lunes, 20 de mayo de 2013

La esperada última parte de La Calma Antes de La Tormenta

Luis aceptó la tarea que Bernardo le encomendó, pero actuó con parsimonia, cansado de las tareas que le había dado su padre desde las ocho de la mañana. Homero se emocionó al escuchar que el portal se había movido y se apresuró a llegar al lugar. Roberto estaba por terminar su jornada laboral cuando Luis llegó a buscarlo. Cuando le informó la situación, Roberto hizo una mueca de desagrado.

  • Vale madre, yo quería ir a jugar maquinitas a la prepa.- se quejó- Vamos pues.
Bernardo convenció a José de acompañarlo a la ceiba sin mayores dificultades, pues José se hallaba solo y aburrido en casa. Durante todo el trayecto José habló sobre sus ex compañeros y sobre el profesor del taller al que ambos asistían. Entre lo tedioso que encontraba el monólogo de sus amigo, que había escuchado muchas veces antes, y el fuerte calor que hacía a esa hora, el humor de Bernardo se agrió y paró en seco a José.

  • Ven, vamos por un chesco.- dijo cortante.
José notó el malhumor de su amigo y no dijo más hasta que llegaron con Gerardo, quien recibió agradecido el refresco, pues se hallaba acalorado sentado en una piedra, bajo la precaria sombra de un almendro joven. Luis y Roberto llegaron cinco minutos después, y a los dos minutos llegó Homero, notoriamente perfumado.

  • ¡Vamos a ver a las chavas!- exclamó emocionado. Los demás se miraron extrañados, sin saber qué decir.
  • ¿Vamos?- sugirió Bernardo una vez que terminaron el refresco y se deshicieron de la botella.
  • ¡Vamos pues!- urgió Homero.
  • ¡Echa aguas, mostro!- dijo Roberto.
  • Métanse, rápido, no viene nadie.- respondió José irritado.
Al llegar a Meldonam, los recibió la oscuridad y una humedad ambiental muy alta. La nariz de Luis y la de Bernardo se congestionaron de inmediatamente.

  • ¿Y qué, Balín? ¿Venías de conquistador?- dijo Luis y los demás rieron ruidosamente.
  • ¡Chingada madre!- gruñó Homero, pateó el suelo y luego escupió furioso. Las risas de sus amigos continuaron por un par de minutos más.
  • Mira, muerto.- dijo Bernardo mientras señalaba hacia el cielo. Las nubes se movieron y revelaron a los dos satélites del planeta.- ¿Te das cuenta ahora que estamos en otro mundo?
  • Sí, loco. Tenías razón desde el principio.
  • ¿Qué hacemos ahora?- inquirió Homero aun lidiando con su frustración.
  • No sé.- respondió Bernardo.- Casi no veo.
  • Estamos es un pastizal- señaló Luis.
  • Yo alcanzo a escuchar la corriente de un río.- dijo Gerardo.
  • Qué buen oído tienes- apuntó José.
  • ¿Será el río Melomba?- inquirió Roberto. Sin pensarlo, los muchachos se estaban dirigiendo hacia la corriente del río.
  • Ojalá que no- dijo Bernardo mostrando preocupación en su voz.- Si es el río Melomba y está al sur, quiere decir que estamos en territorio de los Malek il' kan o de los Kodo il' kan.
  • Tiene razón el loco- apuntó Luis.- Peláez, ¿traes encendedor?
  • Sí, ¿por qué?
  • Enciéndelo, güey- propuso Luis.- Yo enciendo el mío también, asi alumbramos un poco.
  • Yo traigo uno- dijo Roberto.

Los tres muchachos iban por delante alumbrando débilmente el frente. A lo lejos distinguieron una espesa jungla, de pronto, Homero se detuvo.

