedo hacerle saber que estoy encaputadísimo con esa persona, la persona a la que ofendió me ha pedido no decirle absolutamente nada. Y yo deseo cumplir su petición. No quiero en mi puta vida volver a dirigirle la palabra, no quiero verla ni saber ni madres de ella. Ni siquiera le puedo hacer una seña obscena, pero la verdad es que ni siquiera merece esa clase de atención de mi parte.
Ya luego de un rato después que pensé lo que escribí arriba, me dije a mi mismo: "a ver amamapado, ya estuvo bueno de tus puterías de telenovela. Órale a chingarle, póngase a hacer ejercicio" Pero ni madres, no puedo. Ni ver tele, ni leer. Agrandé la colección de espadas, pero ni así se me quita lo encabronado.Ya vi porno y nada. entonces me dije a mi mismo: "a ver amamapado, no pierdas tiempo y postea lo que tienes pendiente el pinche blog, no mames pinche güevón" Y heme aquí.
Empezaré con cumplir el meme fotográfico. Ahí les va.
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4. Tag 4 people to do the same!
Aquí están los resultados:
Sables utilizados durante la guerra de independencia. Museo de Hidalgo, en Chihuahua, Chihuahua.
Ahí'tá. Ahora invito al Master Kabeza, a Ministry of silly walks, a Lillith 2.0 y a Pocoyó a hacer lo mismo.
Listo, Silvia Black, quedó el meme. Pero como este es un post DOOOOBLE GOEEEEEEIII ahí les va la primera parte de un cuento que se llama:
Esa semana estuvo de locos. De verdad. El mundo de lo imposible parecía cobrar forma y fuerza e instalarse en nuestro mundo de hechos y cosas lógicas, con sentido. Miles de preguntas me surgieron a toda hora. ¿Qué hacía mi hermano en esa ciudad? ¿Por qué diablos Silvio estaba al servicio de esa secta de explotadores? ¿Y por qué…? Vaya, supongo que debería empezar por el principio.
Maritza Arámbula, mi novia; y yo, Benito “El Bodocón” Heredia, viajamos recientemente a San Ignacio de los Valles con dos propósitos: sabíamos que Silvio Fierro, nuestro amigo desde la prepa, se mudó a esa pintoresca ciudad y también fuimos en busca de una casa, ya que el sueño dorado de mi adorada Maritza era vivir en San Ignacio de los Valles. Parece que por joder, Silvio nos pidió que fuésemos a buscarlo, nunca apareció donde quedamos de vernos y después no contestaba el teléfono. La ciudad parecía extraña, porque aun siendo abril, el cielo estaba plomizo como en octubre o noviembre. Y no hacía frío, pero el viento chillaba terriblemente.
Como no encontrábamos a Silvio, paseamos despreocupados por algunas plazas del centro histórico de San Ignacio de los Valles, las artesanías, la comida, todo muy bien, no obstante, coño, no podía sacudirme la sensación de ahogo que el ambiente tan inusual me causaba. Como nuestras andanzas por ese pueblo nos habían llevado por todos sus rincones, tuvimos la ocurrencia de pasear por los alrededores. Empezamos a buscar quien nos llevara, un guía, un paquete de viajes o algo así por el estilo. No faltanban tours por todos lados, pero eran muy caros y los destinos se encuentran un tanto alejados y por cuestiones de tiempo, no podíamos ir, solo estaríamos unas horas y después debíamos regresar a Tarimoro, nuestra ciudad, en el último autobús. Maritza se desanimó un poco, pero aun deseaba con toda su alma de pata de perro, viajar a algún lugar cerca de San Ignacio al que no hayamos visitado nunca.
En el lugar más inusitado, en el atrio de la iglesia de Santa Lucía, vimos a un hombre que nos mostraba un letrero. Nos hablaba en un español mezclado con su dialecto, que hasta la fecha desconozco. Aseguraba que el lugar al que nos ofrecía llevarnos quedaba muy cerca y era muy bonito, que fuéramos con él, insistía, que nos cobraba barato. No me daba confianza el tipo, no por sus facciones, si eso es lo que piensan, coño, ya sé que a explicaciones no pedidas culpabilidades aceptadas, pero por
Como podrán imaginarse, y ya los oigo diciéndome mandilón, prejuiciosos, tomamos el tour que el tipo nos ofrecía. Íbamos en mulitas, a Maritza le daba risa el movimiento ondulante del lomo del animal, una risa rayana en lo voluptuoso, diablos, pero daría las dos manos por verla reír siempre. Íbamos entonces en el camino y no sufrimos percances, nada nos pareció sospechoso. Al llegar nos sorprendimos de la belleza del lugar y de cómo estando tan cerca de San Ignacio está tan escondida. Había varias familias jugando felices en un riachuelo, el hombre que nos llevó nos decía que eran aguas tibias con sales buenas para la piel. Nos dejó y nos dijo que volvería por nosotros a las seis y media de la tarde.
Pajareamos por el lugar, paseamos entre los árboles, nos metimos al agua, nada más las piernas. Jugamos con el agua y de pronto vi una loma, más o menos rocosa, escarpada. Sabrán ustedes que me encantaba escalar y no pude resistir el encanto, el magnetismo potentísimo que la elevación tan bella ejercía sobre mí. A mi querida Maritza, que es mi adoración, entenderán ustedes, no le sentaba bien la actividad física vigorosa, la mayoría de ellas la agotaban demasiado, pero es tan bondadosa que no puso objeciones para acompañarme. En cuanto llegamos a la cima, se cernió sobre nosotros un impresionante banco de niebla, era colosal, monumental y no se veía un carajo.
Durante un segundo me pareció que Maritza no estaba conmigo, a pesar de que estaba sujetando mi mano firmemente. Al disiparse la niebla, vimos a una niña sentada en una piedra, lloraba. Nos acercamos, Maritza le habló, que tiene facilidad y gusto por los infantes, pero pronto se retuvo. Sintió un recelo. La niña no le respondió, pero ella sintió que ese silencio la intimidaba. Entonces me acerqué a la niña. Le tomé la cara entre las manos y le sequé las lágrimas, le pedí que se calmara y que me explicara qué le pasaba, le pregunté si estaba perdida y ella me dijo que no, pero que buscaba a su papá. La niebla nos rodeó. Le pregunté si quería que la ayudáramos a buscar a su padre. Ella dijo que no hacía falta, que su padre estaba detrás de nosotros. Volteamos y la niebla a nuestro alrededor se disipó, el velo vaporoso se separó como una cortina y reveló la figura del hombre.
Boquiabiertos, contemplamos su semblante taciturno que parecía esconder intenciones nada amistosas. La niña volvió a llorar y me dijo que ella quería mucho a su papá, pero que él se había vuelto malo, gruñón, agresivo y que ya no la quería y pidió que la ayudara. La niña lloraba amargamente cuando me pidió que hiciera que su papá la quisiera de nuevo. Que le quitara la maldad a su papá. No supe que decir, Maritza estaba muy inquieta, su rostro reflejaba una mezcla de miedo y conmiseración por la niña. A mi me dio mucha pena, sinceramente no tenía ni idea de cómo ayudarla, pero su pesar me punzaba el alma y ese dolor me venció, de manera que le prometí ayudarla. Me acerqué al hombre dispuesto a hablarle, pero de nuevo la niebla nos envolvió. Maritza gritó y tiró manotazos para buscarme con el tacto. La niebla se disipó y la chiquilla y su padre no estaban ya, parecían haberse disuelto en la niebla.
Bajamos la loma con cuidado y nos topamos con la sorpresa de mi hermano Demetrio sentado en una piedra, bebiendo café. Lo saludé y le pregunté cuando había llegado y por qué no avisó, para que lo acompañáramos. Estaba raro, demasiado taciturno, demasiado lejano, me atrevería a decir que en trance. No contestó a mi pregunta, ni me saludó, solo me dijo que tuviera mucho cuidado para tomar mis decisiones que necesitaría más que mis manos para cortar de raíz los problemas que no son míos, los problemas que debo afrontar aun así. Así como apareció, así desapareció.