  • ¿Ya sintieron?
  • ¿Qué es?- inquirió Roberto- ¿Adoquín?
  • Sí. Yo creo que si seguimos recto vamos a dar con trampas otra vez.
  • O sea que estamos en territorio de los Mek ii chan- dijo Gerardo.
  • Parece que sí- dijo Bernardo sentándose en una piedra redonda. Repentinamente se escuchó un gruñido y la piedra se movió. Bernardo dio un salto y vio que la piedra no era tal, sino un animal redondo, de unos sesenta centímetros de alto y casi un metro de largo, de cara chata y ojos pequeños, parecía malencarado por naturaleza.
  • ¿Qué es eso?- preguntó Roberto asustado. El animal gruñó de nuevo y se lanzó contra el grupo.
  • ¡No sé!- gritó Bernardo- Parece...- los muchachos trataban de esquivar al animal que los agredía, se abalanzaba sobre ellos y retrocedía a una velocidad impresionante. En un intento, el furioso animal mordió a Bernardo en el tobillo.
  • ¡Hijo de puta!- gritó Bernardo ante el intenso dolor. Sus amigos se lanzaron piedras al extraño bicho que no soltó al muchacho hasta que se sintió satisfatoriamente retribuído y se alejó bufando.
  • ¿Qué era esa madre?- preguntó Homero mientras asistía a su amigo.
  • Creo que era un gliptodonte o algo así- respondió Bernardo tratando de soportar el dolor.
  • ¿Te duele, güey?- inquirió José.
  • ¡No, pendejo! ¡Seguramente me hizo cosquillas!- vociferó Bernardo.
  • No, yo digo si te duele mucho.-
  • Creo que me arrancó un pedazo de piel- dijo Bernardo.- ¿Tú que te imaginas?
  • Vámonos para que te laves, loco.- urgió Luis.
  • ¿Quieres que te medio carguemos?- ofreció Homero.
  • No, déjalo. Me lo gano por pendejo.
  • Échate miel- sugirió Homero- Después de que te laves, te pones una gasa con miel.
  • ¿Sirve esa madre?- cuestionó Luis.
  • Sí, sombras.- intervino Roberto.- A mi hermana así la curaron una vez. ¡Rápido cicatrizó!
Los muchachos apresuraron el retorno, Roberto y Homero se dirigieron a la escuela, ahí pidieron permiso para entrar y cambiarse en el baño, ya que cada uno llevaba su uniforme en la mochila. Gerardo y José volvieron a sus casas y Luis acompañó a Bernardo para asistirlo en el lavado de su herida, que no era extensa, pero en efecto, el furibundo animal le había arrancado piel y grasa, llegando a rasgar la fascia del músculo tibial anterior.

Más tarde en la escuela, los muchachos volvieron a reunirse debajo de las escaleras, cerca del laboratorio de química.

  • Gerardo, ¿a qué hora se movío el portal?- inquirió Bernardo.
  • Eran las once cuarenta exactito.- respondió alegremente Gerardo.
  • La otra vez, cuando entramos- dijo Homero titubeando- Esa vez que el loco salió orinando de la bodega.
  • Sí, ya sabemos cuando- respondió irritado el aludido.
  • Eran como las doce cuando entramos, ¿no? Luego cuando regresamos ya se había movido
  • Sí, dijo Roberto.- Cuando volvimos a entrar ya habían pasado como seis días y entramos antes de las once y media.
  • Mas o menos- dijo Luis.
  • Igual, cuando volvimos, ya se había movido esa madre- apuntó Homero.
  • Y se movió hoy- intervino José, contó con los dedos y siguió:- Tres días después.
  • Entonces, ya lo tenemos. El portal se mueve cada tres días entre las once y media y las doce. Entre cinco y veinte grados, de dos hasta cinco kilómetros de distancia, ya sea al noroeste o al sureste.- dijo Bernardo.
  • Ahora falta saber cómo se mueve allá- apuntó Roberto.
  • Por lo pronto está en territorio de los Mek ii chan, pensemos que se moverá al oriente la próxima vez, aunque no sepamos qué tan al norte.
  • Parece que depende de donde haya ceibas- apuntó Gerardo.
  • Como que se agarra la primera que encuentra- sugirió Luis.
  • Ahora que sabemos como se mueve, vamos mañana- invitó Homero- Pero lleguemos en la tarde, no quiero llegar y que esté amaneciendo o que sea de noche.
  • Lleguen a mi casa a la una- dijo Bernardo riendo, recordando la frustración de su amigo de horas atrás.

El sábado a las nueve, Álvaro despertó a Bernardo y le pasó una llamada, era Luis.
  • ¿Qué onda, loco? ¿Qué haces, aparte de nada?
  • Me estaba tirando a tu hermana- respondó con voz ronca, malhumorado.
  • ¡Todo te puede cabrón! ¡Vamos, güey!
  • Que te den por culo. ¿A dónde?
  • Al centro.
  • ¿A qué?
  • A ver un pedo
  • ¿Cuál pedo?- el tono de voz de Bernardo se elevó, se había irritado ante tanto misterio.
  • ¡Vamos, güey! ¡Allá te digo!- de igual manera, el tono de voz de Luis se elevó.
  • Está bien- cedió Bernardo. - Te veo en media hora en tu casa.
Bernardo desayunó rápidamente, se lavó la cara y los dientes y corrió a encontrarse con su amigo. Para su sorpresa, el dolor que le causaba su herida había disminuído significativamente y se había formado una gruesa costra. Luis esperaba a Bernardo en la puerta y sin demora fueron al centro de la ciudad y Luis dirigió a su amigo apresuradamente a una tienda de artículos de caza y pesca.
  • Mira, güey- señaló contento la vitrina. En ella había walkie talkies a doscientos veinticinco pesos el par y a trescientos cuarenta pesos los dos pares.- ¿Cómo la ves, loco?
  • No entiendo, tío. ¿Para qué los quieres?
  • ¡Vergo!- exclamó frustrado.- Para cuando te suene el cascabel me avises, le damos uno al muerto, para ya no tener que ir a buscarlo. Así cooperamos entre todos, para que todos tengamos uno y nos avisemos sin usar el teléfono.
  • Vamos a preguntar en cuánto nos dejan la media docena.
  • ¡Vamos, pues!