No podía sacarme de la cabeza lo que mi hermano me dijo. En todo el camino de regreso a San Ignacio y de regreso a Tarimoro, Maritza y yo tratábamos de interpretar que quiso decirnos mi hermano. Incluso, pensamos que no encontramos a mi hermano, sino a un tipo casi igual a él, bien pasadazo.
Días después, tuve que ir a San Ignacio de urgencia debido a la muerte de un cliente. Después de despachar mis asuntos, me tomé la libertad de comer un helado al estilo típico del lugar. Iba muy tranquilo en la plaza central dispuesto a abordar el automóvil que la compañía me facilitaba, cuando el movimiento de la gente a mi alrededor parecía congelarse. Volteaba para todos lados con asombro y curiosidad y al voltear al frente me encontré con la niña que mencioné antes. Estaba igual que como la encontré: el mismo peinado, el mismo vestido y la cara surcada por ríos de lágrimas. Me tomó muy fuerte de la mano, me dejó marca, me dijo que soy malo, porque no la ayudé. Me dijo que buscara a mi hermano para que me ayudara a quitarle la maldad a su papá y luego desapareció. Ah, y además se llevó mi helado.
Cuando le conté a Maritza lo sucedido, ella palideció y parecía mortificarse mucho. Le pedí que me explicara que le pasaba, pero se negó. Al cabo de unas horas, me confesó que también vio a la niña y que le pidió que la cargara “de caballito” ella aceptó, pero una vez encima de ella, la niña empezaba a pesar más y más y le dijo muy enojada que quería que le ayudaran a quitarle la maldad a su papá. Que buscáramos a nuestro amigo. A mi novia le dolía la nuca. Le di masaje y le dije que nadie nos puede obligar a nada y menos si no sabemos que onda. Tenemos nuestras ocupaciones y no estamos para andar de hadas- madrinas- niñeras- quita- maldades- de- padres- malévolos- del- mal.
Tres días después, llegué a mi departamento y encontré un mensaje grabado en mi contestadora automática. Era de Silvio, insistía en vernos a Maritza y a mí otra vez. Era urgente y no podía esperar más, en la primera oportunidad debíamos ir a buscarlo. Telefoneé a Emilio, hermano de Silvio y le pregunté por la dirección de Silvio en San Ignacio, su respuesta me pareció extraña pues él mismo parecía no estar seguro de darme la dirección correcta. Le agradecí y antes de despedirme, Emilio me pidió que después le contara sobre el estado en el encontraría a Silvio, porque este había expresado ideas demasiado extravagantes, incluso viniendo de él. Acepté y le prometí que informaría en cuanto volviera de San Ignacio.
Al siguiente fin de semana, Maritza y yo fuimos a San Ignacio. A pesar de conocer el pueblo palmo a palmo, no podíamos encontrar la dirección que Emilio me dio. Optamos por preguntar, la gente nos miraba con recelo, con curiosidad y algunos hasta se molestaron. Nadie nos informó, excepto una anciana que iba envuelta en un zarape demasiado grande para ella. Era una casa grande pero ruinosa, tocamos en el portón y pude leer un anuncio muy pequeño que decía: “Hermandad de Visionarios de
Insistimos tocando el portón por cerca de veinte minutos hasta que nos abrió una niña que solo miraba al piso. Nos decía que no podíamos entrar y que esperáramos. A unos metros detrás de la niña pude ver a Silvio trasladando rocas y escombro con una carretilla, lo cual, por su complexión ultra delgada, resultaba un trabajo pesadísimo para él. Lo llamé, pero él no me escuchaba. En eso se acercó un mozalbete de unos catorce o quince años, le ordenó a la niña que nos atendió que se fuera a practicar y me habló en un tono altanero. Me dijo que respetáramos la casa de los visionarios, no podía sacar a Silvio de sus obligaciones así como así. Le pedí que nos dejara platicar con Silvio y nos dijo que esperáramos. Así lo hicimos, el chico se fue y mientras estábamos parados en la entrada pudimos ver hordas de niños cargando muebles muy pesados o realizando otras tareas demasiado duras para ellos. Ninguno sonreía o hablaba, parecían muy tristes.
El muchacho regresó con Silvio. Le dijo algo al oído y retorció una fusta que tenía en las manos antes de retirarse de nuevo. Antes de que pudiéramos decirle hola, Silvio comenzó a balbucir sobre una raíz. Decía algo sobre un polvo y unas almas. Miraba a todos lados sin control, como si temiera algo o como si estuviera bien pasadazo. Maritza se desesperó, lo abofeteó y le exigió a gritos que nos hablara claro. Silvio nos pidió que nos acercáramos y nos dijo que volviéramos la noche siguiente, nos entregaría un frasco que nos sería de utilidad, pero no nos dijo para qué. Giró bruscamente la cabeza y vio la alta figura de una mujer ataviada con un vestido antiguo, como del siglo XIX o principios del XX, más bien. La imagen era estremecedora, la mujer era muy pálida e iba acompañada de varios niños cabizbajos, solo dos, los más grandes llevaban la frente en alto. Parecía una procesión fantasmagórica. Silvio temblaba y nos dijo que nos fuéramos, tenía que regresar pronto al trabajo y cerró el portón con una agilidad que no le era propia.
Estábamos consternados. Parecía que nuestro amigo se había vuelto loco o que la secta esa de los visionarios le lavó muy bien la sesera. Algo andaba muy mal, pero no teníamos idea de qué hacer para arreglar las cosas.
Nos hospedamos en una posada muy agradable. Excepto que Maritza sintió de nuevo un peso insoportable sobre sus hombros y su nuca y yo sentía una presión muy fuerte en el antebrazo, la muñeca y la mano. En el vestíbulo de la posada vimos al hombre de la loma que escalamos días antes. Extrañamente me pareció muy familiar su cara, hice memoria y recordé que él fue mi maestro de español.
Me le acerqué y lo saludé. Me preguntó si yo era el imbécil que no sabía escribir más que garabatos. Sentí muchas ganas de golpearlo hasta dejar su cráneo convertido en una plasta sanguinolenta, pero al empuñar la mano sentí mucho dolor, como si los nervios de mi brazo se incendiaran. El tipo me dijo que lo dejara en paz, que no siguiera buscando, que si continuaba en San Ignacio, él personalmente se encargaría de hacer que lo lamentáramos. Durante esa noche el dolor en mi mano no me dejaba dormir y sentía que nos rodeaban. Maritza no podía dormir tampoco, tenía pesadillas e insistía en que había alguien parado en la cabecera de la cama que le escupía en la cara. Movidos por el temor, al amanecer íbamos a escapar, pero al abrir la puerta del cuarto apareció la niña y al mismo tiempo sonó el teléfono. Maritza contestó, mientras la niña me sujetaba de la muñeca. No me podía mover, entonces observé algo extraño, la entrada de una gruta, muñecos de piedra y una cosa parecida a una rama. La niña me soltó y caí al suelo aturdido.
Mientras salíamos de la posada, Maritza me decía que Silvio le decía que no olvidáramos pasar por él en la noche. Ya tenía listo todo y no quería que le quedáramos mal, si le quedábamos mal, no aguantaríamos las consecuencias. Me llegó un flash- back y algo me pareció fuera de lugar, que yo recordara mi maestro de español de la secundaria vivía aun y además cuando yo lo conocí, su hija era mayor que yo. ¿Qué revoltijo era ese, coño? ¿No se lo imaginan?
Maritza y yo discutimos sobre lo que haríamos. Yo no me sentía obligado. Mucho me costó aprender a decir sanamente que no. Esa no era mi responsabilidad y no iba a permitir que un padre- maligno- necesitado- de- un- hada- madrina- niñera- desmalificadora nos persiguiera. Otro que se chingara, pero nosotros no. Y si Silvio se metió a una secta de locos visionarios por su voluntad, que por su voluntad se saliera. Eso habíamos planteado mi vieja y yo pero al salir nos topamos con Demetrio otra vez, sentado en una piedra, tomando café y con la cara de ido.