El dueño de la tienda les dijo que les cobraría seiscientos pesos por los seis walkie talkies y que tenían hasta quince kilómetros de alcance. La oferta duraría hasta el jueves.

  • ¿Cuánto has ahorrado?- inquirió Luis
  • Cerca de quinientos. Nos toca de a cien por cabeza, ¿no?
  • No. Sí, así es.- Pero yo digo por el muerto, que a tal vez no pueda darnos los cien varos de una sentada.- Bernardo asintió.- Y también por el pinche mostro que luego se hace guaje.

A la una de la tarde, los muchachos llegaron a casa de Bernardo, con la excepción de José. Partieron hacia el portal muy alegres, cruzaron y del otro lado estaba plenamente iluminado. Decidieron buscar el río y seguir la corriente, tras caminar cerca de dos kilómetros y medio llegaron al pueblo de los Mek ii chan. Rápidamente se corrió la voz de la llegada de los muchachos y a donde fueran, eran saludados y rodeados por la gente, que amablemente les ofrecía dulces y frutas.

Las chicas con las que Homero, Roberto y Gerarado habían estado coqueteando no tardaron en aparecer y corrieron hacia ellas. Tres chicas más las acompañaban y Homero las invitó a nadar con ellos en la poza. Las chicas corrieron a sus casas a pedir el permiso de sus padre para ir con los muchachos. Volvieron con dos muchachos cerca de dos añosal parecer hermanos mayores de dos de las chicas. Un poco inconforme, Homero miró al piso tratando de ocultar su descontento. En el camino, los chaperones expresaron su alegría de ir con ellos, eran muy amables.

Ya en el agua, Homero no podía quitar la vista de las muchachas, que se metieron al agua vistiendo solo un ceñido paño alrededor del pecho y un calzón, su ropa interior. Al parecer, las mujeres de Meldonam no se avergonzaban de su cuerpo y no les parecía inmoral ni escandaloso estar en ropa interior frente a los muchachos de la misma edad. Sin preocuparse de la presencia de los chaperones, las muchachas jugaron en el agua dejándose cargar por Homero o Roberto y lanzando agua a los rostros de los muchachos. Sorpresivamente, Áyax el mereco se presentó en la poza y se lanzó dentro de ella y se dejó acariciar por las chicas, quienes, aparentando descuido, hacían rozar sus manos con las de Bernardo, Gerardo o Luis.

Bernaro se incomodó y le pidió a Áyax que saliera del agua. Informó a sus amigos que iba a dar una vuelta sobre el mereco y una de las chicas se ofreció a acompañarlo, Bernardo aceptó, pero el mereco no se dejó montar por la chica. Bernardo se encogió de hombros y montó en Áyax. Solo con su montura, Bernardo se sintió más tranquilo. Contemplando los árboles y sus frutos, el muchacho se entristeció al pensar que en un lugar de belleza utópica se diera un conflicto tan crudo entre las civilizaciones, que hubiese hombres tan crueles con los niños. Al volver con sus amigos, las muchachas notaron el rostro apesadumbrado de Bernardo y lo miraban consternadas.

  • No pasa nada- dijo Homero despreocupado.- Así es él, al rato se le quita.-

Pasado un rato, Luis comenzó a hablar de los walkie talkies y los muchachos se pusieron a deliberar sobre la cooperación monetaria y la logística para ir a comprarlos, ante las miradas atónitas de las muchachas, que no podían entender de qué hablaban. Acordaron aportar ciento veinte pesos cada uno para aliviar un poco a Roberto la carga. Los juegos continuaron por unos minutos, hasta que el sonido de sus risas fue interrumpido por el insistente tintineo del cascabel y el estruendo de un relámpago que cuarteó el cielo, haciéndolo caer a pedazos sobre Meldonam.

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