Mi hermano nos dijo que no fuéramos cobardes. Si dejábamos las cosas como estaban, después sería peor. No estábamos obligados, pero teníamos la opción de ayudar a quien nos pedía nuestra ayuda o ser perseguidos. Lo sujeté del brazo y le exigí explicaciones. Su mirada me obligó a soltarlo, tenía cara así como de bien encabronado y me destanteó, sin necesidad de aplicar vocabulario. Se dio la media vuelta diciendo que comprara un buen lazo y se perdió entre el gentío.
Hice lo que mi hermano me pidió y después de pasear por San Ignacio, al dar las seis y media de la tarde nos dirigimos a la casa de la secta esa de Silvio. El ambiente aparentaba calma y nuestro amigo ya nos esperaba en la puerta, nos hizo pasar y nos indicó que debíamos caminar por la penumbra. Casi a gachas, imitando la forma en la que Silvio caminaba para evitar ser visto, llegamos a un salón que servía de almacén. En las estanterías había muchas botellas y frascos conteniendo líquidos muy raros. Silvio nos dio dos. Al salir del salón, el mozalbete altanero y pedante del día anterior nos vio y pegó de gritos para que los demás nos persiguieran. Y así lo hicieron, salió una gran raza detrás de nosotros, con palos y antorchas. Al llegar a la puerta le dije a Silvio que nos siguiera, porque se detuvo y nos dijo que teníamos que buscar a unos cuatro isondúes, y tres mabs y meter sus almas a los frascos; dos mabs y un isondú en el frasco amarillo y tres isondúes y una mab en el frasco azul y luego mezclarlo todo. Jalé a Silvio para viniera con nosotros antes de que esos fanáticos mal nacidos nos alcanzaran, pero él me empujó y me derribó. Dijo que tenía que recibir su justo castigo y que fuéramos a la gruta detrás de la colina al noreste del riachuelo escondido. Maritza y yo huimos creyendo que nos mandaba a ninguna parte.
Sin saber qué diablos era un isondú o una mab, buscamos al hombre que nos llevó al riachuelo días antes. Preguntamos por él en los muchos locales que ofrecían viajes. En Santa Lucía vimos a un sacerdote barriendo el atrio y le preguntamos por el hombre ese, le dimos su descripción física con todo detalle. El cura palideció y nos dijo que ese señor era su tío y que había muerto seis años antes, pero que si queríamos nos podía llevar en su carro al páramo ese. Aceptamos y el amable clérigo nos iba explicando en el camino como llegar (salir por el Puente Blanco y a mano derecha, a seis kilómetros está la entrada, se encuentran dos entronques sucesivos en el camino, en los dos se va uno a la izquierda. El lugar se llama Río Escondido, es un rancho semi abandonado), además de decirnos que al parecer había unas grutas con figuras esculpidas en la piedra y que la gente decía que había que pedir permiso a las figuras “guardianas” para entrar o jamás se saldría de allí. Maritza se dolió de la nuca y yo del antebrazo. Se escucharon golpes en el techo del carro, rasguños y chirridos a los lados. El cura se puso a rezar con los ojos cerrados, yo no sé como no nos estrellamos. Pronto llegamos al riachuelo y el cura nos bendijo, pero no quiso acompañarnos, estaba cagado de miedo. Le agradecimos, nos dio una lámpara sorda y se fue.
Después de cruzar el riachuelo y perdernos, caímos en la cuenta que la loma estaba escondida detrás de una banco de niebla por eso no la encontrábamos. Mientras subíamos, Maritza me iba agarrando del brazo izquierdo. Me apretaba con mucha fuerza. Sí, así de duro. Como me estaba lastimando, la tomé de la cintura. Nos sujetamos así porque la luz de la lámpara sorda no alcanzaba para ver entre la maldita niebla. A medio camino no podíamos respirar y el dolor de nuca de Maritza y el mío en el antebrazo se hacían más intensos. Casi cayéndonos, llegamos a la cima y atamos el lazo que compramos por orden de Demetrio. Mientras bajábamos por el lazo, sentimos que nos escupían y la cuerda se rompió. Logré agarrarme del puro borde de la entrada de la gruta, Maritza casi se me cae, pero entramos a la gruta.
En pleno camino, no podía localizar los monigotes de piedra que nos dijo el cura ese. Me desesperé, sinceramente. Nunca creí supersticiones de la gente, pero ante la situación que vivíamos, no nos quedaba de otra. Como no les quedaría a ninguno de ustedes si llegaran a ver lo que vimos. Alcanzamos al final de la gruta y no vimos nada que nos mostrara algo más que hacer. Me recargué sobre una de las paredes de la gruta y empecé a golpearla con la cabeza y con el codo, enojado, exasperado. Noté un sonido hueco, entonces pateé la pared varias veces, hasta que abrí un boquete lo suficientemente grande para que pasáramos Maritza y yo sin tener que agacharnos.
Lo que encontramos era una raíz de color rojo y blanco. Resplandecía, emitía un fulgor y una sensación aplastante, oprobiosa, atroz, siniestra, como la que se siente ahorita al contar esto. Sentí el impulso de cortar la raíz con las manos, pero la voz de mi hermano Demetrio apareció tras de mí diciendo que no debía hacer eso. Ya me había advertido que necesitaría más que las manos. Traía unas criaturas colgando de las manos. Unas brillaban, tenían la cabeza roja y estaban rodeados de once halos de luz. Eran los isondúes, según me explicó mi hermano, criaturas nacidas de la sangre de jóvenes santos asesinados por hombres envidiosos. Y los otros, deformes, de ojos saltones y dientes gruñones, eran las mab, criaturas malévolas que roban el alimento de los bebés y que depredan a los viajeros extraviados.
Lo siguiente fue un extraño temblor en las manos de mi hermano, que bailoteaba y susurraba en un lenguaje parecido al del hombre que nos llevó la primera vez a ese páramo. Sujetaba con la mano izquierda a las mab y con la mano derecha las tocaba en la frente con los dedos índice y cordial y parecía jalar un cordón de luz. Me dijo que eran las almas y me preguntó como debía repartirlas, yo no recordaba, Maritza le dio las mismas indicaciones que Silvio nos dio. Después, Demetrio repitió la operación con las almas de los isondúes, pero a estos los sujetó con la mano derecha y extrajo las almas con la mano izquierda.
Tras mezclar vigorosamente las pociones que Silvio robó para nosotros, Demetrio observó la sustancia resultante, espesa, grumosa, negruzca, parda en unas partes, plateada en otra, rojiza y ocre en el fondo. La derramó cuidadosamente sobre la raíz mientras nos explicaba que
Una vez derramada la sustancia rara sobre la raíz, esta empezó a incendiarse. Demetrio me decía que era momento de arrancarla, pero solo hasta donde se veía fuera de la tierra, que la raíz llegaba hasta el mismo infierno y por eso solo era posible destruir la parte más superficial. Yo tenía miedo de quemarme, Maritza tenía tanto miedo como yo, pero nos valió pepino y la agarramos mientras todavía se quemaba. Sentí punzadas de dolor en varios puntos del cuerpo, las más graves eran en los brazos, alrededor de la cabeza. En los ojos, perdí la vista momentáneamente, me dolieron los muslos y la planta de los pies, ese dolor estuvo fatal. Superado el dolor, la raíz se arrancó sola y la arrojamos al suelo, donde se hizo polvo.
Al salir de la cueva, nos costó inmensamente escalar hasta la cima de la loma. La bruma nos cubría. Demetrio nos dijo que tuviéramos cuidado con lo que hiciéramos y que pidiéramos ayuda en las tareas más simples. Durante meses, Maritza no podía estar sola y a decir verdad, yo tampoco. Las tareas de mi trabajo se me hacían muy complicadas por momentos, tanto Maritza como yo sufríamos enormemente al conectar algún aparato a la electricidad. No podía estar solo en mi oficina, siempre dejaba la puerta abierta o le pedía a alguien que me acompañara aunque no hiciera nada.
Al salir de su trabajo, Maritza iba por mí o a veces era al revés. Me la vivía en su departamento o ella en el mío. Un día nos tranquilizamos y ya cada quien tenía su tiempo en su respectivo departamento. Al encontrar muy desmejorado el suyo, Maritza intentó cambiar las cortinas de su departamento. Era algo sumamente sencillo, pero no me pidió ayuda para eso, ni a nadie más. Se cayó de la maldita escalera, se rompió la crisma y murió. A las dos semanas yo estaba cortando ajos. Y no, no me corté ni nada parecido, fue peor. Un trozo de ajo salió disparado y yo tenía la boca abierta. Me asfixié.
Ahora ya saben lo necesario. No nos pueden decir que no hablamos claro. Ya están avisados, a mi no me gusta obligar ni apurar a la gente, mucho menos amenazarla, pero si lo que quieren es dejar de sufrir dolores en la nuca, vayan a San Ignacio de los Valles, busquen a Silvio Fierro en
10 comentarios:
Esta padre el meme. Oye, y lo de la gruta es basado en hechos reales?? Está bien denso el cuento mi buen...
.. hola.!
sólo alcancé a leer este blog.. vaiia cosas qe ando en casa ii pude responder.! ^^
después leeré los blogs qe me hacen falta, ando algo de sueñio.. so.. si me levanto al rato lo leeré ii si no.. tendrá qe ser después xD .. pero de qe leo, lo leeré..
.. ii coincido .. la historia está densa.. aunqe pudo haber edo. más .. ;)
.. aaah.! no te apures.. qe todo en ésta vida se paga.! .. no te desgastes tanto.. iio creo qe existe el 'karma'.
.. saluditos.! =)
Zeta: lo de las grutas lo saqué de las grutas de Rancho Nuevo en San Cristóbal de las Casas, Chis. Se dice que hay unas caras o unas figuras androides a las que debes pedir permiso para entrar, si no no sales, pero para serte sincero nunca en todas las veces que he entrado las he podido ver. Y mira que sí he podido salir. Todo el cuento está basado en un sueño que tuve, del cual por desgracia no pude recordar gran cosa, excepto que desperté cagado de miedo.
Lilith: sí, si pudiese recordar completo el sueño. Espero que le puedas echar un lente al otro cuento. Tienes razón, un moutza no se compara con la fuerza del karma.
ay ay, siempre vengo a leer tus posts pero siempre alguien me interrumpe y nunca llego al final y no comento T_T por eso esta vez comentaré cada que acabe un párrafo jajajaja
ya vi el meme y te quedó chido, y ya no estes enojado con quien quiera que sea, todo se paga en esta vida ;)
ahora voy a leer el cuento a ver si lo acabo y vuelvo a comenatar jaja
Vaya, historias oniricas, me recuerda a lovecraft, derleth, bloch...
Sil: :,C gracias. espero tus comentarios.
lavega: claro, quiénes crees que son mis maestros?? Aunque pensaba también em Mary Shelley
-- espada, chido mi guen, fijate que yo vivi en san cristo como un mes y es una ciudad fantasmal cuando hay neblina, con seres fantasmales como los que cuentas y luego escribo un cuento que me quedo de esa experiencia, ora si se me hizo larguito pero estas agarrando bastante callo, cuanto llevas escribiendo?
jota pe:
San Cristóbal fantasmal?? YO diría zombilizante, pero preferible estar allá ensabanado y especialmente bien acompañado que asarte de calor en Tuxtla.
Escribo casi desde que aprendí a escribir, pero los intentos serios desde la prepa, o sea desde hace casi 8 años.
wujuuu ya terminé el relato (1 semana después pero weno)
espero que no sea cierto porque sino voy a tener que venir a jalarte los pies en las noches T_T
saludos!
Glup!! bueno, es cuento. Y recuerda, cada vez que no comentas, Dios mata a un pandita
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